Caracas, 24 de Julio de 1919.
Caracas: 24 de Julio de 1919.
Señor General Juan Vicente Gómez, &. &. &.
Sus manos.
Respetado General y amigo:
Desde los últimos días del año próximo pasado concebí el
proyecto de dar a la publicidad una Semblanza de Usted; obra de mayores
alientos que "Dos Campañas" y "Reforma Militar Venezolana".
Me prometí narrar en este libro, a más de los hechos del
Pacificador de la República, Jefe de la Causa Rehabilitadora y Comandante
Supremo de nuestro Ejército, la actuación del Magistrado Civil que empezó a
delinearse brillantemente en esta faz de su vida pública el 8 de Diciembre de 1899,
como Gobernador del Distrito Federal, y vino a ostentarse con perfiles
definitivos en el decenio y meses transcurridos hasta hoy. Y como este bosquejo
biográfico ganaría en interés al contener siquiera unos datos acerca de la edad
infantil de Usted y de su precoz juventud, quise también hacer una incursión a
la renombrada tierra que le vio nacer, porque en medio de aquellas montañas
altivas recibió el valiente Oficial del Topón y de Táriba su bautismo de fuego
y dio a su alma el temple necesario, ya que habría de someterla a tremendas
pruebas antes de llegar a ser el primer Ciudadano de su Patria y de su época.
Lo que fue proyecto es al presente realidad. La Semblanza
ha quedado escrita en la forma y términos contenidos en el texto que va Usted a
leer. Ninguno podrá impugnarla en el terreno de la verdad porque ella no
contiene falsedades, y quien recorra estas páginas con criterio desapasionado, no
hallará en ellas linaje alguno de lisonjas. Sólo Usted podría—por un escrúpulo
de su proverbial modestia—objetar este libro. Pero él no constituye un galardón
o recompensa susceptible de ser rehuída. La Medalla de la Gratitud Nacional y
el título de Fundador de la Paz que trataron de conferirle nuestros Congresos
en dos ocasiones, pugnaban con los sentimientos de austeridad republicana que
privan en su conciencia y yo he aplaudido la negativa de Usted a aceptarlos; mas
el recuento de los actos de su vida como particular, como guerrero y como
magistrado, es patrimonio de la Historia, y si no hoy, mañana, una obra
semejante a ésta tenía que escribirse.
El hombre cuando se destaca del nivel común no puede
sustraerse al juicio de sus contemporáneos ni al fallo de la posteridad.
Algunas veces indiscreto, pero siempre en cumplimiento de la augusta misión de
enseñar y dar ejemplo a los demás, el historiador desempeña un magisterio si
inquiere en la vida de aquel hombre, estudia su índole, carácter y costumbres,
analiza su obra, la comenta y entrega el fruto de esta labor a la insaciable pero
natural y justa ansia de investigar que anima a la humanidad.
Tal he hecho yo y lo hará después el biógrafo del General
Juan Vicente Gómez. Esto era inevitable, porque a la realización de ese fin ha
venido contribuyendo Usted mismo sin advertirlo. Al batirse con denuedo allá en
su Táchira bravío hasta producir la admiración de compañeros de armas que eran
todos valientes; al venir con sesenta de aquéllos a derribar un Gobierno y a
fundar una Causa pasados los siete años de destierro en que probó la fortaleza
de su espíritu; al demostrar que conocía la ciencia del gobernante tanto como
el arte de regir soldados en los combates; al librar batallas como la de Ciudad
Bolívar y pacificar la Nación; al derribar la pasada tiranía en el transcurso
de unas horas para rehabilitar a Venezuela: en todos esos sucesos daba Usted
asuntos abundantes a la Historia. A ésta pertenecen, y yo me he creído con
alguna autoridad para coordinarlos en esta Semblanza y facilitar al futuro biógrafo
de Usted siquiera una parte de su trabajo: tal vez un poco más de aquella que
consiste en compulsar fechas y ocurrir a los archivos y bibliotecas en demanda
de los documentos aquí citados.
No rehúse aceptar esta ofrenda de afecto—que es al propio
tiempo labor de verdad y de justicia—concluida en el memorable día de hoy por la
gratitud de
Su leal amigo y admirador sincero,
V. MÁRQUEZ BUSTILLOS.
INTRODUCCIÓN
Esta no es una biografía del General Juan Vicente Gómez, porque
dada la vida pública y privada del actual Comandante en Jefe de nuestro
Ejército y Presidente Electo de la República, múltiple en hechos y abundante en
sucesos, sería labor muy ardua describirla en las páginas de un libro. Nos
falta tiempo y alientos de escritor para realizar esa empresa y la satisfacción
de acometerla la dejamos para aquel de nuestros historiadores que en posesión
de esos recursos que a nosotros nos faltan pueda verificarla.
Pero sin duda que existe un vacío en los anaqueles donde
todo patriota venezolano amante de las letras coloca las obras que hablan de
sus conciudadanos beneméritos. Ese vacío intentamos llenarlo con este pequeño
volumen, hasta tanto el libro definitivo que se escriba acerca del mismo asunto
venga a sustituirlo. Aún cuando esto acontezca, nuestro humilde trabajo
continuará siendo útil, porque como está ceñido a la más rigurosa verdad en su parte
narrativa y al más imparcial espíritu de justicia en la exposición y comentario
de los hechos, él servirá al estudioso lector para comprobar la exactitud de
cuanto se diga y escriba acerca del General Gómez, y a la penumbra de las
bibliotecas en que sea colocado irán los admiradores de las glorias de este
auténtico pacificador de Venezuela a solicitarlo con ávida veneración y hasta
sus adversarios políticos irán a buscarlo para reconocer en nuestro biografiado
los méritos que la pasión del momento osó negarle.
Reseñar los actos que integran la vida de un hombre ilustre,
teniendo en mente no dejar al crítico motivos para redargüir juicios y
deducciones tachándolos de parciales o exagerados, es tarea bien difícil, y esa
dificultad aumenta si el hombre a quien nos referimos ha sido guerrero, estadista,
reformador, arbitro de la Administración Pública y Ductor de sus compatriotas
en una democracia inexperta por sus pocos años, y por tanto impetuosa, con
arrestos que no pocas veces la han hecho deponer el simbólico gorro de la
Libertad para ostentarse como la deidad tremenda que invocara nuestro Coto
Paúl: suelta la rebelde cabellera al viento y la antorcha de las furias en la
mano.
No obstante lo arduo del esfuerzo que hemos de emplear para
vencer tales obstáculos, emprendemos nuestra labor con fe absoluta en que los
superaremos hasta alcanzar la completa realización del propósito que nos guía,
y confiamos en que estas páginas resultarán lo que nosotros queremos que sean:
una fiel y compendiada relación de la vida del General Juan Vicente Gómez,
quien durante más de un decenio ha actuado en la vigorosa existencia de la democracia
venezolana con todos los atributos mencionados en el párrafo que antecede.
Para escribir esta semblanza hemos consultado testigos fehacientes,
irrecusables por su honorabilidad y por el conocimiento cabal que tienen de
cuanto aquí se narra; nos hemos documentado con publicaciones y manuscritos que
poseemos y que en toda época constituirán prueba plena de cómo no hemos mentido
ni llegado a incurrir en la falta de forjar leyendas contrarias a la equidad y
severo lenguaje de la historia.
En este esbozo biográfico presentamos al lector una veraz
relación de cuantos acontecimientos—prósperos o adversos—han influido en la
suerte del General Juan Vicente Gómez y determinado su elevación al puesto
culminante que ocupa entre sus conciudadanos. Desde su nacimiento en las cimas
del Ande hasta que vino a ocupar la silla capitolina, pasando por las
incontables peripecias que concurrieron a fortalecer su voluntad y su vocación
de luchador, está expuesta en el presente volumen la vida de este patriota cuya
talla bien podría caber en el molde de los hombres representativos de Carlyle.
¿Acaso porque digamos que el General Juan Vicente Gómez
puede escalar el olimpo de los héroes carlylianos hemos caído en la sirte que
nos prometíamos evitar y que consiste en mostrar como fabulosos los hechos
humanos?
Nó: entre los individuos que eleva a la categoría de héroes
el gran pensador inglés, hay quienes se abrieron camino hacia la gloria sin
otras armas que su perseverancia invencible, su noble deseo de ser útiles a sus
semejantes y las altas cualidades que poseyeron para ejercer el apostolado del
bien. Estas son las ejecutorias con que en buena lid el General Juan Vicente
Gómez se ha colocado al frente de los destinos de su pueblo, del mismo pueblo
que por medio del pensamiento y de la acción impulsó la libertad de un
Continente.
A poco de reflexionar en las actividades del íntegro ciudadano
que nos ocupa, puestas al servicio de la Patria, el orden lógico de las ideas
nos conduce a conceptuarlo dotado de cuantas virtudes integran a una
personalidad cabal. Sus hechos de guerrero y de Magistrado no se ciñen a esas
fórmulas de literatura vacua y declamatoria propias para crear el protagonista
de algún romance caballeresco, pero nulas para delinear el ente humano noble y fuerte
que se agita en los dramas reales del mundo y que, consciente de la parte que
le toca desempeñar en éstos, no siempre es el clásico desfacedor de agravios ni
el paladín sentimental que se enternece a la vista de todas las miserias terrenales.
Vencedor de cuantos ardides e intrigas pusieron en juego
sus adversarios en el intento de perderlo, el General Juan Vicente Gómez tuvo
suficiente grandeza de alma para perdonarlos y aun para pagar con favores y
negocios pingües el mal que algunos de éstos pretendieron hacerle, y al
proceder de esa manera, no guió su mente más que el deseo de consolidar la obra
de unir a la familia venezolana dándola altos ejemplos de tolerancia y de
generosidad. Pacificador del País en el más tremendo conflicto armado de
pasiones y de intereses que de media centuria para acá lo ha conmovido, aboga
por los vencidos ante el tribunal de venganzas implacables que erigió para
éstos la incontinencia de un gobernante ensoberbecido. Desterrado en largo
exilio de siete años, abre las alforjas que supo colmar de riquezas merced a
heroica constancia y trabajos inauditos en tierra extranjera, para que
encuentre en ellas el compañero menesteroso sustento y alegría que le permitan sobrellevar
su infortunio. Pero traicionado de nuevo por aquellos que cobijó con la
misericordia del perdón y a quienes devolvió en beneficios los agravios
recibidos, no vacila en infligirles condigno castigo. Mal entendida por la
mayoría de los caudillos que venció definitivamente en 1903 la magnanimidad con
que les llamó del extranjero para que vinieran a colaborar con él en puestos de
honor y de confianza a la rehabilitación nacional, su clemencia se torna en
rigor para hacerles sentir de nuevo la mano férrea que los dominara en una
larga lucha que duró diez y nueve meses y tuvo por estrado toda la extensión
del territorio venezolano. Recompensada con la más inicua ingratitud y con
monstruosa felonía la inmensa suma de servicios que prestó a un amigo hasta solidificarlo
en el Poder—que ya antes le había hecho adquirir merced a sacrificios y
esfuerzos inauditos,—no vacila, llegado el momento preciso, en someterlo al
justo anatema de su víctima—que era la nación entera—para que ésta lo condene
con fallo inapelable.
Esos son los rasgos principales del carácter del General Juan
Vicente Gómez y vamos a trazarlos con pluma viril y honrada, dándoles claros
lineamientos, pero sin ocurrir a matices ni a tintes extravagantes, buenos sólo
para siluetear un personaje de leyendas.
Los métodos modernos de escribir historia imponen al autor no sólo que sea probo, sincero y tenga conocimiento exacto de los hechos que narra, expone y comenta. Este debe también analizar esos hechos, considerar las circunstancias en que se verificaron, inquirir en los móviles a que debieron su origen, examinar las costumbres, índole e instituciones del pueblo en que se generaron y la naturaleza de la región en que éste vive. Estas y muchas condiciones más deben concurrir en el historiador verdadero. Sin pretender poseerlas todas en un grado perfecto—que por otra parte no lo requiere este limitado trabajo histórico que es únicamente una semblanza—sí tenemos la conciencia de estar debidamente preparados y documentados para producir una obra apreciable y que, como lo hemos dicho ya, es necesaria.
El General Juan Vicente Gómez se inició en la vida pública cuando Venezuela, después de largo período de paz, debido al triunfo de la revolución acaudillada por el General Guzmán Blanco y al talento y a la energía de éste, volvía fatalmente a sufrir los desastres de nuevas guerras intestinas. Pava la época se llegó a creer, con la fácil credulidad a que son tan susceptibles los pueblos como los individuos rodeados de un ambiente de prosperidad y bienestar común, que no se derramaría más sangre en contiendas fratricidas y que el régimen civil, establecido ya con los gobiernos de los doctores Rojas Paúl y Andueza Palacio, era una de las mayores garantías para evitar aquellos males. Prejuzgaba la candorosa confianza de los dirigentes de entonces que el militarismo é índole belicosa de los venezolanos habían amenguado merced a los hábitos de paz y de orden que metódica y gradualmente venían practicándose, y que tanta riqueza acumulada y el equilibrio de tantos intereses en acción eran parte muy principal a contribuir para que aquella situación fuera estable. El propio Presidente Doctor Andueza Palacio dio por respuesta a uno de sus amigos que le advirtió los peligros que podía acarrearle el plan de vigencia inmediata a las reformas constitucionales ya sancionadas, estas frases de campechano humorismo que son el mejor testimonio de aquella optimista credulidad: "Convénzase, aquí no pelean ahora ni los gallos; hay que traerlos de fuera".
Al estallar la Revolución de 1892 el General Gómez se
encontraba dedicado al trabajo por medio del cual había adquirido valioso
capital y una envidiable reputación que le granjeaban el respeto y el
acatamiento de sus conterráneos no obstante su juventud. En la diaria labor se había
acostumbrado a pensar y a proceder con el acierto y la experiencia que es raro
encontrar en un hombre de pocos años, y de ahí que resolviera tomar
participación en la lucha armada que se iniciaba, porque su buen sentido le
hizo reflexionar que no era el de la indiferencia el camino que debía seguir en
momentos en que la Patria reclamaba el concurso de sus hijos para el
restablecimiento del sosiego público y en que sus propios intereses le hacían
el mismo reclamo. Bien comprendió él que en la guerra no es alegando derechos
únicamente como se defiende lo que se posee, sino que es necesario también
repeler con la fuerza las agresiones de la fuerza.
Sentó plaza de combatiente en las filas del Ejército del
Gobierno que operaba en el Táchira el valiente a quien al discurrir del tiempo
correspondería la gloria de alcanzar lo que no vieron realizado las candorosas
esperanzas de los dirigentes de 1892. Él sí llegaría a hacer efectiva la paz de
la República, dominando de manera radical las ambiciones de todo linaje que
siempre animaron a los militares venezolanos a intentar empresas bélicas. Hasta
aquel año el General Juan Vicente Gómez fue sólo un civil con aptitudes
excepcionales para lograr éxito en el trabajo y en los negocios; un elemento
eficaz con que contaban los pueblos de la Cordillera en el sentido de
mantenerse en el rango que habían conquistado por medio de la industria y del
comercio. Las cualidades que él poseía en esta esfera de las actividades
humanas eran una revelación de las virtudes del guerrero y del administrador de
la cosa pública: dualidad que había menester el hombre que necesitaban aquellos
pueblos como brazo y mente en la cruzada que emprenderían para obtener un
superior rango político.
El sociólogo venezolano encontrará siempre fuente abundante
de estudios en cuanto se escriba relativo a la vida del General Juan Vicente
Gómez. A la luz de la ciencia tendrá en toda época que deducirse la siguiente
verdad histórica: después que los generales Guzmán Blanco y Joaquín Crespo, con
su temperamento de dominadores y por las circunstancias en que ejercieron el
poder, tuvieron que retrasar imperativamente la evolución democrática de
Venezuela hasta hacer de los Gobiernos fuertes una necesidad, no fueron sino un
ensayo platónico—de resultados negativos—las prácticas civilistas de las
Administraciones del doctor Vargas y el general Soublette revividas por el doctor
Rojas Paúl, como también, a la inversa, un brutal remedo del régimen férreo de
los Generales Páez y Monagas, las pretensiones del general Cipriano Castro de
llegar a los extremos del despotismo. Tenía que venir, como en efecto ha
venido, un orden de cosas moderador, que al garantizar el ejercicio lícito de
todo derecho y de toda libertad no permitiera nunca los excesos de la anarquía,
y el hombre requerido para presidir ese orden de cosas sería quien viniera a
demostrar más prudencia y serenidad al frente de los conflictos y problemas
nacionales que habían de suscitarse y más energía y rapidez para la acción
cuando los acontecimientos así lo demandaran. Sería quien en momentos de
desaliento general y de pronósticos pesimistas, herido de gravedad primero bajo
el fuego de los tenaces defensores de Carúpano y viendo después sus tropas diezmadas
ante los atrincheramientos de El Guapo, pudo decir a sus subalternos en ambas
ocasiones: "Esta sangre que derramo será para felicidad de mi
Patria". "Yo valgo por mil hombres para ganar esta batalla."
Sería, en suma, el General Juan Vicente Gómez.
Expuestas las ideas anteriores advertiremos al lector que
no vamos a ocurrir al socorrido expediente a que han ocurrido la mayoría de los
biógrafos venezolanos de desarrollar una tesis en vez de escribir historia.
Facilitaría nuestra labor, por ejemplo, proponernos implícitamente el siguiente
tema para luego discurrir acerca de él: "El General Juan Vicente Gómez; su
influencia en los destinos de Venezuela". Es evidente que podríamos llenar
páginas y páginas hablando del asunto, pero es también cierto que no
lograríamos el objeto que nos proponemos: traer a la publicidad palpitante de
interés, animada de soplo vital, sin rigideces retóricas ni pedantismos
dialécticos, jugosa y humana en fin, la narración de los sucesos que van a
solicitar al hacendado del Táchira en la placidez que le dan sus cosechas y la
paz de sus rebaños para llevarlo, por mandato de la Patria, a los azares de la
lucha;—que será menos terrible en los campamentos que entre las intrigas de los
palaciegos,—sucesos que en medio de trabajos y vicisitudes sin cuento lo
conducirán hasta rehabilitar a Venezuela con la potencia de su brazo y el tino
de sus pensamientos.
Cuando el general Cipriano Castro desapareció de la escena pública, confirmándose una vez más en nuestra historia política aquella célebre máxima de un pensador: es ley de toda tiranía engendrar la reacción que la ha de hundir en el abismo, el General Juan Vicente Gómez, por un sagrado cuanto ineludible deber para con la Nación y por propio dictado de su conciencia, tuvo que ser el Jefe de esta reacción. Desde ese momento adquirió más altos relieves su personalidad benemérita. A partir de entonces no es ya sólo del General cien veces victorioso de quien habremos de ocuparnos ni del repúblico que mantenía fijas en él todas las esperanzas y pendientes todas las voluntades de sus compatriotas desde la extinción del caudillismo venezolano con la última bala que se disparó en Ciudad Bolívar. Nuestra responsabilidad moral de autores acrece al comenzar a escribir tomando como punto de partida el magno acontecimiento del 19 de Diciembre de 1908, y con esa responsabilidad las dificultades que trataremos de superar para no incurrir en faltas de probidad histórica que puedan sugerirnos los sentimientos de arraigado y entusiasta partidarismo que nos vinculan a nuestro biografiado.
A efecto de que los juicios que emitamos acerca de los actos
del General Gómez como Magistrado y como Jefe de Causa, no se tachen de
parciales ni se califiquen de adventicios por la malignidad de algún lector, o
de exagerados por cualquiera otro a quien puedan dolerle los méritos ajenos,
hacemos constar reiteradamente que vamos a hablar el lenguaje augusto de la
verdad, pero que en historia—como acontece en toda obra humana—desde los
relatos mosaicos hasta los postulados de Taine, quienes se ocuparon en asunto
de tanta entidad tuvieron pasiones, peculiaridades en la manera de pensar,
facultades para analizar y sintetizar susceptibles al error, criterio propio, y
que, en resumen, fueron hombres. Si a esto se agrega que nos referiremos a
sucesos contemporáneos—en muchos de los cuales hemos sido espectadores cuando
no actores,—será manifiesta temeridad toda crítica de aquel linaje que recaiga
acerca de nuestro modesto trabajo.
Debe tomarse muy en cuenta que al asumir el General Juan
Vicente Gómez el carácter de Jefe de la evolución de Diciembre, se le encararon
serios problemas por resolver; entre éstos el que suscitaba un pueblo largo
tiempo despotizado que en cuestión de breves horas surgía de la atmósfera de
opresión que le asfixiaba a un ambiente de plena libertad. Afrontar serenamente
aquellos problemas cuando las multitudes impacientes demandaban medidas radicales
y hasta extremas; aguardar que las pasiones soliviantadas se calmaran para
lograr restablecer con fuerzas y elementos perturbadores tendientes a la
anarquía el equilibrio del organismo nacional—sometido a la inactividad por el
autoritarismo del General Cipriano Castro y a la caída de éste inexistente por
razones inversas—era empresa en que hubiera fallado la sabiduría y cálculos de cualquier
político profesional, pero en la cual salió airoso el General Gómez.
Diversos factores concurrieron a resultado tan halagador,
pero no todos hay que indagarlos en ese proceso latente—a veces inadvertido y a
veces ostensible—con que se desenvuelven las sociedades y que es en rigor a lo
que debe darse el nombre de evolución; tampoco en la común aspiración de los
venezolanos a eliminar de la escena pública el grotesco dominio que no obstante
ser una autocracia de farándula, gravitaba sobre ellos como han pesado las
satrapías sobre la multisecular indolencia del asiático. La mayor parte de esos
factores los creó el mismo General Juan Vicente Gómez al hacer revivir en sus
compatriotas, con su estupenda campaña de
Abiertas las cárceles que estaban repletas de presos políticos, franqueadas todas las fronteras del país para que retornaran al seno de la Patria todos los venezolanos desterrados, sin mordaza los órganos del pensamiento nacional para que ejercieran su apostolado, libertadas las industrias con la abolición de cuantos privilegios las entrababan, devueltas su majestad y prerrogativas a los intérpretes de la Ley y administradores de la Justicia, reanudadas las relaciones de cordial amistad con Naciones tradicionalmente vinculadas a Venezuela merced a los esfuerzos y labor de nuestra Cancillería que hizo nugatorios el fanfarrón y aventurero internacionalismo de Castro; con esas y muchas conquistas más es como inaugura su Gobierno el General Juan Vicente Gómez y como funda la Causa Rehabilitadora.
Dolorosa pero ineludiblemente tendremos que consignar en
las páginas de este libro, cómo algunos compatriotas con el uso inmoderado que
hicieron de los derechos y libertades readquiridos, dan motivo,—no a justificar
parte de los atentados del régimen proscrito, porque la iniquidad no se
justifica jamás,—pero sí a hacer confusas las reflexiones del filósofo de la
historia, en un grado tal, que le obliguen a remontarse a los lejanos orígenes
de la raza para establecer comparaciones entre los procedimientos inflexibles
de encomenderos y conquistadores, y los actos de violencia de un Cipriano
Castro.
Ya narraremos cómo el General Juan Vicente Gómez puso a
prueba los extremos de la paciencia y de la tolerancia, para no apartarse de su
propósito de conciliar los elementos perturbadores y anárquicos de que hemos
hablado y hacerlos factores de la Rehabilitación Nacional. Los hechos, con su
lógica irrebatible, nos dan material copioso para comprobar la realización de
ese propósito. Expondremos, primero que nada, la actitud del Magistrado consciente
de sus responsabilidades, oyendo la voz vindicadora de las multitudes y el
grito de una Némesis convulsa que se mezcla a aquella voz emitido por los
feriantes de la política. Él tendrá escuchas para los acentos clamorosos que surgen
del alma colectiva de los oprimidos y prudencia para calmar la algazara de los
agitadores. Él no optará por el expediente del Golpe de Estado que como fácil y
aparente le indica la hipócrita patriotería de éstos. Su camino es uno y lo
tiene trazado de antemano. Es el mismo en que se situó en los días sombríos de
la Conjura y en los no menos sombríos en que el propio general Castro le inducía
con aquella frase rencorosa: "Haga lo que le digan sus amigos" a
despojarse de una potestad legal tan bien adquirida. Es el amplio y firme
camino que le demarca la Constitución.
En el Capítulo correspondiente encontrará el lector de
este trabajo biográfico, cuidadosamente descritos y comentados con criterio
imparcial los actos del General Gómez, desde que expidió su célebre Alocución a
los Venezolanos el 20 de diciembre de 1908, hasta el 13 de agosto de 1909 en
que entró a ejercer la Presidencia Provisional de la República en virtud de lo
estatuido por las enmiendas y adiciones de la Constitución promulgadas el 5 del
mismo mes y año. Todos esos actos revelan una escrupulosa sumisión a la Ley y
un invariable y nunca desmentido propósito de hacerle el bien a sus
conciudadanos, propósito tan firme y generoso como lo revela el Decreto de 19
de abril de 1909, proclamando solemnemente la amnistía para los sucesos de
carácter político que se verificaron en el País el 13, 14 y 19 de diciembre del
año anterior. Esta medida de clemencia comprendía también a los hombres que se
prestaron para instrumentos del plan diabólico abortado en la gran fecha!!!
En los subsiguientes Capítulos de esta obra hacemos el recuento
del Gobierno Provisional que duró hasta el 19 de abril de 1909 y del
Constitucional que ejerció el General Gómez del 3 de junio de 1910 al 4 de
agosto de 1913, en que se separó de la Presidencia para declararse en campaña contra
los perturbadores del orden público en la segunda mitad de este año. Entre los
muchos aciertos y éxitos, así administrativos como políticos, de ambas épocas que
narramos y analizamos, están el Decreto sobre celebración del Centenario de la
Independencia—que contenía la disposición de convocar el Congreso Boliviano—el cumplimiento
de éste en todas sus partes, con fiestas y solemnidades magníficas, la
cancelación de la Deuda proveniente de los protocolos de Washington, el
levantamiento de nuestro Crédito interno y externo a un grado de prosperidad que
nunca había logrado, el desarrollo de las vías de comunicación en proporciones
tales que han colmado las esperanzas y las necesidades que siempre tuvieron nuestras
industrias y nuestro comercio en el particular, la venida de brazos y de
cuantioso capital extranjero al país por medio de empresas útiles halagadas por
la seguridad de la paz y la seriedad del Gobierno, las relaciones cordiales con
todos los pueblos amigos del Orbe, el estímulo y facilidades a los venezolanos
para que trabajaran, la tenaz y enérgica campaña contra la vagancia—que es el
antro en donde los aventureros políticos y los conspiradores de oficio recluían
sus servidores.—En resumen, al leer esos capítulos, hallará el lector expuestos
todos los bienes que hizo el General Juan Vicente Gómez a la Patria, durante
los períodos provisional y constitucional a que nos hemos referido.
Como al reseñar los actos de la Presidencia Provisional que se inauguró el 19 de abril de 1914 somos parcos, porque en nuestro carácter de autores de este libro no debemos referirnos a nosotros mismos, esta circunstancia requiere que declaremos en la presente introducción de la semblanza del General Gómez—sin que nos guíen sentimientos de hipócrita humildad por una parte ni por la otra de vana arrogancia—que si exponemos aquellos actos como sugeridos por el Jefe de la Causa, en lo que éstos tengan de buenos y dignos de aplauso, es por un deber de justicia y no por añadir méritos a nuestro biografiado, y que declaremos también de manera categórica, que no deje lugar a la más mínima duda, cómo en lo tocante a responsabilidades por esos actos—sean éstas las que fueren—no quiere decir aquel juicio que las rehuyamos: Son íntegras nuestras, porque los consejos que haya podido darnos la gran experiencia del Jefe de la Causa en asuntos públicos, siempre fueron solicitados por nosotros y, en consecuencia, no han podido ser nunca imposiciones, como podría imaginarse la suspicacia o la malignidad de lectores prevenidos.
Finaliza nuestro trabajo biográfico con todo lo pertinente a la obra insigne del General Gómez al frente del Ejército Nacional en su carácter de Comandante en Jefe del mismo, nombrado por el Congreso de Plenipotenciarios en la fecha antes citada del 19 de abril de 1914. Allí reseñamos cómo, desde ese día en que tomó posesión del alto cargo hasta hoy, ha sido él la firme garantía de esta paz saludable que venimos disfrutando, de esa paz que ya sabemos fue restablecida por su espada gloriosa en la jornada sangrienta pero heroica de Ciudad Bolívar, de esa paz que a mediados del 1913 salió él a defenderla dando cabal cumplimiento a esta breve Alocución que expidió entonces: "A los venezolanos!—Alterada la paz de la República por el General Cipriano Castro, salgo a campaña y voy a restablecer el orden público", de esa paz que es, junto con la majestad de la Ley y la imposición del Deber, objeto de veneración para el General Gómez, al que dedica en todo instante los esfuerzos de su gran voluntad.
CAPÍTULO 1
SUMARIO
Datos acerca de la región donde nació el General Juan Vicente Gómez.—Primera juventud de éste y su consagración al trabajo.—Riqueza del suelo en el Estado Táchira.—índole y costumbres de sus habitantes.—Ojeada histórica sobre este Estado.—Los progenitores del General Gómez.—Breve relación de la vida de ellos y de la educación que dieron a su hijo.—Comentario.
El General Juan Vicente Gómez nació en San Antonio del
Táchira, ciudad capital del Distrito de aquel Estado que lleva el nombre del
Libertador, porque de allá salió parte considerable de la hueste portentosa que
el año de 1813 trasmontó los Andes obedeciendo a la voluntad del Creador de
cinco Naciones y que, émula de los cartagineses de Aníbal y de los veteranos
del Gran Napoleón, pero no movida como aquéllos por propósitos de conquista
sino por un santo amor a la libertad, vino hasta Caracas, entre los acordes no
interrumpidos de una diana triunfal, cuyos ecos no se apagarán nunca en los ámbitos
de esta América. Fue en virtud de ese contingente aportado a la Guerra Magna,
en momentos de eclipse para el sentimiento de independencia por los reveses del
año anterior, por lo que el verbo de las maravillas calificó aquella ciudad
como noble y muy heroica.
Allí vino al mundo el General Gómez, precisamente el 24
de julio; la misma fecha en que naciera el Libertador, quien se expresó de San
Antonio del Táchira con aquellas frases irrecusables para el patriotismo
venezolano. En esa tierra que tan fecundas primicias diera a la Causa del
Continente, discurrió también la primera juventud del General Juan Vicente
Gómez, contraída al trabajo y a la obediencia de los consejos paternales. Desde
la niñez reveló él por sus actividades precoces y la docilidad con que se
sometía a las reglas y enseñanzas que le daban en su hogar, que sería después
el hombre infatigable y de excepcionales dotes para disciplinarse y hacer que
fueran disciplinados los demás, tanto en la vida de los campamentos como en los
afanes y las luchas del orden civil.
El Estado Táchira, en la actualidad uno de los veinte que
forman la unión venezolana, es de los más ricos en agricultura y comercio. Su
suelo abunda en productos minerales y aunque por su naturaleza es montañoso,
tiene apreciables extensiones para la cría y pastos de todas las especies de
ganados existentes en el país. Vastas haciendas en que se cultivan los frutos
mayores como los menores, cercanas a sus ciudades, pueblos y caseríos, son, junto
a otras pequeñas propiedades rurales, los veneros de bienestar que hacen en sus
habitantes desconocida la mendicidad. Allí no está ocioso ningún brazo, y como todos
trabajan, el pauperismo, con sus mil reatos que relajan cuando no envilecen el
carácter, está muy limitado. Holgazanes, viciosos y miserables son parásitos
sociales raros en aquella fértil y laboriosa porción de la República. Hay allí,
a semejanza de la prodigiosa cuenca del Nilo, dos cosechas al año.
La altivez de los hijos de esas montañas y su orgullo individual
y colectivo es característica. Un tachirense es capaz de cogerse a tiros—según
el expresivo lenguaje popular de ellos—con su contrincante, tan pronto como una
palabra deje siquiera entrever que quiere injuriársele; y como el pedazo de
tierra que laborea, la casa en que vive o el animal que posee le ha costado el
sudor de su frente adquirirlos, por la defensa de cualquiera de esas cosas arriesgará
sin miedo la vida, lo mismo que por el honor personal o por el de los suyos. La
delincuencia no se genera entre aquellas gentes viriles, por la ociosidad ni por
el vicio. La razón de esa altivez y de ese orgullo, así como de la bondad y
amor al trabajo que también individualizan al tachirense, hay que irla a
buscar, a más del medio ambiente en que existe, en su remota ascendencia de las
tribus precolombinas, a una de las cuales debe su nombre, pues, la etnología
venezolana nos enseña cómo los Táchiras, Mombunes, Oracás, Jirajaras y demás grupos
de aborígenes que poblaban aquellas comarcas, eran aguerridos y bravos al par
que laboriosos y buenos. Si a esto se agrega el componente hispano que vino a
prevalecer después de la conquista sobre los elementos que integran aquel
agregado humano, tendremos ya una noción bastante clara acerca del origen de la
índole y costumbres del pueblo en referencia.
Las eminentes cualidades que concurren en el General Juan Vicente Gómez, sin duda que se deben un tanto al hecho de haber nacido y haberse formado en una tierra en que el valor y la laboriosidad son ingénitos.
Inquiramos también en breve ojeada la faz que nos presenta
aquel pueblo estudiado en su historia política, porque esto importa, tanto como
las consideraciones que acabamos de hacer, mayor exactitud a esta semblanza y vigor
a la indispensable parte de doctrina en ella contenida.
Puede asegurarse, sin riesgo de incurrir en error, que el
espíritu de protesta a las exacciones y exclusivismos de los dirigentes
peninsulares de la Colonia—indicio de la superior y definitiva forma que
tomaría en la América meridional el sentimiento revolucionario que varió el
mundo político en el último tercio del siglo XVIII y en los comienzos del
XIX—tuvo expresión significativa en la actitud de los Comuneros del Socorro.
Ese movimiento fue secundado por los habitantes de la región que al discurrir del
tiempo vendría a ser la Provincia del Táchira, y para someterlos fue menester
que el Ayudante Mayor don Francisco de Alburquerque echara mano a los recursos de
la fuerza. Dominada entre éstos la justa rebelión, por el expediente de las
armas, quedó latente el deseo que los animara a sumarse a un acto de tendencias
revolucionarias y pasados veinte y nueve años dieron buena prueba de esto al
disgregarse de Maracaibo en 1810 y constituirse con Mérida en Provincia
autónoma para apoyar definitivamente la idea separatista iniciada en Caracas
por los patriotas del 19 de Abril. Al año siguiente, el Táchira tuvo
representación en el Congreso Constituyente que declaró la Independencia
absoluta de Venezuela por medio del acta del 5 de Julio; documento inmortal que
fue suscrito por su Diputado, el Doctor Manuel Vicente de Maya.
Durante largos años se vio sometido el Táchira, que tantos
recursos y suficientes ejecutorias tenía para adquirir rango político, a una
secundaria condición, pero en 1856 llegó a ser provincia separada y sancionado
el Pacto Fundamental de 1864 asumió el carácter de Estado independiente que
mantuvo hasta 1881, pues la efímera reforma de 1867 que lo anexaba al Zulia, no
pasó de ser un ensayo. Desde el citado año de 1881 formó parte del Estado Los
Andes con el nombre de sección, pero en 1899 readquirió la categoría de Entidad
Federal.
En el Táchira, como en los otros dos Estados de la Cordillera,
pero señaladamente en el primero, fue preconcebida, cuando no negativa y a
veces hostil la acción política de casi todos los gobiernos nacionales. En los
planes sistemáticos de dominación de los generales Antonio Guzmán Blanco y
Joaquín Crespo, cuyos móviles principales fueron el implantamiento de una paz
duradera por cuantos medios estuvieran a su alcance, entró el cálculo de evitar
que aquellos pueblos vigorosos ejercieran plenamente sus derechos, pues el
juicio perspicaz de aquellos gobernantes les advertía que a una intensa
actividad de las potentes fuerzas vivas que alientan en las comarcas andinas,
seguirían las consecuencias que vinieron a palparse en 1899. De allí que fuera
frecuente la delegación de poderes en personas que iban a la Cordillera a
desempeñar funciones similares a las de los procónsules romanos y que se
consintiera y aun se fomentase en los Andes, bajo el pretexto de acatamiento a
la autonomía seccional, la existencia de partidos locales y el predominio de
unos mismos y determinados hombres como dirigentes de la cosa pública y árbitros
de los destinos de un pueblo.
Enunciadas las sucintas consideraciones que anteceden y
que luego ampliaremos al referirnos al génesis de la revolución de 1899,
prosigamos nuestra narración.
Entre los hogares formados al calor de la patria
tachirense, ha sido ejemplar el que constituyeron, al amparo del cariño y de
las más señaladas virtudes domésticas, los esposos señor Pedro Cornelio Gómez y
señora Hermenegilda Chacón de Gómez.
Física y moralmente fuerte era el progenitor de nuestro biografiado,
como hijo de esa tierra en que la naturaleza no satisfecha de su exuberancia
forestal y agrícola, rasga el cielo con las cúspides del Agrias y brota de los peñascos
con las fuentes sanativas de Ureña. Todavía se le recuerda con gratitud en su
país nativo, pues fue hombre de bien en la acepción de la palabra y sus
prácticas y concepto del fin que ha de perseguir todo ser humano en la
existencia, no se ceñían sólo a esa sabia máxima que nos manda a vivir y dejar
vivir. Como algo más entendía don José Cornelio Gómez, el afán que nos guía a
ir tras de una felicidad siempre remota. Profesó por puros impulsos de su
índole aquel precepto de Job que es la más verdadera síntesis del pensamiento
filosófico antiguo : "La vida del hombre sobre la tierra no es de delicias
ni de reposo, sino de trabajos y sufrimientos constantes y sus días son como
los de un jornalero que se asalaria para trabajar". Pero en medio de la
cotidiana lucha y el estricto cumplimiento del deber, había también para él
esas satisfacciones que dan una excelente compañera y una prole buena y amante.
Como agricultor llegó a tener seguro el pan de los suyos y a gozar del desahogo
que brindan la constante labor, los hábitos de economía y el método. A su
muerte dejó modesto patrimonio a su familia, pero bienes morales invalorables y
la confió al cuidado tutelar del hijo que tanto habría de honrar su memoria y
que tan solícita y eficazmente lo sustituiría.
Sencilla y diligente, eminentemente virtuosa y buena fue doña Hermenegilda Chacón de Gómez. Practicó la caridad sin alardes porque era católica fervorosa, pero exenta de fanatismos y de ese linaje de orgullo farisaico tan común en las personas piadosas y que las mueve a olvidar aquella enseñanza del Divino Maestro: "que tu mano derecha ignore el bien que hace tu izquierda". El dinero que venía a sus manos la sirvió siempre para aliviar las desgracias del menesteroso y en todo momento rehuyó el pecado y procedió con el santo temor a Dios de que hablan los textos sagrados. Llena de fortaleza y de resignación en los días de prueba, cuando la solicitó la fortuna no cambió la sencillez de su vida ni la mansedumbre de su índole. Y conste que sufrió los más terribles dolores: la muerte del esposo amantísimo y la de uno de los valientes hijos que después de recia campaña en la que actuó como paladín esforzado, cayó para no levantarse más, víctima de cruel padecimiento adquirido en la guerra; los innumerables peligros afrontados por otro de sus hijos—el Adalid venezolano que llena las páginas de este libro,—peligros que se traducían en angustias y ansiedades tremendas para aquella madre excelente. Pero la Providencia premió tales dolores y tan altos méritos. Los últimos años de ella transcurrieron serenos a las faldas de este Ávila que la recordaba las cumbres nativas o en las playas de ese mar nuestro, cuya serenidad y grandeza la atraían por esa simpatía que une a los seres y a las cosas cuando son afines. En las plácidas auroras de Caracas o en los tranquilos crepúsculos de Macuto, cuidada con solícito amor por sus hijos y sus nietos, que no pensaban sino en prolongar aquella cara y venerable existencia y entre los agasajos y acatamiento de una sociedad que aquilataba sus virtudes y que en parte la rendía estos homenajes como tributo debido a la madre de su rehabilitador, ella vio discurrir sus días de encumbramiento ajena a todo fausto y ostentación, oculta siempre con sincera modestia en la penumbra de su hogar, desde donde irradiaba a los hogares en pobreza efluvios consoladores de caridad que la satisfacían tanto como la eran indiferentes la magnificencias del poder.
Tales fueron los progenitores del General Juan Vicente Gómez,
sus maestros y quiénes cultivaron el carácter sin debilidades ni dobleces que
posee y merced al cual ha podido acometer y realizar empresas muy altas.
En este primer Capítulo de la presente semblanza no hemos hecho otra cosa que esbozar el cuadro de la infancia y edad adolescente del General Gómez, yendo a solicitar en las condiciones del lugar que fue su cuna —así étnicas como históricas—y en el medio ambiente en que se formara, los factores que después influyeron en la vida del estadista y del guerrero para abrirle el camino de sus triunfos. Aparentes digresiones, pero en el fondo disquisición de los hechos y de sus orígenes y consecuencias son algunos de los párrafos aquí escritos. Estos reaparecerán ampliados en los capítulos siguientes y entonces le será fácil al lector ver cómo están rigurosamente concatenados a la acción central de esta obra.
CAPÍTULO 2
SUMARIO
Educación del General Gómez.—Su vocación militar.—Prosperidad que logró por medio del trabajo.—Sus primeros servicios militares.—Gobierno del Doctor R. Andueza Palacio.—Revolución de 1892.—Parte que tomó la entonces Sección Táchira en la lucha.—Origen y consecuencias de aquella Revolución.—Se inicia el Gobierno del General Joaquín Crespo.—Exilio del General Gómez y de sus compañeros de armas.—El se rehace de las pérdidas materiales que sufrió en la guerra.—Relaciones importantes que adquirió en Colombia y fundación allí de la hacienda Buenos Aires. —Comentario.
El General Gómez se educó en las santas prácticas del trabajo
y el fiel cumplimiento del deber. Al ocuparse de administrar los bienes que
dejara su padre lo hizo con una experiencia superior a su edad; la experiencia
lograda en la compañía de aquel hombre ejemplar que nunca estuvo inactivo y que
cumplió siempre ese precepto más antiguo que el Decálogo, el cual nos manda a
ganar el sustento con el sudor de nuestras frentes. Al lado del autor de sus días
se educó de niño en esos usos y principios que son los de la sana moral, y
cuando aquél pagó su tributo final a la naturaleza, el joven Juan Vicente Gómez
continuó en una esfera más extensa su aprendizaje positivo de la misión que
corresponde al ser humano llenar en la vida. Al ocurrirle la tremenda desgracia
de perder a quién a más de su progenitor había sido su maestro infalible, se colocó
al frente del modesto patrimonio legado, con la misma serena confianza y valor
con que un subalterno que ama a su superior y que tiene la seguridad de
imitarle, ocupa su puesto al verlo caer en el campo de batalla. Su madre y
hermanos no conocieron esa faz amarga de la viudez y la orfandad formada de
angustias y necesidades por el problema económico de la existencia y por la
perplejidad en que queda una familia al faltarle el rector de sus actos. Las
previsiones de aquel esposo y padre excelente no resultaron fallidas, pues, si
dejó herencia de bienes materiales y morales, junto con ésta dejó la persona
cabal que habría de substituirlo como administrador, guía y celoso guardián de
aquellos bienes.
En la vida civil manifestó el General Gómez estar en posesión
de todas las condiciones requeridas para la vida militar. Su temperamento de
hombre de acción se reveló desde los primeros años y cuando sus demás
compañeros de infancia se dedicaban a juegos y pasatiempos, él se adiestraba en
la equitación y tomaba parte en las faenas y labores que se practicaban en la
propiedad agrícola de que era dueño su padre. Era el auxiliar y el compañero de
éste para vigilar entre los servidores de aquella propiedad, que cada uno
cumpliera con sus obligaciones y que existiera orden y método en el trabajo y
en la conducta de quienes lo practicaban. Las más recias fatigas no lo abatían
y hacía lo que pudiera hacer cualquiera de aquellos hombres vigorosos, curtidos
por las inclemencias del tiempo y de músculos de acero como lo son la mayoría de
los labriegos andinos. No obstante ser un niño sabía mandar y hacerse obedecer,
y en la casa, en el campo o en la escuela su recreación favorita eran los
relatos de nuestras hazañas guerreras. Su inclinación era muy definida: optaría
por la profesión de las armas tan pronto como se le presentara oportunidad para
poner en evidencia la vocación y grande energía de que estaba dotado por la
naturaleza. Esa oportunidad advino al estallar la Revolución de 1892, de la
cual vamos a ocuparnos en breve.
Los modestos bienes patrimoniales a cuyo frente vimos ponerse
al General Gómez y los adquiridos por él merced a incesantes trabajos, llegaron
a una envidiable prosperidad para la época a que nos referimos. Puede decirse
que él era contado entre los ricos propietarios del Estado en aquel tiempo en
que los altos precios que llegó a adquirir el principal de nuestros frutos
mayores eran, como ahora, excepcionales y en que el Táchira rivalizaba con
Carabobo y Miranda como productor de café. La agricultura y también el comercio
dieron capital positivo al General Gómez, así como su honradez a toda prueba le
dio un crédito inmenso que le abrieron los más acaudalados negociantes de la
Cordillera, del Zulia y aun los de los Estados de Colombia fronterizos a
Venezuela. Desde entonces era proverbial entre sus paisanos la generosidad del
General Gómez para hacer favores, quien sin embargo de ser económico y metódico
en sus gastos, hasta el punto de no hacer ninguno superfluo en su persona ni
permitirlo en los suyos, sabía invertir el dinero para auxiliar a los que lo
necesitaban, como siempre lo ha hecho. Fueron muchos los pequeños
terratenientes salvados por él de las garras de la usura con oportunos recursos
y muchos los braceros sin labor a quienes facilitó trabajo y los medios para
que llegaran a tener tierra propia. Ningún amigo que llegara a él en angustias
económicas se retiró con las manos vacías. Gómez, rico hacendado del Táchira, tenía
las mismas cualidades que el actual Jefe de la Causa Rehabilitadora. Aquella
prosperidad tan legítimamente y con tantos esfuerzos obtenida fue una de las
bases sobre las cuales se desenvolverían los destinos futuros del Guerrero y
del Estadista. Su figura comienza a destacarse prestigiosa en los días que
narramos, con esa simpatía avasalladora que se ganan por sus buenas acciones aquellos
que teniendo manera de practicarlas no las regatean.
El conflicto armado, generalmente conocido con el nombre de guerra del legalismo, encontró al General Gómez al frente de sus intereses que habían llegado a ser de cuantía según lo mencionamos en el párrafo arriba escrito. Él no pudo permanecer indiferente ante aquella calamidad inevitable que sobrevenía a la Patria, pues bien comprendió, con su característico buen sentido, que cruzarse de brazos en tales momentos hubiera sido una debilidad—cuando menos—y su temperamento de hombre de acción, la guarda de su valiosa hacienda y sobre todo, su noble deseo de que la paz se restableciera cuanto antes, lo llevaron a los campamentos. Con un numeroso cuerpo de voluntarios, formado con los trabajadores de sus fincas se incorporó al Ejército Nacional que mandaba el General José María González; y a poco de entrar en campaña era,—en marzo de 1892—Comisario del Ejército, puesto que obtuvo como recompensa a su valor heroico y a su actividad insuperable. Grandes y eficaces servicios prestó el entonces Coronel Juan Vicente Gómez a la Causa en que se había afiliado. En la cruenta batalla del Topón se batió denodada y bizarramente hasta ser uno de los más bravos oficiales que decidieron del triunfo obtenido allí por el ejército en que militaba. A los pocos días de esta victoria, fue con los suyos a pelear reciamente en la defensa de Táriba, atacada por un numeroso contingente de tropas enemigas bajo el mando del general Espíritu Santos Morales. La batalla duró dos días y como era tan reñida, que ambos adversarios llegaron a los choques cuerpo a cuerpo, ocurrió que el Coronel Gómez con su habitual impetuosidad se metió en donde más recio se peleaba y se vio circundado de adversarios, mas lo salvó su sangre fría, pues logró confundir a los contrarios, con hábil e imperturbable serenidad, hasta hacerles creer que pertenecía a las filas de ellos. Pero su intervención esforzada al éxito de la campaña alcanzado por la hueste a que pertenecía, no se concretó sólo a jugarse la vida temerariamente en los combates y a aportar los conocimientos que le eran familiares de organización, disciplina y práctica del terreno en que se operaba. Entre los más señalados servicios que prestó a aquel ejército fue el de no dejarlo carecer de dinero ni de otros recursos para su aprovisionamiento. Acerca de este particular mencionaremos un dato que va a probar de manera elocuente dos verdades: la cooperación eficaz que aportó nuestro biografiado a la defensa del Gobierno en el Táchira durante la guerra de 1892, y la fe que siempre ha inspirado la palabra de él, en todos los momentos de su vida. Para los días a que hemos llegado en nuestra narración, a las tropas en que militaba el entonces Coronel Gómez, no les faltó nada, porque si es cierto que el Gobierno al cual servían estaba en la imposibilidad de mandarles fondos, el comercio del Táchira se los suplía únicamente con el requisito de que saliera responsable por su reintegro el que es hoy día creador del inmenso crédito que goza Venezuela, y era en aquella época, un hombre a quien no obstante sus pocos años y su condición de guerrero, sus ricos paisanos le entregaban gustosos todo el dinero que bajo su palabra se comprometía a devolverles.
La guerra en que con tanto suceso comenzó a destacarse el General Gómez en la carrera de las armas se hizo, como es sabido, para derrocar el Gobierno del Doctor R. Andueza Palacio. Veamos lo que fue aquel Gobierno. El ciudadano que lo presidía era un político de escuela y de méritos: orador parlamentario de primera fuerza, abogado, amplio de miras en lo que atañe a la realización del Derecho Constitucional hasta el punto de no tener fe en la eficacia de los principios de esta ciencia, aplicados en el medio ambiente de la vida pública nacional, pues habiendo sido en ocasiones anteriores Ministro, Miembro del Congreso y otra vez candidato a la Suprema Magistratura, por experiencia propia adquirida en su en sus luchas y también en las decepciones sufridas como frecuente actor en la política de aquellos tiempos, llegó a profesar opiniones acerca de la materia que nada tenían de rigoristas. Sucesor del Presidente Rojas Paúl, como candidato de última hora, después de un debate eleccionario en que se postularon los nombres de los generales Raimundo Fonseca y Juan Bautista Araujo—representantes del tradicionalismo militar—y los del Doctor Jesús Muñoz Tébar y otros, se reafirmó en tales opiniones y no obstante las tendencias de civilismo a las cuales debió su exaltación al Poder, reaccionó primero contra toda influencia que pudiera tener su antecesor en los sucesos públicos y ya para finalizar el período de su gobierno, no vaciló en ir contra sus propias ideas y convicciones, rodeándose de elementos muy definidos del caudillaje venezolano y poniéndose en evidente antagonismo con sus antecedentes y actos de Magistrado civil. Sus procedimientos administrativos y políticos fueron la natural consecuencia de aquel criterio que prevalecía en él. Pero sería injusto negar que gobernó a contentamiento de las mayorías nacionales. Amigo del fausto prodigó el dinero y permitió que lo prodigaran sus colaboradores. Si no llegó a la bancarrota fiscal, ello fue debido a que el Tesoro abundó siempre en entradas, porque el país disfrutaba entonces de la circulación de los millones traídos del Exterior para invertirlos en la costosa obra del ferrocarril de Caracas a Valencia y de cuantiosos ingresos que nos importaban los altos precios que llegó a alcanzar el café. Si a estos factores se agregan las excelentes condiciones económicas en que estaba Venezuela, debidas a una larga época de paz, tendremos la razón clara de por qué el Gobierno Doctor Andueza Palacio, a pesar de sus liberalidades, dispuso de hacienda pública capaz de soportarlas, floreciente estado del País y el respeto a los derechos y a las garantías de los ciudadanos que hubo casi todo el período constitucional de aquel Gobernante que ameritan el fallo favorable de la Historia. Respecto de lo hecho por el Doctor Andueza Palacio con el obstruccionismo que ejerció sobre el Congreso que debía elegirle sucesor y de las consecuencias de ese hecho, vamos a ocuparnos en los párrafos siguientes.
La Revolución que estalló en Venezuela, encabezada por el general Joaquín Crespo, en febrero de 1892, tuvo por bandera la protesta contra aquel acto del Doctor Andueza Palacio y la oposición a sus planes tendientes a que entrara en vigencia inmediata la Constitución reformada un año antes. En Chile había sobrevenido, hacía poco, un conflicto armado similar en causas a este de Venezuela y sus resultados fueron el rápido derrocamiento del Presidente Don José Manuel Balmaceda. Este ejemplo contribuyó en parte, como estímulo alentador, para que los elementos disidentes se enfrentaran al Doctor Andueza Palacio e hicieran frustránea la realización de sus propósitos. La Nación se dividió en dos grandes bandos contendores, tomando participación en éstos todos los venezolanos, con excepciones contadas. Ya hemos mencionado cómo el General Gómez, por los motivos poderosos que esbozamos antes y que luego expondremos ampliamente, tomó servicio militar para defender el Gobierno existente, y mencionaremos ahora cómo la Sección Táchira, en su mayoría, también lo defendió.
La paz disfrutada hasta entonces, aunque reafirmada durante
más de un decenio, era la clásica paz octaviana legada a un pueblo por
las concepciones geniales de aquel afamado político y dominador que se llamó
Guzmán Blanco. Pudo mantenerse merced a las habilidades y cálculos de estadista
puestos en juego por el Doctor Rojas Paúl, pero cuando fuera menester probar la
solidez de sus bases y la seguridad de sus defensas, los gritos de desesperación
del romano, al saber aniquiladas las legiones de Varo, se repetirían a través
de los siglos y entre las gentes de un mundo nuevo. No fue aquella, a la
verdad, la paz de que gozamos al presente, alcanzada primero por la espada del General
Gómez junto con el grandioso e inmarchito laurel que conquistó en Ciudad
Bolívar, y en los diez años que ya han trascurrido, radicada en el alma y en la
estructura nacional, y no con elementos perecederos como aquéllos empleados por
los hombres del Septenio y de la Concordia, pero sí por medio de condiciones de
salud y de vida, cuya destrucción es imposible, porque la Historia, con sus
actuales enseñanzas, nos está demostrando que ya los pueblos ni pueden ser
destruidos ni son suicidas.
Aquella guerra, que se desató haciendo fallar la teórica y candorosa creencia de los dirigentes de entonces y los pronósticos de la generalidad, venía preparándose, latente y pertinaz como el morbo que ni el ojo del clínico ni el organismo aparentemente sano y robusto del paciente perciben sino al hacer irrupción en acceso tanto más fuerte cuanto más inesperado. Los hombres aptos para prever el drama de sangre que se avecinaba eran juzgados por el criterio oficial que prevalecía, como augures sombríos, cuando no como pesimistas malhallados con aquel orden de cosas próspero. Uno de ellos fue a quien presentamos en la introducción de esta obra, haciendo advertencias acerca del particular a su amigo, el entonces Presidente de la República; advertencias contestadas con aquella frase: "Convénzase, ya aquí no pelean ni los gallos. Hay que traerlos de fuera".
Proteico ha sido el espíritu de revueltas en estos
pueblos ibero-americanos. Fruto de gérmenes tan típicos como lo fueron el
ímpetu e indomable constancia de los conquistadores y la fiereza heroica con
que contendían las tribus precolombinas unas contra otras y con que se
opusieron al invasor hispano, para él no ha habido ligamentos suficientes, y a
las conveniencias del orden, a las previsiones de la política, al dédalo de
disposiciones legislativas dictadas con el fin de contenerlo, ha opuesto la resistencia
de raigambres profundas que no pueden arrancarse sin lesionar el alma de la
raza, porque hasta ella penetran sus adherencias. Transformar esa energía in
coercible en fuente perenne de vida, tal como ha sabido hacerlo en algunas de
nuestras repúblicas hermanas la obra paciente y metódica de sus pensadores y de
sus hombres de acción y como lo está verificando entre nosotros el patriota que
dá asunto a este esbozo biográfico, fue lo que no acertaron a realizar la
fuerza de los dominadores, ni el arte y la ciencia de los políticos que
rigieron los destinos de Venezuela desde la desintegración de Colombia hasta
las postrimerías de 1908.
Halló fácil el Doctor Andueza Palacio aventurarse en el camino que con tanto insuceso tomó el General José Tadeo Monagas en 1857, halagado como aquél por una popularidad más ficticia que real y creyendo contar—como lo dijo en el Manifiesto con que consumó el golpe de Estado,— con todas las fuerzas vivas de la Nación. Pero parte de sus cálculos quedaron fallidos pronto y tuvo que hacerle frente a una serie de dificultades que inmediatamente se le presentaron y que a medida que se prolongó la lucha irían complicándose y adquiriendo magnitud hasta obligarlo a salir del País el 17 de junio de 1892, por la presión que ejercieron sobre él, no tanto los adversarios como los jefes militares en quienes tenía mayor confianza y esperanzas y que estaban más cercanos a su persona. El General Joaquín Crespo se puso en armas, proclamado Caudillo de la Revolución y tremolando en sus manos la bandera que le dio el Congreso. Bajo esa bandera se agruparon antiguos y prestigiosos elementos del militarismo venezolano con sus respectivos contingentes y la opinión se dividió en los dos grandes bandos a que nos referimos antes, los cuales defendieron tenaz y valientemente sus causas respectivas, creyendo cada uno de buena fe, como era natural, tener la justicia de su parte.
Ya narramos cómo el General Gómez intervino en aquella
guerra, y después de reseñarla sucintamente desde su origen hasta su fin, en
incursión histórica indispensable al método adoptado para escribir esta
semblanza, volvemos al lugar donde actuaban el bizarro Coronel gobiernista y
sus valerosos conmilitones. Dijimos que la entonces Sección Táchira, en su
mayoría, fue contraria a la Revolución del 92. La razón de la actitud de ese
pueblo hay que investigarla en sus antecedentes políticos, en la plenitud del
desarrollo de sus industrias y de su comercio, en la fertilidad exuberante de
su suelo, y la bondad de su clima, que tanto contribuyen allí a la intensa
vitalidad del espíritu público y de las iniciativas individuales; en sus
aspiraciones a llevar fuera de sus límites geográficos el excedente de esa vitalidad
estancado allí por los recelos y los prejuicios de una mal entendida política
nacional, y en todo ese conjunto de circunstancias y condiciones que solicitan
a las colectividades como a los hombres, en un momento dado de su existencia,
para que se desenvuelvan mejor y determinen un nuevo rumbo a sus destinos. La
estabilidad de la paz bajo un régimen civil, libre de aquellos recelos,
prometía al Táchira—mejor que las aventuras revolucionarias—la realización de
sus deseos, y garantizar la efectividad de esa promesa entró en los planes del
Doctor Andueza Palacio. De ahí que hijos de esa región tan responsables de sus
actos y acatados por sus conterráneos como lo era el General Gómez, empuñaran la
espada para defender con ésta, por irresistible impulso patriótico, los ideales
cuya conquista se aplazaría si la avalancha revolucionaria arrollaba aquel
orden de cosas.
Es muy significativo que la carrera pública del General Gómez
comience en el preciso momento en que el Táchira se apresta a hacer holocaustos
de sangre y de riqueza en demanda del rango que le corresponde y que ya han obtenido
otros pueblos de Occidente, del Centro y del Oriente de la República. La guarda
de sus intereses particulares; la defensa de aquellos caros ideales a que nos venimos
contrayendo y el amor a la Patria colocan en el cruento escenario de la lucha a
aquél que hasta entonces había sido un fervoroso idólatra de la paz. Pero es
que no obstante este culto rendido con obras y no con palabras a esa deidad
bienhechora, dentro de su pecho latía en aquella ocasión, como late hoy, un
corazón impetuoso de guerrero. Bien pudo la facultad reflexiva—que tanto predomina
en este gran carácter—hacerlo adorador sincero del orden y del sosiego mientras
no vibrara el primer eco de un clarín bélico, porque esa sería la señal que aguardaba
su vehemente vocación para conducirlo al terreno de los combates a mandar
soldados, a arriesgar la vida haciendo que los demás la arriesgaran por ese
poder maravilloso que tiene el valor de trasmitirse como un contagio y para
infundir, finalmente, en sus subalternos, el entusiasmo que es el impulsor de
todos los éxitos y la disciplina que es el secreto para consolidarlos.
Las tropas tachirenses se batieron incesantemente en el
transcurso de tiempo que duró la guerra y su denuedo las redimió de la
vergüenza y el dolor de la derrota, pero no pasó de la misma manera con los
demás ejércitos que se opusieron a la Revolución y ésta, después de sus últimos
y ruidosos triunfos de Villa de Cura y Los Colorados, entró victoriosa a
Caracas a principios de octubre del propio año en que estalló.
El General Crespo inauguró su gobierno animado de ideas
generosas para con los vencidos, porque tenía una bien sentada reputación de
liberal y confianza en los recursos de la clemencia, como medio moderador de
las pasiones que exacerba la guerra. Sin embargo, esas pasiones, apoderadas de
algunos de los hombres que lo habían acompañado en los campamentos y que eran
de su intimidad y de su consejo, tuvieron influencia suficiente para hacer que
ordenara el embargo de las propiedades de los vencidos. Efímera fue la
draconiana disposición, porque el espíritu de magnanimidad del Caudillo,
solicitado por el criterio de la mayoría reflexiva de los Constituyentes de
1893, rectificó aquel error inicial y prohijó gustoso el Decreto de amnistía
expedido por éstos. En los debates a que dio lugar esta amnistía, se señaló
como jefe de la minoría intransigente de la Cámara, el general José Manuel
Hernández, corifeo que había sido de la Revolución en Guayana.
El general Crespo, durante la época de su gobierno, se
vería en la necesidad de fluctuar entre esas dos tendencias que se manifestaran
tan temprano en el seno de la causa vencedora; y como por su educación política
y también por su índole, tenía muchos rasgos de afinidad con el general Guzmán
Blanco, a cuyas prácticas de dominador había servido antes con entusiasmo y
fidelidad, no siempre obedecieron sus actos a la tendencia moderadora. De ahí
tenemos que se dejara halagar por la Circe de los partidos, y que la noble
aspiración de los ideólogos que le dieron bandera esplendorosa para el triunfo,
se viera en parte defraudada. Unas veces, tolerante y austero, dejaba de ser el
llanero impetuoso para obrar como el paladín que había sido de la República, y
otras, la fatalidad de los atavismos y la escuela de autocracia en que se
formara, lo exhibían intransigente y desdeñoso ante los reclamos populares.
Victoriosa ya en Caracas la revolución contra la cual luchara
tan esforzadamente el General Gómez, como la casi totalidad de los tachirenses,
él pasó con los que habían sido sus compañeros de armas, la frontera de la
Patria, para ir a aguardar, en siete largos años de destierro, nueva
oportunidad para contender por sus ideales que no quedaban destruidos, pues más
bien se posesionaron de aquellas almas varoniles con mayor entusiasmo y fe; la fe
y el entusiasmo que, si son positivas virtudes, es puestas a prueba en
circunstancias adversas, porque es entonces cuando se exaltan y magnifican
hasta producir en la trama de las contingencias humanas resultados
verdaderamente prodigiosos. La realización del ideal de un Táchira autónomo,
por cuyo suceso inmediato pelearon aquellos valientes, y todavía más, la
realización del sueño de un Táchira preeminente como no lo fue el surgido de la
Constitución del 64, que diera a sus hijos la gloria hasta aquel tiempo no
alcanzada, de alternar con los demás venezolanos en el ejercicio de las altas
dignidades y honores de la República, advendría, porque entre aquellos soldados
que se iban a suelo extraño con banderas desplegadas, estaba el brillante
oficial de la defensa de Táriba, que llegada la hora, organizaría campañas
sorprendentes y se revelaría en esa dualidad estupenda que lo ha constituido en
Caudillo de la Paz y de la Guerra.
La contienda armada de 1892 que dio merecida reputación militar
al General Gómez, fue en cambio funesta para sus cuantiosos intereses. Algo
menos de un millón de bolívares experimentó en pérdidas, pues, las tropas
revolucionarias saquearon sus propiedades que habían llegado a un estado
floreciente de prosperidad, merced a la asidua e inteligente consagración al
trabajo con que las venía administrando personalmente nuestro biografiado.
Sus ricas cosechas de aquel año se perdieron íntegras, la
gran cantidad de reses que pastaba en aquellas propiedades desaparecieron, lo
mismo que mercancías y dinero efectivo que él tenía depositados para emplearlos
en el comercio.
Pero ante aquel desastre que hubiera significado la ruina
definitiva para cualquiera, el General Juan Vicente Gómez se reveló con la
misma firmeza de corazón y grandeza de espíritu con que años después había de
abrirse camino, por entre todos los obstáculos y en medio de las más terribles
luchas, hasta cumplir su misión de rehabilitar a Venezuela. Algo le quedó de
todos aquellos bienes materiales, y superiores a éstos, poseía una fortuna que
no le pudieron arrebatar sus adversarios políticos ni el furor de las pasiones:
su honradez sin tacha unida a su férrea voluntad, y a sus excepcionales
aptitudes para producir riqueza. Ya vimos cuanto era la solidez de su crédito,
al reseñar cómo los comerciantes del Táchira suplieron fondos al ejército en
que formaba parte, con la sola condición de que saliera él de fiador por la
restitución de tales suplementos.
En su destierro se estableció en el Departamento de Cúcuta,
donde es activo el comercio y pingüe la agricultura. Los Vados, lugar de ese
Departamento de la República hermana, que está vecino a nuestra frontera, fue
el elegido por el General Gómez para comenzar de nuevo a trabajar. Siete años
duró ese destierro y en este espacio de tiempo relativamente corto, no sólo
readquirió el equivalente de cuanto le habían arrebatado los revolucionarios de
su patria en 1892, sino que llegó a poseer más de lo que tenía antes de aquella
fecha, no obstante haber sido durante esos siete años la providencia de todos
los asilados a quienes, en su mayor parte, sostuvo de su peculio y los mantuvo
a su lado esperando la oportunidad que debía advenir de volver al suelo nativo.
En aquella tierra que recompensó con noble hospitalidad al venezolano que no se
domicilió en ella como parásito sino como elemento de orden y de progreso, está
todavía una magnífica hacienda formada por el General Juan Vicente Gómez y a la
que dio el significativo nombre de "Buenos Aires", en testimonio de
gratitud hacia el país que tan propicio había sido a sus éxitos de luchador.
Naturalmente, en una región donde había sido beneficiosa su estada y donde
vivió honorablemente con los suyos, fueron muchos los amigos que logró, entre
éstos eminentes hijos de Colombia.
Aquel desterrado altivo que en vez de acogerse a la misericordia
del vencedor, o entrar, pasado el tiempo, en componendas políticas, optó por el
camino decoroso aunque lleno de dificultades de abandonar esos afectos que
tanto vinculan a los hombres y que son los que se profesan a los intereses bien
adquiridos y que con esos intereses dejaba la patria: una patria que en el
dolor tenía que serle más cara que en la dicha; aquel desterrado se impuso en
el ánimo de sus conterráneos por la elevación del carácter, por sus
antecedentes de honorabilidad tan cabalmente refrendados en aquella época de
pruebas, por sus aptitudes excepcionales que le habían permitido superar todo
linaje de obstáculos para exhibirlo, no como el proscrito que debe a la
compasión de gentes hospitalarias la merced de poder subsistir, sino como el
hombre potente a quien nada ni nadie abate porque posee las dos fuerzas capaces
de allanar montañas: la perseverancia en grado heroico y la confianza en sí
mismo para la cual no tienen vallas ni el fracaso ni la fatalidad.
En este Capítulo II de la semblanza del General Juan Vicente Gómez, hemos narrado su iniciación en la vida pública. Tal vez vanidad de autor, quizá ufanía de quien rinde la primera jornada en una labor difícil, pero sin duda, convencimiento de haber sido sinceros, es el sentimiento que nos mueve a consignar la siguiente afirmación: en las páginas de este capítulo no hay relatos fantasiosos ni juicios apasionados. Las personas no son aquí—ni lo serán en las próximas partes de este libro—héroes de leyenda o actores truculentos de tragedia; son hombres, son venezolanos, y unas veces con error y otras con acierto, pero siempre como humanos, sirvieron a su Patria. El General Gómez—cuya semblanza escribimos—es, en las páginas que acaban de leerse, la figura expectante de las aspiraciones de un pueblo, si supusiéramos verdadera la ficción de los predestinados, él sería uno de éstos. Los Generales Guzmán Blanco y Crespo, así como el Doctor Andueza Palacio son Magistrados que tienen en el encadenamiento fortuito de los sucesos, la responsabilidad que como tales les corresponde en la Historia. No ha sido nuestro intento condenar o justificar sus hechos. Ambiciosos, violentos y transgresores, pero también animados de generosidad, moderados y obedientes a la ley—que todo eso fueron—así los hacemos aparecer en estos párrafos.
CAPÍTULO 3
SUMARIO
Término de la Administración del general Joaquín Crespo.—Oposición latente que existía en el Táchira a la política nacional.—Elección del general Ignacio Andrade para Presidente Constitucional de la República. Estalla en Queipa la Revolución acaudillada por el general José Manuel Hernández.—Muere el general Crespo combatiéndola.—Evolución política para devolver su autonomía a los 20 antiguos Estados de la Federación Venezolana.—Alzamiento del general Ramón Guerra.—Revolución de 1899.—El General Juan Vicente Gómez es el alma y el nervio de aquella Revolución.— Génesis de ésta y su triunfo.—Muere en Caracas el bizarro Coronel Aníbal Gómez.—Defección del general José Manuel Hernández.—Nombramiento del General Gómez para Gobernador del Distrito Federal.—Pasa a desempeñar la Jefatura Civil y Militar del Estado Táchira.—Concilia allí los círculos locales y recompensa a las familias de los valientes que ofrendaron sus vidas por el triunfo de la Revolución.—Es nombrado Vicepresidente de la República por el Congreso Nacional.—Comentario.
El Gobierno del General Joaquín Crespo legó a su sucesor,
junto con otros arduos problemas por resolver, la difícil empresa de evitar que
se realizara en el Táchira la idea revolucionaria nacida allí desde que las
mayorías de aquel pueblo vieron fracasada, con el triunfo del movimiento armado
de 1892, su justa aspiración de elevar a su pequeña patria al rango de
verdadera Entidad Federal, para que influyera en los destinos de la República
por medio de los representativos de su vigoroso espíritu público. No obstante
el empleo sistemático de los antiguos métodos de la política nacional, de fomentar
las divisiones entre los hombres y los círculos locales de la Cordillera, el
Táchira estaba preparado para intentar un gran esfuerzo en el sentido de
alcanzar el logro de sus deseos. El socorrido expediente de enviar a los Andes
Delegados del Ejecutivo se empleó entonces como nunca y lejos de dar
resultados, lo que produjo fue unificar allí el sentimiento oposicionista al
predominio absorbente de los poderes centrales.
Si la descentralización administrativa y política, causa por
la cual vertieron tanta sangre los pueblos venezolanos en aquel tremendo
período de lucha que se llamó la Guerra Larga, había venido siendo
superficialmente practicada por todos los gobiernos desde el triunfo de la
Revolución Federalista, ni aun de estos precarios beneficios había disfrutado
el Táchira. Regido las más veces por hombres que no se interesaban por sus
necesidades y que iban de Caracas a laborar por conveniencia propia y a sujetarse
a los planes del poderoso que los enviaba, ese pueblo nada tenía que agradecer
a tales gobernantes, y sí mucho que reclamarles en materia de libertades y
derechos. Gracias a su vitalidad inexhausta se conservaba fuerte y floreciente
en medio del abandono y prevención con que se le trataba y pudo soportar, entre
otros males, la calamidad de las discordias internas que en ocasiones llegaban
a dirimirse con las armas en la mano y que, no jueces sino instigadores,
hallaron en los jefes de las Administraciones nacionales, con muy pocas
excepciones. En las postrimerías de la que dirigió el General Crespo,
encontramos ya a ese pueblo en plena conciencia de su valer, pues en las
peripecias de la guerra del 92, ejercitado en una empresa que no era la de
malgastar energías en mezquinos pugilatos, advirtió que sus brazos eran recios
y firme el temple de su alma, lo mismo que ochenta años antes, cuando sus hijos
contribuyeron a la Campaña Admirable y regidos por el Libertador vinieron hasta
la cuna de la Independencia como paladines de esta idea redentora.
Para los días en que el general Joaquín Crespo resignó el
mando, el Táchira estaba irrevocablemente resuelto a ocurrir al expediente
supremo de la guerra, y en este sentido, el patriotismo regionalista había
acallado las rencillas de bandería que lo mantenían desunido y, salvo elementos
discrepantes que nada importaban a la eficiencia del propósito, estaba
compacto. El General Juan Vicente Gómez, con su actividad, su eficacia, su
entusiasmo y con todo el poder moral y material que radicaba en su persona
estaba al servicio de aquel propósito como prenda segura de que no era ya una
utopía sino realidad palpable y de que sólo bastaría el breve transcurso de
unos meses para que se verificase en todos sus detalles.
El 30 de febrero de 1898 presentó el general Crespo su
último Mensaje al Congreso Nacional y al hacer el recuento de sus actos decía:
"Durante cinco años he ejercido el Poder. Si en esta larga administración
he cometido errores que son inherentes a toda labor humana, ojalá puedan
subsanarlos en la Historia y en la conciencia de mis conciudadanos los actos de
verdadera trascendencia que se han realizado en el curso de este lustro".
Como era un hombre honrado y franco, valiente en grado heroico e incapaz, por
tanto, de rehuir responsabilidades, él declara en aquel momento solemne y de la
manera más categórica que ha cometido errores, los mismos errores a los cuales
hemos tenido imperativamente que referirnos y que no hubiéramos mencionado
nunca si la probidad del historiador permitiera que la disquisición de los
hechos dejara de ser examen riguroso de lo pasado. Pero esa probidad nos impone
citar este otro párrafo de aquel documento: "Con ese espíritu
desapasionado procuré siempre hacer justicia al mérito, cambié con frecuencia
mi Gabinete para abrir paso a distintas aspiraciones y darle así mayor amplitud
a la acción gubernativa; y hasta llamé, para ilustrarme con sus consejos, a mis
propios adversarios; les di puestos prominentes en la Administración, efectiva
autoridad para plantear reformas, acepté su colaboración sin reticencias, y oí
sus indicaciones con modestia republicana". Todo esto era verdad, porque
el general Crespo en su deseo de sostener a todo trance la paz de Venezuela,
constituyó Ministerios con sus más poderosos enemigos, fue accesible a todas
las advertencias y tuvo rasgos eminentes de demócrata, hasta tal punto, que aquel
título honorífico de Héroe del Deber que le dieron sus admiradores lo merecía,
si se tiene en cuenta que por el supremo deber de defender la paz ejecutó
acciones muy altas de abnegación y sacrificio.
Sucesor del general Crespo fue el general Ignacio Andrade,
quien elegido por votación directa Presidente Constitucional de la República
para el período de
Casi simultáneo al acto de asumir el Poder el general Andrade, ocurre el levantamiento del general José Manuel Hernández. El jefe del partido Nacionalista da el grito de insurrección en Queipa y corifeos de este partido corresponden a él en Carabobo, Lara y Zamora primero y después en otros Estados de la Nación. En previsión de estos acontecimientos, el territorio de la República había sido dividido en Circunscripciones Militares, la primera de las cuales estaba confiada a la pericia del general Joaquín Crespo. Este se declaró en campaña y salió a batir al adversario, cosa que indudablemente habría logrado a no ser que la fatalidad le aguardaba en la boca de los fusiles enemigos emboscados en la Mata Carmelera.
Con la muerte del general Crespo, cuya influencia en la
cosa pública no se había aminorado por el hecho de haber descendido de la
Suprema Magistratura, tuvo que sobrevenir una situación excepcional para el
Gobierno del general Andrade, creada por gran parte de los elementos que
actuaban en la política militante, los cuales estaban adscritos a ésta,
principalmente, por el vínculo que los unía al Caudillo extinto. Si a esto se
agrega que para la Revolución era un triunfo de incalculables resultados la
desaparición de aquél enemigo poderoso, que el país estaba azotado por otra
calamidad que era la viruela, que el desequilibrio económico había llegado en
aquel año a su más terrible faz, pues a las causas que lo engendraran se
sumaron las rígidas cuarentenas que hacían exiguas las entradas aduaneras—las
únicas fuentes de ingresos apreciables que tenía el Erario con el régimen
fiscal de entonces,—tendremos que el Gobierno del general Andrade, fatalmente,
consumiría su energía pensadora, porque las fuerzas humanas tienen un límite
que ninguna aptitud, por estupenda que sea, puede rebasar. De ahí que cuando
advino el avasallador movimiento armado del Táchira, la resistencia de aquel
Gobierno no pudo ser más de lo que fue.
Cinco meses duró la guerra promovida por el caudillo del
nacionalismo. Para suceder al general Crespo, que cayó combatiendo, el general
Andrade nombró Jefe de la 1ra. Circunscripción Militar a uno de los más
esforzados tenientes de aquél: el general Ramón Guerra, quien estaba indicado
como heredero del prestigio bélico de su predecesor. Este aguerrido y experto
general derrotó en breve a su adversario, que en su fuga al Estado Lara, fue destruido
por el general Antonio Fernández, Ministro de Guerra y Marina en campaña, y
vino a caer prisionero en la línea de Aroa que estaba ocupada por tropas del
ejército circunscripcional.
A la lucha armada sucedió una agitada lid electoral. La
muerte del general Crespo dejó en vacante absoluta la Presidencia del grande
Estado Miranda,—la mayor en territorio, riqueza y población de las poderosas
agrupaciones existentes desde 1881—y se postularon tres candidaturas para aquel
cargo: las de los generales Ramón Guerra y Antonio Fernández y la del Doctor
Arnaldo Morales. A este torneo cívico puso término el pensamiento de que
volvieran a ser autónomos los Estados absorbidos en aquellas poderosas
agrupaciones hacía diez y ocho años—no por su libre voluntad, sino por los
cálculos políticos que privaron en el año citado de 1881. Fue ésta una evolución
pacífica que prohijó el general Andrade, bien penetrado de la necesidad en que
estaba de arbitrar los medios posibles para no dejar bandera a la nueva
revolución que sabía próxima e inevitable. Y así tenemos que en su Mensaje al
Congreso de 1899, que debía perfeccionar lo que hasta entonces había hecho el
pensamiento autonomista de la época, decía: "El lirismo revolucionario acoge
para elaborar sus programas todas las teorías que flotan y brillan y pueden
mover el entusiasmo de los pueblos".
Ya para instalarse este Congreso ocurrió el alzamiento del
general Ramón Guerra, Presidente Provisional del Estado Guárico, que había
recobrado su categoría de Entidad Federal. Vencido este movimiento armado en la
acción de Los Morichales del Lambedero por las tropas del Gobierno Nacional al
mando del general Lorenzo Guevara, no tardaría en estallar la Revolución del 23
de mayo que debía venir victoriosa hasta la Capital de la República.
Apenas cinco meses fue el tiempo invertido desde la invasión
por la frontera de la heroica hueste de sesenta hombres que inició aquella
Revolución y su entrada triunfal a Caracas el 22 de octubre. El general Andrade
dio frente a este nuevo conflicto. Los reveses que vinieron sufriendo sus
ejércitos desde la derrota del general Leopoldo Sarría hasta la de los
generales Diego Bautista Ferrer y Antonio Fernández en Tocuyito, lo encontraron
siempre lleno de serenidad, y sólo al convencerse de cómo era inútil toda
tentativa de resistencia porque no había ya fe en los hombres a quienes
confiara el mando de sus tropas, es cuando decidió dejar el Poder, encargándose
de sustituirlo, el general Víctor Rodríguez. Luego se embarcó en un vapor de la
armada nacional con rumbo a Colombia.
Fue en su hacienda "Buenos Aires" donde el
General Gómez alistó los 60 hombres con que se inició la revolución con armas y
parque comprados por él, con dinero aportado por él, con oficiales que eran
adscritos a su persona y con todos los elementos necesarios para emprender la
guerra. Al mando de esos valientes vino hasta "Juan Frío" lugar
fronterizo donde se incorporó el hombre que únicamente las veleidades de la
suerte señalaron como Jefe de aquella empresa guerrera. El concurso del General
Gómez era esencial al pueblo tachirense para iniciar la lucha, porque no había
hijo de aquella tierra de los que entraron en la Revolución—inclusive su Jefe,
el general Cipriano Castro—que no estuviera firmemente convencido de cómo al
faltarles el poderoso contingente moral y material de nuestro biografiado, su
empresa no tendría éxito.
Entre los "nuevos hombres" de que hablaba el
programa revolucionario, quien se destacaba era el rico hacendado del Táchira.
El apareció en la escena pública en los días genésicos de la Causa que había
venido preparándose desde siete años atrás. Cuando se presentó en San Antonio
al Jefe de la Frontera venezolana, general J. M. González, al mando de una
columna de doscientos hombres, formada exclusivamente con los trabajadores de
su hacienda, para ofrecer sus servicios al Gobierno Nacional, que garantizaba
al Táchira la efectividad de sus derechos y la realización de sus aspiraciones,
el General Gómez no había ejercido ningún cargo ni había tenido nunca
ingerencia en asuntos políticos. Era, en el rigor de la frase, un hombre nuevo
de reputación intachable y de méritos verdaderos como elemento de progreso en
la existencia agrícola e industrial de su país, pues había permanecido hasta
entonces retirado a la vida privada, libre de todo compromiso con los que se
disputaban el mando en Venezuela.
El sentimiento patriótico que generó la Revolución del 23 de mayo, tenía, por tanto, en el General Juan Vicente Gómez un elemento genuinamente suyo, incontaminado de cualquiera de las tachas que podían imputarse al general Castro que había figurado ya en la política nacional y en la local, como miembro de Congresos, y adepto de círculos políticos en la Cordillera y que había estado anteriormente en tratos con el Gobierno del general Andrade y luego venía, por razón de las circunstancias y también por caprichos de la fortuna—según dejamos dicho,—a ser el Jefe del movimiento armado que derrocaría aquel Gobierno.
A través de estas páginas hemos expuesto los orígenes de
la Revolución iniciada en el Táchira y realizada en toda Venezuela como
consecuencia del impulso que recibió el 23 de mayo de 1899. Su triunfo trajo
por resultados inmediatos el eclipse de la antigua fama que gozaban los
caudillos venezolanos de ser necesarios a toda causa como factores de éxito; y
la participación directa y activa de elementos vigorosos en la dirección de los
destinos nacionales. Ciertamente no fue aquella la victoria de un partido
regionalista ansioso de desagravios y animado de miras estrechas. Fue la
victoria de un ideal generoso de renovación que solicitó primero la mente del
pueblo tachirense, le dio la conciencia de sus fuerzas y de lo que podía
obtener en su provecho y en provecho de la patria si las subordinaba a fines
más altos que los de la política local, y lo guió, sin dejarlo vacilar, por el
camino de los hechos que parecía erizado de dificultades. Pero esas
dificultades eran en su mayor parte aparentes. La oposición a prácticas
gubernativas profundamente desacreditadas en la conciencia colectiva de los
venezolanos había venido minando lentamente los viejos sistemas de la política nacional
y preparando la bancarrota de los personalismos. Los ejércitos numerosos que
defendían a los hombres del Poder, lejos de ser un conjunto homogéneo obediente
a una sola voluntad, eran grupos sin cohesión, tan subordinados a las
ambiciones de cada uno de sus jefes como incapaces de garantizar la estabilidad
de ningún orden de cosas. Su postrimer esfuerzo sería oponerse y aun vencer en
el terreno de la guerra, a un partido que en medio de sus alardes de constituir
las nueve décimas partes del país, fue nulo en la acción porque las energías efectivas
del pueblo estaban en la parte no contada: en el pequeño y compacto núcleo de
patriotas que, con arresto incontrastable, extraería esas energías en el fondo del
alma nacional. Esto nos da la clave del rápido triunfo de la Revolución del 23
de mayo de 1899.
Entre los valientes que se inmolaron por aquel ideal generoso,
estuvo el Coronel Aníbal Gómez, hermano de nuestro biografiado. Se había venido
batiendo bizarramente desde el paso de la frontera; culminó en la reñida acción
de Cordero por su coraje extraordinario, y cuando la bandera de su causa
flotaba ya en la cima capitolina, las columnas de guerreros pasaron bajo la
insignia vencedora con las armas a la funerala en homenaje final al compañero
de penalidades y de glorias.
Uno o dos días después de asumir la Revolución de Mayo el
Gobierno de la República, ocurrió la defección del general José Manuel
Hernández, que había sido nombrado Ministro de Fomento, lo cual no fue
obstáculo para que se saliera de Caracas a la cabeza de parciales suyos que
prestaban servicio militar y se declarara rebelde al Gobierno en que formaba
parte. Derrotado en cuantos combates libró, quedó al fin destruido en la
batalla de Manacal, por las tropas del general Nicolás Rolando, y se vino del
Estado Bolívar, casi solo y fugitivo, a los llanos de Cojedes donde cayó
prisionero.
La nueva Administración había elegido al General Juan
Vicente Gómez, Gobernador del Distrito Federal el 8 de diciembre. Este era el
primer cargo civil que él entraba a desempeñar y ahí empezó a dar pruebas
inequívocas de su competencia como Magistrado. Con ser la época difícil para
poner en evidencia sus aptitudes, pues el estado de guerra persistía por la
rebelión del general Hernández, el General Gómez se ganó en breve el afecto de
sus gobernados. Se ocupó de organizar las exiguas rentas con que podía contar
el fisco municipal en aquellas circunstancias anormales; veló incesantemente
por el orden público en una ciudad que estaba naturalmente agitada por las
recientes conmociones políticas y en la cual vivían todos los conspiradores
principales del partido nacionalista; dio garantías a los ciudadanos, no
obstante que las condiciones del momento ponían en sus manos los recursos
represivos que tiene la autoridad cuando el sosiego público está alterado;
recompensó en todo lo que pudo a los oficiales que habían venido acompañándolo como
fieles servidores en la reciente campaña. Al que no le fue posible colocar en
los empleos de su jurisdicción, le dio dinero de su peculio y repartió su
sueldo entre ellos. Caracas tuvo en él un guardián celoso de la tranquilidad de
sus habitantes y la sociedad un Magistrado culto y caballeroso, que no desoía
ningún reclamo justo y que comenzó la obra que después continuaría como
Presidente de la República, de perseguir el vicio y la vagancia. En resumen, su
actuación al frente del Gobierno del Distrito Federal fue de lustre y honor
para la Causa que servía, y en el ejercicio de ese cargo dio a comprender que
no en balde se le respetaba, se le quería y se le tributaba admiración en el
Táchira. Su reputación de hombre de bien y de patriota había venido a quedar
justamente consagrada por los hechos en la capital de Venezuela. El tiempo y
los sucesos que estaban cercanos a acaecer se encargarían en breve de exhibirlo
como guerrero y estadista consumado y de darle el más firme prestigio en todos
los ámbitos del territorio nacional. Al dejar este cargo fue condecorado con el
Busto del Libertador en la 2da. Clase de la Orden, honor que bien merecía.
Los arduos trabajos de reorganizar la República en una época
llena de dificultades, en que lo primordial era afianzar el Gobierno surgido de
una revolución que estaba ya en abierta lucha con uno de los partidos que
mantenían divididas las corrientes de la opinión, y que percibía en el
horizonte político otro tremendo conflicto armado en que el partido contra el
cual combatía iba a amalgamarse con otro partido—su émulo—para conspirar juntos
contra el orden de cosas existente, requerían esfuerzos extraordinarios por
parte de aquel Gobierno. El Táchira, que había asumido de nuevo su carácter de
Estado independiente, sin embargo de ser la cuna de la Revolución de mayo,
volvía a ser el teatro de discordias por uno de esos fenómenos tan frecuentes
en la dinámica de los pueblos, que al producir un magno esfuerzo impelente
tiende a la acción contraria. Los círculos locales se agitaban en aquel Estado,
y las pasiones e intereses estaban otra vez en pugna. En tales circunstancias,
ninguno con más autoridad que el General Gómez para ir a conciliar esos
intereses y a calmar esas pasiones. El fue nombrado Jefe Civil y Militar del
Táchira el 22 de febrero de 1900, y sin dilación se trasladó allá para cumplir
su encargo. A poco de estar en San Cristóbal, se hizo sentir su influencia beneficiosa,
y sin violencias, de manera tan atinada como eficaz, fue atrayendo alrededor de
su autoridad a amigos y a adversarios. Una de sus primeras medidas, que desde
luego lo evidenció con toda la nobleza de su carácter, consistió en recompensar
a las familias que habían perdido en la guerra a los hombres que velaban por su
sustento. Destinó sumas de la Tesorería del Estado para pensionarlas. A las
viudas de los Coroneles Miguel Contreras y Aparicio Peñuela, muertos en los
combates librados para hacer triunfar la revolución, les fijó asignaciones adecuadas
y no hubo persona que hubiera prestado servicios a la Causa a quien no
recompensara. Su acción reparadora se extendió hasta los más humildes de esos
servidores. Magnánimo con los vencidos, les dio garantías para que pudieran
trabajar sin temor a persecuciones ni a venganzas. Su espíritu de justicia
apaciguó los ánimos; y la índole levantisca de aquellos de sus paisanos, que
tornaba a hacerlos rencorosos, se sintió desarmada por la prudencia y los
ejemplos de moderación que venía a darles el hombre a quien algunos veían como adversario,
pero a quien todos respetaban. Una prueba evidente del éxito que obtuvo el
General Gómez en su misión conciliadora la constituye el hecho de que al
celebrarse el primer aniversario del día inicial de la Revolución, fueron a la
capital del Estado todos los jefes de círculos con la mayoría de sus
parciales—donde había vencedores y vencidos en la reciente contienda—y, sin embargo
de esto y de que todas las circunstancias eran favorables a la realización de
riñas y disturbios, imperó un orden inalterable en las fiestas que se
verificaron y no hubo necesidad de reprimir la más ligera falta. Aquello fue
inusitado, pues en el Táchira toda aglomeración de gente con fines políticos
había dado siempre origen a choques sangrientos. La obra bienhechora del
ciudadano eminente destinado para rehabilitar a Venezuela, había dado ya sus
primicias en Caracas, durante el tiempo de su actuación como Gobernador del
Distrito Federal, y ahora era en la tierra que le viera nacer, donde depositaba
la simiente de su futura cosecha de triunfos como Caudillo de la Paz.
La Asamblea Constituyente que se reunió en Caracas el 20
de febrero de 1901 para expedir la nueva Carta Fundamental, sancionó un Decreto
organizando provisionalmente la República y en virtud de esta ley nombró el 29 de
marzo Presidente y Vicepresidentes: el General Juan Vicente Gómez fue elegido
Primer Vicepresidente de Venezuela por aquel Alto Cuerpo y a poco prestó la
promesa legal.
Aquella elección no pudo ser más justa y era cumplir los
postulados de la Revolución de mayo galardonar con empleo de esa entidad al
ciudadano que se había consagrado por entero al servicio de su Patria, con detrimento
de sus cuantiosos intereses particulares cuyo cuidado pospuso en aras de su
Causa. Pero con todo, es de lamentarse que a los Constituyentes de 1901 no les hubiera
sido posible designar a aquel benemérito servidor para Presidente Provisional
de la República, anticipándose a los sucesos. La opinión pública recibió
alborozada a este Vicepresidente que exhibía las más limpias credenciales; los
compañeros de armas del elegido se sintieron satisfechos al verlo ocupando en las
dignidades del Estado el rango que le correspondía por sus indiscutibles y
grandes merecimientos y hasta los venezolanos disidentes con la situación
imperante, abrigaron la esperanza de que un adversario tan noble y generoso
llegara a ocupar algún día la Suprema Magistratura. Ya sabemos cómo al
discurrir del tiempo se confirmaron tantas esperanzas y quedó colmado el
regocijo con que los compatriotas del General Gómez acogieron su exaltación a
la Primera Vicepresidencia de la República.
En este capítulo de la Semblanza que venimos escribiendo hemos
narrado sucintamente el agitado período histórico de nuestra Patria, en que el
General Gómez comienza a destacarse como hombre público. Ya es más que el
brillante oficial de 1892 y el desterrado que en siete años ha probado estar en
posesión de cuantas virtudes aquilatan al conductor de hombres: es el factor
indispensable de una Revolución que debía asombrar por la celeridad de sus
golpes y por la precocidad de su triunfo. Hubiera sido imposible exponer los
actos de la vida de nuestro biografiado en aquella época sin hacer siquiera el
bosquejo del cuadro en que le tocó actuar. La Revolución de Mayo estalló cuando
regía a la Nación el Gobierno del general Ignacio Andrade, y nosotros hemos
tenido que inquirir en los sucesos de entonces, tomando como punto de partida
las postrimerías de la Administración del general Joaquín Crespo, para deducir
de los hechos la razón de aquel movimiento armado en que fue paladín
descollante el General Gómez y de cuyos resultados definitivos ha venido a ser
él el autor preeminente.
El 22 de octubre de 1899 no representa el vencimiento de
un Gobierno por sus adversarios. Eso es lo que pueden pensar aquellos que sólo
se detienen en la apariencia de las cosas y que juzgan de éstas por la faz en
que pueden verlas. Para el sentido común, ese día triunfaron los hombres de
Occidente de los del Centro y de los orientales, cuando no el general Cipriano
Castro del general Ignacio Andrade. Juicio de crasa simplicidad éste, explotado
con ventajas por los sectarios de los partidos y por los ambiciosos de todo
linaje para promover las dos guerras que últimamente han ensangrentado
copiosamente el País. Pero aquella fecha lo que en realidad representa es la
victoria de un ideal generoso de renovación, como queda dicho en estas páginas,
y si fueron los hijos del Táchira a quienes tocó iniciarlo en su práctica, ello
no significa el advenimiento de un regionalismo a arrogarse la dirección de los
destinos nacionales. La misión de aquel pueblo industrioso, enérgico y
valiente, fue ponerse a la vanguardia de los demás pueblos de Venezuela para
abrir brechas al centralismo, que bajo el disfraz de gobiernos federales venía
rigiendo el país, y correspondió al Táchira ese honor por las razones expuestas
claramente en éste y los otros dos capítulos que quedan escritos. Si
superficial es la creencia de que el triunfo de la Revolución de Mayo fue la
imposición de un sentimiento regionalista, absurdo es pensar que significara
aquella Revolución el encumbramiento de un nuevo personalismo. Nada más
ilógico. Al general Cipriano Castro únicamente el concurso de circunstancias
fortuitas lo llevaron a la jefatura de los gloriosos invasores del
CAPÍTULO 4
SUMARIO
Elementos disidentes del Gobierno.—El General Gómez al frente de los intereses y de las fuerzas efectivas que originaron la Revolución de Mayo es el antagonista de aquellos elementos.—El caudillaje otra vez en acción.—Precario estado de la Hacienda pública.—Intereses políticos en juego.—Una nueva amalgama de los Partidos.—Elecciones.—Veleidades del general Castro.—Se prepara la Revolución más poderosa que ha habido en Venezuela de medio siglo a aquellos días.—El General Gómez es el llamado a vencerla.
Vimos ya cómo casi simultáneamente a la ocupación de
Caracas por los revolucionarios, el general José Manuel Hernández y sus
parciales volvieron contra aquéllos las armas que les habían dado. Tal
jugarreta política, que el más despreocupado criterio de historiador percibiría
como indicio de amoralidad en los hombres que aspiraban entonces al predominio
en la cosa pública, fue, cuando menos, una inconsecuencia. Y es que los hábitos
que venía a desarraigar la Revolución de Mayo resistirían con toda la fuerza
que les daba la tradición y la costumbre fortalecidas con la circunstancia de
haberse trocado en desencanto, por parte de los verdaderos patriotas, el entusiasmo
y la veneración que habían existido por los principios hasta poco después del
triunfo de la guerra federalista. El Gobierno que se inauguraba sin ejercer
venganzas ni practicar exclusivismos, fiel al credo que había postulado antes de
llegar al Capitolio, se vio rodeado de elementos adversos. Tuvo cabida para los
hombres de todos los partidos y de todas las opiniones, pues sólo exigía
aptitudes y honradez de propósitos a sus colaboradores, y así vemos cómo al lado
del General Juan Vicente Gómez que representaba la pureza de aquel credo y era
garantía de la efectividad del programa revolucionario, estaban defensores
prominentes del Gobierno derrocado. Pero la época no era propicia a la
reflexión serena del patriotismo ni a los cálculos acertados de los estadistas.
Su característica era la impaciencia; la impaciencia que todo lo fía al
expediente de los hechos violentos y que tiende únicamente a acelerar los
sucesos cueste lo que costare. Todavía sin saber qué rumbos definitivos tomaría
el orden de cosas que se iniciaba y cuando más bien era de presumirse que
serían bonancibles para la salud pública, el Jefe del Partido llamado
nacionalista, se pone en contradicción con las doctrinas de éste y hasta con el
mismo nombre de la agrupación que le obedecía y se declara faccioso. Mientras esto
acontecía, en el seno de la Causa y fuera de su seno, los políticos de escuela
se acordaban con la mayoría de los caudillos malhallados con la situación y
aguardaban el fracaso o quién sabe si el triunfo de la aventura guerrera del
hernandismo, para resolver la ejecución de los planes que preparaban y que eran
ya de embozada oposición al Gobierno establecido.
Los antecedentes del General Juan Vicente Gómez, el concurso eficaz que había aportado al triunfo de la Revolución de Mayo, la absoluta confianza que inspiraba a sus compañeros de lucha y la fe que tenían en él los hombres que no podían ser desleales a una Causa en la cual estaban unidos por vínculos de paisanaje; todas estas circunstancias lo destacaban al frente de los intereses y de las fuerzas efectivas que habían de oponerse a la avalancha enemiga que día por día adquiría potencia y que en breve se desataría sobre el edificio inseguro del Gobierno. Este veía en el General Gómez su más esforzado defensor. Él no tenía compromisos con ningún partido y tampoco pertenecía a nuestro elemento militar clásico. Estaba, pues, muy lejos de poder convertirse en instrumento de los planes del caudillaje turbulento. Guerrero como era, por vocación irresistible, la espada que ceñía reflejaba en la limpidez de su hoja, cual espejo fidelísimo, el fulgor de un alma varonil y honrada. Ella no podía servir a ambiciones desatentadas. Desenfundada el día de la invasión, continuaba enhiesta en la mano de su dueño como enseña luminosa de una causa y presta a cruzarse con los aceros de sus adversarios para probarles la firmeza de su temple. El programa de la Revolución de Mayo, sin la garantía de aquella espada que aseguraba su cumplimiento, habría corrido la suerte de las demás promesas recibidas por la Nación a través de largos años de revueltas. Cuando se condensaban para el Gobierno las tempestades que habían de conducirlo al borde del fracaso, los hombres de buena fe que lo servían tenían puestas sus esperanzas en el General Gómez, de breve pero fecunda historia guerrera, que todo lo había dado a trueque del triunfo de aquella Revolución. ¿Quién que haya inquirido en los sucesos que se desarrollaron entonces en el agitado palenque de nuestras luchas internas, podrá hacer objeciones a lo que dejamos dicho? Ninguno, a no ser que adolezca de ceguera mental producida por la aberración de los odios políticos.
Vencido el general José Manuel Hernández, Jefe del Nacionalismo,
los demás caudillos entraron en acción. En Guayana, el general Nicolás Rolando,
aparece encabezando un movimiento autonomista como primera Autoridad Civil y
Militar que era del Estado Bolívar, pero fue dominado pronto aquel conato de
rebelión, nuncio del formidable alzamiento de casi todas las regiones del Oriente
de la República que sobrevendría a los pocos meses. Señal también de aquella
poderosa conflagración contra el gobierno, fue la actitud del general Pedro
Julián Acosta en el litoral de Carúpano al frente de una facción. El
sentimiento oposicionista armado tuvo a la vez expresión francamente hostil en
el Centro y en Occidente con los levantamientos de los generales Celestino
Peraza y Rafael Montilla y con la invasión que verificó por el Táchira el
Doctor Carlos Rangel Garbiras a la cabeza de un numeroso ejército que vendría a
ser vencido en San Cristóbal. Todas estas eran manifestaciones sobrado
evidentes de cómo el espíritu belicoso de los venezolanos había llegado a
exaltarse, en un grado tal, que serían menester esfuerzos sobrehumanos para
dominarlo. No bastaba a este intento ninguna fórmula de conciliación que
armonizara a los factores de las revueltas con el régimen establecido: el
perdonado de un día se trocaba al siguiente en enemigo más tenaz, el que
recibía honores, dignidades y empleos de significación no se satisfacía con
éstos, pues a lo que aspiraba era al mando absoluto; los Partidos se habían
puesto de nuevo en febril actividad, pero no para contender en la arena del
civismo sino sobre el suelo ensangrentado de la Patria. Aquello era el toque de
llamada de la anarquía para que por encima de los despojos de la gran víctima,
en medio de tantos sacrificios estériles: el principio republicano, se erigiera
al fin por la fuerza el imperio de la fuerza—que no otra cosa vino a ser el despotismo
del general Cipriano Castro.
Sin aquel tremendo sublevamiento de pasiones, sin aquel
deseo intemperante de llegar al Poder que se apoderó de cada caudillo, a nadie
se le habría ocurrido ver en el Jefe de la Revolución de Mayo—siempre combatido
y siempre afortunado hasta el extremo de atribuirse como propios los éxitos de
sus tenientes—un nuevo y descomunal producto del linaje de los providenciales.
Pero así son de irreflexivos los hombres de la política cuando los empuja la
ambición y los domina la Némesis de los Partidos: ven oportunidades donde no
existen más que probables insucesos y preparan con sus empresas desatinadas el futuro
advenimiento de los cesares. Mas, los pueblos de fibra patriota como el
nuestro, soportan todas estas crisis y resultan a la postre indemnes. Ya los
flagele la anarquía con violencias de epidemia, ora caigan en las garras del despotismo;
tras de todos los desaciertos que les acarrean tales calamidades surge la
manera de acabarlas y si la aurora de un 23 de mayo se disipa eclipsada por una
tiranía, aparece el sol de un 19 de Diciembre, sanativo y espléndido, que
ahuyenta esta sombra y calcina el germen de aquellos males.
Factor principal de ese estado de cosas anómalo era la
situación económica porque pasaba el país. Para los días de 1902 en que compareció
el Presidente Castro ante el Congreso a darle cuenta de los actos de su
Gobierno, calificaba de opresora y tirante esa situación. Y no mentía en esa
época. Estaba suspendido el cumplimiento de todas las obligaciones del Crédito
nacional, y en consecuencia, no se pagaba la deuda interna ni la externa. Para obtenerse
un empréstito en los primeros días de aquel Gobierno fue menester emplear la
coacción, porque los capitalistas y comerciantes a quienes se ocurrió y que
eran los que estaban en capacidad de hacer el suministro, se opusieron a dar
suma alguna. Esta circunstancia contribuyó mucho a posteriores angustias del
Tesoro y colocó al poderoso gremio en que formaban parte aquellos capitalistas y
comerciantes entre los elementos disidentes del Gobierno.
Esos intereses, que una imperativa necesidad dejó lesionados,
se sumaron a los intereses políticos y puestos en juego entraron en lucha
enconada contra la Administración del Presidente Castro. Se quería a todo
trance derribarlo del Poder y no hubo medio de que no se valieran las fuerzas
oposicionistas para la consecución de este fin. Y lo hubieran logrado si la
fidelidad heroica del General Juan Vicente Gómez a los compromisos que tenía contraídos
con aquel Magistrado y la fe que profesaba por la causa que había abrazado, no
se interpusieran como valla infranqueable.
Los hombres del dinero, los de los prestigios políticos y
militares, los dirigentes de los Partidos, fuerzas vitales, en suma,
abrumadoras por su calidad y por su peso, se aliaron para conspirar en aquel
sentido y fue tan febril y tan entusiasta la actividad con que procedieron, que
rivales irreconciliables como eran para entonces los nacionalistas o mejor
dicho los hernandistas y los liberales de todas las sectas en que se había
fraccionado el antiguo Partido Liberal, se amalgamaron para hacer una guerra empecinada
al general Cipriano Castro, más que a la situación política que éste presidía.
Se fraguaban contra este gobernante toda clase de planes
y la popularidad de la oposición crecía, lejos de amenguar, a medida que alguno
de esos planes fracasaba en su realización. A cada descalabro sucedía un
esfuerzo de más alientos, pero también una mayor resistencia del núcleo de
hombres adscritos a los principios de la Revolución de Mayo y a su Jefe, entre
los cuales sobresalía el General Juan Vicente Gómez rodeado del reducido número
de valientes que efectuó la invasión del 99. Ya para fines de julio, cuando el
Doctor Carlos Rangel Garbiras perdió el ejército con que había pasado la
frontera, se tenía como seguro que sobrevendría un movimiento armado con todas
las probabilidades de triunfar. Se contaba con que entrarían en él las más
brillantes espadas del caudillaje y los más expertos políticos de todos los
círculos. Los nombres de los generales Luciano Mendoza, Domingo Monagas,
Nicolás Rolando, Gregorio Segundo Riera, Amabile Solagnie, Rafael Montilla,
Luis Loreto Lima, Antonio Fernández y los de muchos otros jefes más de valor
probado y de experiencia en la guerra, andaban de boca en boca, y se contaba también
con que ocurrirían pronunciamientos militares en las propias tropas del
Gobierno que guarnecían las ciudades y fortalezas de la República. En los
momentos en que se hacían tales pronósticos se practicaron las elecciones para
nombrar los Poderes constitucionales de la Nación y de los Estados. Aunque el
General Juan Vicente Gómez no fue sino hasta última hora candidato del
Presidente Castro, resultó electo Vicepresidente de la República. El general
Luciano Mendoza, a quien se sospechaba comprometido en la futura Revolución, fue
nombrado Presidente Constitucional del Estado Carabobo.
Es de advertir que el general Cipriano Castro para aquellos
días no era ya el mismo de los cinco meses de la campaña y del tiempo de la
Dictadura. El conocimiento de la animadversión de que era objeto y los fáciles
triunfos que habían obtenido sus tenientes al dominar las rebeliones y
levantamientos ocurridos desde el 27 de octubre de 1899 hasta entonces, habían
caldeado su imaginación—de suyo inclinada a fantasear—y se creía virtualmente seguro
en el Poder. Estos eran los primeros síntomas de la megalomanía que había de
padecer luego.
La Revolución que se preparaba sería de tal magnitud, que
la misma llamada de los cinco años vendría a resultar inferior, si no con
relación al tiempo que había de durar, sí en intensidad y prestigio, pues si en
aquélla hubo sólo que merecieran el nombre de batallas las acciones de Santa
Inés, Coplé y Chaguaramas, y entre los ejércitos de que dispuso nunca llegó a
tener uno que pasara de cuatro mil hombres, en ésta se libraron las batallas de
Guanaguana, La Victoria, El Guapo, Barquisimeto y Ciudad Bolívar en sólo 19
meses y se contó con un ejército de catorce mil hombres: el que vino a
estrellarse en los muros de la primera de las ciudades nombradas. Así, pues, no
es exageración que digamos cómo de medio siglo a entonces no había habido en
Venezuela Revolución más poderosa.
No existía entre los jefes militares venidos de la
Cordillera—inclusive el mismo general Cipriano Castro—uno que reuniera las
condiciones del General Juan Vicente Gómez para ponerse al frente de los
exiguos ejércitos del Gobierno e inspirarles la fe y el entusiasmo guerrero—que
suplen a veces con ventajas las deficiencias del número,—de manera que pudieran
servir de dique a la avalancha revolucionaria. Tampoco entre los generales de
antigua fama que se hablan sustraído a la influencia oposicionista, existía
quien pudiera disputar al General Gómez el cumplimiento de misión tan grave y
difícil, pero también tan alta. Los veteranos de la fulmínea campaña de mayo a
octubre del 99 no irían a pelear gustosos sino bajo las órdenes del compañero
de armas que siempre había sido generoso con ellos, la Causa no tenía un servidor
más fiel, enérgico y activo que éste cuyas ejecutorias databan desde los días
que organizó de un todo el movimiento armado que fue la base de su victoria y
el Presidente Castro no contaba con amigo más leal y esforzado a quien habría
de decir en breve: "Triste es que de los jefes con fuerzas hoy en
actividad en el centro de la República, tan sólo haya de tener fe absoluta y
confianza ciega en un solo hombre, que es usted".
Tal era el estado de las cosas en Venezuela para los últimos meses del año de 1901. Todo indicaba que la guerra ya inevitable sería sangrienta y larga por más que algunos optimistas de los que rodeaban al general Castro fueran de opinión contraria y que éste a su vez creyera que, dado su prestigio y el miedo que sabía infundir, bastaría la influencia de su nombre para acabar en breve con aquella Revolución. De lo erróneo de tal criterio los sucesos iban a encargarse de comprobarlo. Tremendas derrotas sufridas por los ejércitos del Gobierno en las acciones en que no se encontró el General Gómez mandándolos, regiones enteras levantadas en armas en el Oriente de la República y millares de hombres alzados en Occidente y en el centro de Venezuela, parques abundantes desembarcados por los revolucionarios para armarse, dinero sobrante para hacer la guerra y sobre todo, una abrumadora popularidad hicieron prolongar la lucha durante 19 meses. Pero sin embargo de tanto elemento y tanta fuerza vital acumulada por parte de la Revolución y de estar en cambio el Gobierno del general Castro escaso de todos aquellos recursos, el General Gómez pacificó el País en campañas que lo destacan como el primer guerrero venezolano de estos tiempos. Merced a esta hazaña militar, la Causa nacida el 23 de mayo de 1899 pudo salvarse, y transformada después en las postrimerías de 1908, para producir la Rehabilitación de Venezuela, perdura hoy, a través de 19 años, con la misma pureza de ideales y grandiosidad de propósitos que la animaron en su génesis.
CAPÍTULO 5
SUMARIO
El general Manuel Antonio Matos aparece en aguas venezolanas, en actitud revolucionaria, a bordo de un navío de guerra.—Alzamiento del general Luciano Mendoza en La Victoria.—El General Gómez es nombrado Jefe del Ejército que sale a combatirlo.—Primeros encuentros con el adversario.—Combate de La Puerta. —Tiroteos en San José de Tiznados y el Paso de Esteves.—Derrota del general Antonio Fernández.—Acto de clemencia del General Gómez.—Recorrida por la Sierra de Carabobo.—Marcha a los llanos de Cojedes y captura del general Luis Loreto Lima.—Regreso a Carabobo.—Las guerrillas que merodeaban en este Estado son derrotadas.—El General Gómez vuelve a Caracas vencedor.—Comentario.
Para fines de 1901 apareció el general Manuel Antonio Matos
en aguas venezolanas a bordo de un vapor armado en guerra y expidió una
proclama declarándose Jefe de la Revolución que se iniciaba entonces. Esta
nave, cuyo nombre primitivo era Banright, fue apellidada Libertador al pasar a
manos del general Matos y de sus subalternos. La Proclama en referencia llamaba
a los venezolanos a las armas para derrocar el Gobierno del general Castro. A
este llamamiento correspondieron inmediatamente dos de los caudillos
comprometidos ya con el jefe aludido y sus alzamientos tuvieron lugar en los
Estados Aragua y Lara. Del primero de estos alzamientos vamos a ocuparnos en
breve; el segundo fue encabezado por el general Amabile Solagnie, uno de los
hombres más prestigiosos del Occidente de la República y hábil militar, no sólo
por su valor reconocido, si no por otras condiciones de guerrero y porque
conocía palmo a palmo el terreno en que iba a actuar.
El 30 de diciembre expidió el Ejecutivo Federal un Decreto,
declarando pirata al Libertador y poniendo implícitamente fuera de la ley a
cuantas personas lo tripulaban. En consecuencia, los navíos de la Armada
Nacional salieron a perseguir el vapor revolucionario.
Pero efectivamente es con el alzamiento del general Luciano
Mendoza en La Victoria el 20 de diciembre cuando comienza la guerra. Este había
venido ejerciendo la Presidencia Provisional del Estado Aragua y por tanto
estaba suficientemente preparado con elementos de guerra y con tropas. Contaba
con jefes subalternos y con oficiales experimentados y era un veterano de la
Federación afamado como invencible. Su fama, algo legendaria, databa de la época
en que venció al General José Antonio Páez. Durante el tiempo de la Revolución
Legalista había mandado uno de los últimos ejércitos que opuso el Gobierno al general
Joaquín Crespo y fue el Jefe Supremo del Ejército que sostuvo el Gobierno del
general Andrade después de la derrota de Tocuyito. En la misma ciudad donde se alzaba
había unido sus tropas a las del general Cipriano Castro, subordinándose a
éste. La noticia del alzamiento de Caudillo tan renombrado fue de efecto, no
diremos moral, pero sí favorable a la naciente Revolución. Se tuvieron en
cuenta sus hazañas pasadas y respecto al presente, se calculó que si él daba la
espalda a la Causa que había reconocido como justa hacía poco más de un año, y
en la que había obtenido empleos altos como el que había aceptado dos o tres
días antes de Presidente del Estado Carabobo, era porque debía estar muy seguro
del triunfo de la Revolución. Esta fue la lógica de los oposicionistas, pero la
realidad vino a ser otra.
Al ocurrir este alzamiento, el Presidente Castro se dio cuenta
de la gravedad de la situación y sin pérdida de momentos congregó en su
residencia a los jefes militares que tenía por no desafectos a su Gobierno.
Allí estuvo presente el General Juan Vicente Gómez, que estaba ya destinado como
la persona que podía enfrentarse a la Revolución al mando del Ejército disponible.
El Presidente expuso los sucesos ocurridos y solicitó la opinión de aquellos veteranos.
Ellos pensaron unánimemente que era necesario levantar un ejército poderoso en
número y calidad para oponerlo al general Luciano Mendoza, a quien
conceptuaban, como la generalidad, un táctico consumado que sería imposible
vencer sí no se le abrumaba con millares de hombres y contra el cual no serían
nunca excesivas cuantas precauciones se tomaran. No obstante este parecer, el
General Juan Vicente Gómez fue nombrado Comandante General del Ejército del
Centro. Este lo formaban dos batallones escasos y un pequeño cuerpo de
artillería.
El 21 de diciembre en la mañana salió el General Gómez a
iniciar la empresa casi insuperable de pacificar el país, y llevaba por todo contingente
un puñado de hombres resueltos. También dos años y medio antes había salido de
su hacienda "Buenos Aires" con unos pocos valientes a realizar otra
empresa no menor en dificultades.
Veamos cuáles fueron los resultados de esta primera campaña
contra la Revolución que tantos y tan justificados temores infundía a los
individuos del consejo del Presidente Castro.
Al día siguiente el Ejército expedicionario daba alcance al
enemigo en el trayecto de Cagua a Villa de Cura, lo tiroteaba en los lugares
denominados La Casa Blanca y Los Colorados, lo perseguía de cerca y lo obligaba
a detenerse en La Puerta donde en una hora de combate lo desalojó de todas las
colinas que hacen de aquel un sitio inexpugnable. Allí dispone el General Gómez
la acción como jefe y pelea como soldado con un maüser en la mano y su valor
extraordinario exalta a un grado inconcebible el entusiasmo de sus tropas y lleva
el pánico a las filas del adversario. Derrotado y maltrecho abandona éste las
posiciones formidables que había ocupado y en San José de Tiznados y el Paso de
Esteves, sufre nuevos reveses acosado por las vanguardias del ejército del
General Gómez. Después se interna en el llano. El general Antonio Fernández,
que venía a reforzar al general Mendoza, cae en la red que se le tenía
preparada y el 30 de diciembre queda destruido en el mismo sitio de La Puerta,
donde ya habían sido bien escarmentados sus compañeros. El General Gómez
contramarcha a Villa de Cura en previsión de que los derrotados abandonaran la
vía de los llanos para venirse a la Sierra de Carabobo a unirse a las
guerrillas revolucionarias que merodeaban allí. En aquella ciudad da una prueba
inequívoca de clemencia: reúne a todos los prisioneros que ha capturado al
enemigo y a la vista de la población los pone en libertad, aconsejándoles que
vuelvan a dedicarse a sus trabajos habituales. De allí sale para internarse en la
referida Sierra de Carabobo. En el Barro es derrotado otra vez el día 5 de
enero de 1902 el general Mendoza y deja muchos prisioneros, entre éstos los
jefes de guerrillas Simeón Colmenares y Candelario Matos. Todos aquellos lugares
los recorre el General Gómez hasta regresar a Villa de Cura el 25 de enero. De
allí marcha a los llanos de Cojedes para caerle encima al general Luis Loreto
Lima, derrotarlo y capturarlo al fin, herido en las cercanías del Tinaco. Después
se viene a los Distritos occidentales del Estado Carabobo y acaba allí con unas
guerrillas mandadas por el general Guillermo Barraez. Regresa a Caracas el 28
de febrero de aquel año. Ese mismo día lo proclamaba electo Vicepresidente de
la República el Congreso Nacional.
El Ministro de Guerra y Marina, dice en aquellos días a
aquel Cuerpo Soberano lo siguiente, al referirse a esta campaña fulmínea del
General Gómez: "Digna es de recomendación separada la conducta del
Ejército del Centro. La pericia demostrada por su Jefe (el General Gómez) y la
actividad singular con que se movilizó, son causa de legítima admiración para
toda la República, que no tiene ejemplos muy frecuentes de tan aventajada
manera de proceder en las persecuciones. No fue suficiente a los facciosos, ni
la premeditación con que prepararon sus planes, ni la vaquia de muchos de
ellos, ni las convenientes posiciones de los parajes que escogieron para su
organización y defensa: las fuerzas del Gobierno, poseídas de valor y
entusiasmo indecible, se precipitaron en impetuosas cargas sobre el enemigo en
todos los puntos en que se encontraba, de un modo tan rápido y decidido, que no
han tenido los jefes del movimiento subversivo ni siquiera la satisfacción de
haber presentado un hecho de armas que dejara bien puesto el concepto de
notabilidades militares en que se han tenido".
En efecto, aquella campaña fue estupenda. En sesenta y
cinco días pacificó el General Gómez el Centro de la República, derrotó a tres
de los más famosos caudillos del país: a los generales Luciano Mendoza, Antonio
Fernández y Luis Loreto Lima, a quien hizo prisionero; recorrió centenares de
kilómetros en marchas sorprendentes, muchas de éstas practicadas por caminos
intransitables; demostró que los secretos del arte militar le eran familiares y
dejó perplejos a todos los que creían en la virtualidad de los generales
invencibles.
El 30 de diciembre de 1901, tiene la revelación de que derrotará al general Antonio Fernández en el mismo sitio en que acaba de derrotar al general Luciano Mendoza y con la seguridad de quien sabe no estar equivocado dirige desde Parapara el siguiente telegrama al Presidente Castro: "Por informe de los espionajes sé que Fernández se halla por Lambedero, frente a Chacao, a salir a La Puerta, en donde derroté a Mendoza.—Para que no se me pueda escapar le tengo escalonada fuerza desde aquí hasta La Puerta con buenos espionajes.—Así, pues, me prometo terminar de aquí a mañana con esa facción como un obsequio de año nuevo.—Su amigo.—J. V. GÓMEZ". Y a la media hora de haber expedido aquel telegrama, enviaba este otro: "General Castro.—En este momento acaban de romperse los fuegos de mi fuerza al mando del general Torres con las fuerzas de Fernández en La Puerta. Desde luego le prometo el triunfo.—Su amigo,—J. V. GÓMEZ".—La contestación a estos despachos fue inmediata y decía así: "General J. V. Gómez.—Recibido su importante telegrama. El triunfo sobre Fernández es el sello de la Revolución, con cuyo motivo me felicito y lo felicito a usted calurosamente en unión de todos sus valientes compañeros.—Estaba escrito y dispuesto por la Providencia que a usted, el más leal de mis compañeros y amigo más decidido, había de tocar en suerte la destrucción de los traidores.—Envidiable gloria la que por otra parte ha tocado a usted y sus compañeros, como es la de que los reveses sufridos en el histórico campo de La Puerta por nuestros eminentes patriotas en la célebre campaña que nos diera independencia y libertad, quedan hoy borradas con las dos célebres jornadas en que usted le devuelve la paz y tranquilidad a la República.—Lo abraza su amigo.—Cipriano Castro".
Los resultados de aquella campaña del General Gómez, fueron sumamente beneficiosos al Gobierno. La revolución vio fallidos sus cálculos que eran producir desconcierto en las esferas oficiales y fijar orientación bien definida a la expectativa pública con el hecho de mantener en el centro un núcleo tan fuerte como ese que representaba el Presidente ya juramentado del Estado Carabobo en actitud rebelde y al frente de tropas, que si no constituían un peligro inmediato para Valencia y menos para Caracas, sí serían el punto de atracción de todas las guerrillas que se fueran levantando en el Distrito Federal, en Aragua, en Carabobo, en el Guárico y en Cojedes. De allí el alborozo del Presidente Castro al saber derrotados a Mendoza, Fernández y Loreto Lima. Esta derrota cambiaba la faz de los sucesos. La Revolución sufría un revés que no esperó nunca y el Gobierno obtuvo una ventaja que no llegó a imaginarse habría de ser tan apreciable. De no haber sido aquélla tan popular y de contar con elementos menos poderosos como los que poseía, no hay duda alguna que habría quedado radicalmente vencida en los dos combates de La Puerta y en el choque que originó la herida y captura del terrible Luis Loreto Lima. Tenemos, pues, que los triunfos del General Juan Vicente Gómez fueron golpes muy recios que recibió la Revolución naciente. Una vez más quedaba confirmado que él era la persona llamada a salvar su Causa del conflicto que la había sobrevenido. Bajo sus órdenes comenzaban a pelear los soldados constitucionales sin las debilidades que acarrea el convencimiento de estar en minoría. Sabían que los guiaba un jefe consciente de sus responsabilidades, resuelto siempre a darle la cara a los peligros y hasta a ir a solicitarlos cada vez que fuera necesario; un jefe prudente para trazar sus planes, pero audaz en grado eminente para realizarlos, de manera que sus contrarios no saldrían del estupor y la sorpresa, como les pasó a los alzados de Aragua y al general Antonio Fernández y a los suyos.
El Presidente Castro llegó a la convicción absoluta de cómo
sería el General Juan Vicente Gómez quien sostendría el edificio vacilante de
su Gobierno. Basta leer esos telegramas que acabamos de insertar para deducir
este aserto, que se confirma todavía más con este párrafo de una carta del
mismo Presidente Castro para el General Gómez cuando éste regresó a La Guaira
después de su primera campaña victoriosa en el Estado Falcón. El párrafo copiado
a la letra dice: "Estaba escrito en uno de los misteriosos e inescrutables
destinos de la Providencia, que a usted, el hombre más abnegado y patriota y el
mejor servidor de la Causa Liberal Restauradora, y a sus bravos y valientes
tenientes, había de tocar en suerte la pacificación de toda la República en la
más grande y poderosa de nuestras guerras civiles". Y eso que aún no había
ocurrido la batalla de La Victoria ni las del Guapo, Barquisimeto, Mata Palo y
Ciudad Bolívar.
Cuando el General Juan Vicente Gómez regresó a Caracas, apenas
le fue dado permanecer unos veinte días en la capital de Venezuela, porque si
el Centro quedaba temporalmente pacificado, casi todo Occidente, especialmente las
regiones de Falcón y de Lara, estaba revolucionado por los generales Riera,
Peñalosa, Solagnie, Montilla, Navas Patiño y multitud de Caudillos y Cabecillas
más.
Cipriano Castro (Firma Autógrafa).
CAPÍTULO 6
SUMARIO
Primeras campañas del General Gómez en Occidente y en Oriente.—Importancia que había adquirido la Revolución al verificarse esas campañas.—Nombramiento del General Gómez para Delegado Nacional y Representante del Ejecutivo en varios Estados.—Combate de Urucure.—Regreso del General Gómez de Occidente y su viaje a las costas de Oriente.—Combate de Carúpano.—Herida grave que recibe el General Gómez.—Su regreso a Caracas.—Comentario.
Después de combatir en el Centro, el General Gómez realizaría
sucesivamente sus dos primeras campañas en el Occidente y Oriente del País.
Dificultades inmensas tendría que superar en ambas, porque los elementos de que
dispuso fueron muy limitados y porque la extensión de los territorios en que
combatió fue considerable.
La Revolución había cundido por toda Venezuela. Casi la
mayoría de los descontentos con el Gobierno del Presidente Castro habían tomado
las armas y de éstas tenía abundancia la causa enemiga. Parques cuantiosos vinieron
recibiendo los alzados desde que el navío revolucionario "Libertador"
apareció en las aguas venezolanas y a más de éste, otros barcos se encargaron
de introducir contrabando de guerra por las dilatadas costas del país. Por el
litoral del Estado Falcón fue activo este comercio ilícito y para la época en
que el General Gómez salió para La Vela al mando del Ejército Expedicionario
que iba a operar en aquella región, las partidas revolucionarias que comandaban
los generales Riera, Peñalosa, Montilla y otros caudillos eran ya tropas
organizadas y con mayores recursos que las que se dirigían a combatirlas. Idéntica
cosa hay que reseñar acerca de los alzados de Oriente cuyos jefes principales
eran los generales Domingo Monagas, Nicolás Rolando, los Ducharne y muchos
militares más de merecido renombre como guerreros. En esas regiones había
sufrido ya reveses considerables el Gobierno. Uno de éstos la tremenda derrota
de Guanaguana en que cayó prisionero casi todo el ejército que había ido a
pelear en Oriente al mando de los generales Calixto Escalante y Ramón Castillo
García. La Revolución era ya un peligro de magnitud para el Gobierno y a cada
día que transcurría ganaba en proselitismo y adquiría prestigio avasallador aún
entre los indiferentes. La generalidad creía inminente el desastre definitivo
de una Causa que no contaba más que con un pequeño grupo de leales, valientes y
abnegados servidores y que fuera de éstos, sí tenía otros elementos
utilizables, la confianza que podía inspirarles dependía de los éxitos que
continuara logrando en el campo de la lucha armada el sentimiento
oposicionista. El primero en ese grupo de leales era el General Juan Vicente
Gómez y por tanto sería menester moverlo para un lado y otro según la gráfica
expresión del propio Presidente Castro, en su telegrama del 12 de febrero de
Por Decreto Ejecutivo fue nombrado el General Juan Vicente
Gómez Delegado Nacional ante los Estados Falcón, Lara, Yaracuy, Zulia,
Trujillo, Mérida y Táchira. Este Decreto se expidió a mediados de marzo y el 17
de ese mismo mes salió el General Gómez a cumplir su encargo. Iba investido de
plena autoridad como Representante del Ejecutivo y bajo sus órdenes quedarían
todos los funcionarios, así civiles como militares, de los Estados dichos. Casi
media República quedaba subordinada al Delegado Nacional. El 18 se embarcó en
Puerto Cabello con la expedición en el vapor de guerra Restaurador y en dos
goletas. El 19 llegó a Coro y sin pérdida de tiempo se ocupó de organizar las
tropas que debían operar sobre el poderoso núcleo de revolucionarios mandado
por los generales Gregorio Segundo Riera y Juan Pablo Peñalosa, al cual se habían
sumado la mayor parte de las guerrillas que merodeaban por el territorio
falconiano. Dividió esas tropas en dos cuerpos que puso bajo las órdenes de los
generales Luis Varela y Régulo Olivares. Este quedó al frente de tres
batallones muy bien armados y municionados y fue enviado por el General Gómez a
perseguir a Riera y a Peñalosa y a combatirlos dondequiera que los encontrara. El
general Varela recibió la comisión de perseguir al general Rafael Montilla que
mandaba otro numeroso grupo de revolucionarios occidentales. El general Varela cumplió
cabalmente su deber, pues dio alcance a Montilla y la acción de Píritu de
Jacura lo desbarató, pero a su vez sufrió una tremenda derrota que le infligió
el general Riera. Valera tuvo que retirarse herido y maltrecho a Churuguara,
adonde el General Gómez envió al general Tobías Uribe con unos oficiales a
llevarle todo género de recursos.
Veamos qué causas originaron la derrota del general Varela:
El General Gómez había dispuesto que tanto aquél como Olivares obraran en
combinación para acabar con el enemigo. Debían éstos marchar por caminos convergentes
hasta San Luis, punto donde era seguro que tropezarían a Riera y a Peñalosa.
Pero las cosas ocurrieron de la manera que hemos visto. El general Luis Varela cumplió
al pié de la letra las instrucciones que tenía de su Jefe y con sus fuerzas
divididas en dos columnas avanzó hacia San Luis. No asi Olivares, quien
malgastó un tiempo precioso para llegar a este sitio ya tarde, cuando su
valiente compañero había tenido que pelear solo con fuerzas muy superiores del
general Riera. La hábil combinación estratégica del General Gómez se frustró
por la ineptitud de aquel teniente.
El Delegado Nacional, con su sagacidad peculiar y sus incuestionables
dotes de Jefe se dio cuenta exacta de la situación y resolvió hacer en persona
y con un puñado de hombres lo que aquel subalterno no había podido lograr con
tres batallones. Al frente de ese puñado de hombres se movilizó él 13 de abril
sobre el enemigo y con rapidez sorprendente y la más heroica audacia cayó
encima de sus contrarios en menos de dos días. Al general Olivares con los tres
batallones íntegros que mandaba lo envió para Coro a hacer servicio de
guarnición y dejó apostados en La Negrita 200 hombres, porque por este punto
podía pasar el ejército revolucionario para eludir la persecución. El 15 en la
mañana estaba ya el General Gómez peleando contra los generales Riera y
Peñalosa y los centenares de soldados que comandaban. Esta fue la acción de
Urucure, hecho de armas que revela un talento guerrero y una valentía que por
estupenda tenía que dar resultados. En ese combate la gente del General Gómez
no llegaba a noventa hombres y la del adversario era superiorísima en número,
ventaja que unida a la del reciente triunfo que había obtenido sobre el general
Luis Varela, ponía todas las probabilidades del éxito de parte de los revolucionarios.
Pero fue tan impetuoso el ataque del General Gómez que las fuerzas enemigas
tuvieron que ceder y declararse al fin en completa derrota, no obstante su
superioridad numérica y estar compuestas de soldados corianos que no conocen el
miedo. Los generales Riera y Peñalosa abandonaron el campo dejando muchos
muertos, heridos y prisioneros en poder del vencedor. Hasta Sabaneta, donde se
dispersaron por distintos puntos, los persiguió el General Gómez. Como un
ejemplo de lo extraordinario de esta victoria, consignaremos aquí que el
entonces Presidente del Estado Falcón, se negó a creerla cuando le fue
anunciada y sólo ante la evidencia fue que vino a darse cuenta de cómo era
cierta. Con ese golpe quedó temporalmente pacificado aquel Estado, como pasó en
el Centro.
El 22 de abril estaba el General Gómez de regreso en Coro,
y allí se ocupó en excitar a los buenos elementos del Estado a deponer su
actitud hostil y a entregarse de nuevo al trabajo. Una lacónica despedida a
aquel pueblo fue dictada por él en tal sentido y el 23 se embarcó para La Guaira.
No pasaría mucho tiempo sin que el sentimiento revolucionario reaccionase allí.
El general Ramón Ayala, Primer Vicepresidente de la República para aquella
época, fue a Coro después que se vino el General Gómez, y se puso al frente del
Ejército. Tan pronto como Riera y los demás jefes de la Revolución supieron que
no era el vencedor de Urucure con quien tenían que habérselas, reunieron de
nuevo sus guerrillas dispersas y cayeron sobre Coro, la que tomaron haciendo
prisionero al propio general Ayala y al Presidente del Estado general Arístides
Tellería. Al faltar el General Gómez en Occidente volvió a ser poderosa en esa
región la causa revolucionaria. Y es que donde no estaba este Jefe consumado y
verdaderamente invencible, el Gobierno podía tener como cosa segura los
reveses.
En Oriente se desmoronaba, carcomido por el desprestigio y
el fracaso, el edificio de aquel Gobierno, y prosperaba, con fuerzas cada día
más potentes, la Revolución. Cumaná y Carúpano habían caído, y Barcelona,
Maturín y Ciudad Bolívar estaban seriamente amenazadas de correr igual suerte.
Ejércitos enteros enviados desde Caracas habían sido deshechos y como lo
anotamos ya, una considerable expedición mandada por los generales Ramón Castillo
García y Calixto Escalante había caído casi toda prisionera en la batalla de
Guanaguana. Era esperado en aquellas regiones el general Manuel Antonio Matos,
Jefe Supremo de la Revolución y ésta avanzaría hacia el centro tan pronto como
contara con la unidad de mando, que representaba para los adversarios la
llegada de aquél. En Carúpano había dos mil hombres aguerridos y bien armados bajo
las órdenes del General Nicolás Rolando, que servirían de base a muchos miles
más que estaban diseminados en los demás Estados de Oriente y que se unirían
para emprender la campaña que los revolucionarios juzgaban decisiva.
Diariamente ocurrían nuevos levantamientos, pues la fe en un próximo y
definitivo triunfo alentaba a los adversarios. A medir sus fuerzas con todo
aquel poder formidable vino desde Coro el heroico vencedor de La Puerta y de
Urucure. El 29 arribó a La Guaira, y sin venir a Caracas se embarcó el 30 con
destino a la costa oriental. Desembarcó en el Golfo de Santa Fe y allí
permaneció dos días dándole organización a sus fuerzas. El 3 de mayo en la
mañana se movió sobre Cumaná, remontando un cerro de penoso acceso, hasta
llegar a las dos de la tarde a la hacienda del tránsito llamada
"Bordones", donde conferenció acerca del ataque a esta plaza con el general
José Antonio Velutini. A las 4 de ese mismo día estaba peleando en Cumaná, la
que abandonó el general Zoilo Vidal, que la ocupaba, después de breve
resistencia. Allí estuvo dos días reorganizando su gente. Luego de confiar la
defensa de Cumaná y Puerto Sucre a los generales Olivares y Araujo, hizo rumbo
a Carúpano el día 5 en la mañana. Llevaba sólo 847 hombres mientras que, como
hemos narrado ya, en esta ciudad tenían los revolucionarios como 2.000 hombres
suficientemente armados y municionados. El 5 al mediodía desembarcó en
Guatapanare y el 6, en las primeras horas del día, embistió contra Carúpano. No
obstante que en el ataque de esta plaza tuvo que subordinarse el General Gómez
a órdenes expresas del Presidente Castro de que fuera verificado según los planes
del general Velutini y que el lugar por el cual atacó era desventajoso, ya iba
a obtenerse el triunfo merced sólo al arrojo avasallador del Jefe
Expedicionario, pero una bala malhadada hizo fácil blanco en él a las dos de la
tarde. Al verlo herido de gravedad, hubo la natural confusión entre sus
subalternos, mas el General Gómez continuó imperturbable en la línea de
batalla, y para serenar a aquéllos les dijo estas palabras que el tiempo se encargaría
después de confirmarlas: "Esta sangre que derramo será para felicidad de
la Patria". Hasta las cinco y media de la tarde estuvo peleando sin querer
curarse. A esa hora fue cuando consintió en irse a bordo de una goleta a
practicarse la primera curación.
Si Carúpano no cayó en poder de las fuerzas del Gobierno,
se debió a que el teniente a quien confió el General Gómez el encargo de
coronar el triunfo—que estaba ya logrado,—no correspondió a la confianza que
depositara en él su Jefe, ni estuvo a la altura de las valientes tropas cuyo
mando inmediato se le encomendó; tropas donde había guerreros de tanto empuje
como los generales Secundino Torres, Enrique Urdaneta y Bravo Cañizales.
El General Gómez se vino a Margarita para después seguir
a Cumaná, desde donde se ocupó de disponer todo lo conducente a que las operaciones
militares no se interrumpieran. De allí se embarcó para Caracas el 15 en un vapor
mercante holandés, a objeto de venir a curarse de la gravedad de su herida que
no quería ceder. Aquí llegó al día siguiente, esto es, el 16 de mayo.
En esas dos campañas de Occidente y de Oriente dejaba el
General Juan Vicente Gómez bien probado el temple de su espada. En Urucure
demuestra el aliento heroico que siempre lo ha llevado a acometer las más
difíciles empresas militares. Mientras sus subalternos, con batallones
perfectamente organizados, no pueden vencer al enemigo, él sale con 86 hombres,
y a los dos días de buscar al contrario, lo encuentra, lo combate y lo derrota,
en virtud de esa facultad extraordinaria que poseen los verdaderos generales,
de suplir con la celeridad de la acción y con la impetuosidad del ataque las
deficiencias del número. En Carúpano arremete a un adversario fuertemente atrincherado,
recibe un balazo grave y contra su parecer adopta un plan de ataque
desventajoso, pero por sobre todos estos grandes inconvenientes, persevera en
el combate, y hasta que no tiene la conciencia de que el enemigo está vencido,
no se ocupa de la sangre que vierte en gran cantidad sino para decir aquellas
palabras proféticas: Esta sangre que derramo será para la felicidad de mi
Patria.
Y así ha acontecido: la sangre de ese valiente al caer sobre la tierra rebelde habría de fecundarla. Después arrancaría de esas mismas comarcas insumisas el grandioso laurel de Ciudad Bolívar, y cuando Carúpano vino a ser la última porción de tierra venezolana que vieron los ojos del Dictador Castro al alejarse para siempre de la Patria, aquellas pupilas extraviadas por la monomanía de las grandezas se posaron por fuerza en las propias playas que regó la sangre generosa y valiente del Pacificador, como una advertencia del destino que comenzaba ya a cumplirse, haciendo una realidad dichosa las palabras que pronunció el General Gómez para avivar la fe en sus compañeros de armas, al quedar herido en el sitio de Carúpano.
CAPÍTULO 7
SUMARIO
El General Gómez atiende a la curación y convalecencia de la grave herida que sufrió en Carúpano.—El 5 de julio de 1902 se encarga de la Presidencia de la República.—Párrafo final de la Alocución del Presidente Castro al declararse en campaña.—Desastrosos resultados de esta campaña.—Triunfo de Tinaquillo.—Decreto de Garantías.—Derrotas sufridas por el Presidente Castro en "Flores" y "Malpaso" y unión de los ejércitos revolucionarios de Oriente y Occidente.—El General Gómez llega a La Victoria y vence a los revolucionarios.
Desde mediados de mayo de 1902, hasta los primeros días
de julio, el General Gómez estuvo curándose y convaleciendo de la grave herida
que recibió peleando en Carúpano, pero esto no era obstáculo para que se
mantuviera en actividad, pues durante esos días era constantemente solicitado por
el Gobierno para pedirle el concurso de sus conocimientos militares y de su
gran experiencia en los asuntos públicos, así como también para aprovechar las ventajas
que representaba para aquella situación su gran ascendiente sobre todos los
hombres de acción que habían permanecido fieles al Presidente Castro. La voz
del General Gómez era oída y acatada por sus compañeros de armas que habían
llegado al convencimiento justo de cómo era el Vicepresidente de la República
la persona de suficiente autoridad para mantener unidos los elementos de la
Causa que servían.
El Presidente Castro se estaba ya dando cuenta de la gravedad
de los acontecimientos y veía día por día cómo estaba desmoronándose su gobierno
ante el empuje tremendo de aquella revolución; y como él creía que si iba personalmente
a combatir debelaría aquel formidable movimiento armado, resolvió ponerse al
frente del Ejército para marchar a Oriente y comunicar a las operaciones de la
guerra lo que él llamó el nervio de sus actividades.
El 5 de julio de 1902 se declaró en campaña y llamó al
General Juan Vicente Gómez al ejercicio de la Primera Magistratura de la
República, expidiendo una Alocución a los venezolanos en la cual se lee el
siguiente párrafo: "Compatriotas! Al frente del Ejecutivo Nacional
queda el General Juan Vicente Gómez, mi sustituto legal. El General Gómez es la
personificación de todas las virtudes públicas y representa legalmente en el
Poder la tradición de la Causa a que servimos y la lealtad a sus principios y a
sus hombres".
Así finaliza aquella Alocución y los conceptos acerca del
General Juan Vicente Gómez allí emitidos y en ocasión tan solemne proclamados
son la expresión de la verdad.
Con la relación clara y veraz de los hechos vamos a comprobarlo.
El General Gómez asume el Gobierno y ratifica el nombramiento
de Ministros en los mismos ciudadanos que vienen ejerciendo los respectivos
Despachos. Sus primeras medidas son para llevarla regularidad administrativa a
los distintos ramos en que se divide el Poder. La Hacienda está en bancarrota y
él se ocupa en crear recursos fiscales; el Ejército está desorganizado y él lo
disciplina y aumenta —de la manera que lo permiten las circunstancias adversas
de que se ve rodeado el Gobierno—hasta el punto de poder tener ya para
principios de octubre, cuando el Presidente Castro desde La Victoria le pedía
un batallón como refuerzo salvador, mil hombres perfectamente organizados que
ofrecerle y poder dejar todavía dos batallones guarneciendo a Caracas.
El Presidente Castro entre tanto fracasaba
ostensiblemente en su campaña sobre los revolucionarios de Oriente. Apenas
llegó a Barcelona, las tropas del Gobierno se comprometieron en la sangrienta
acción de Aragua, de donde salieron maltrechas, dejando que los revolucionarios
invadieran el Centro y se vinieran a Altagracia de Orituco para buscar su
objetivo deseado, que era reunirse a sus compañeros de Occidente en marcha ya
con igual propósito por la vía de Cojedes.
Ante tal emergencia, el Presidente en campaña y sus tropas
tornan a Caracas a dar el espectáculo de su impotencia para debelar la
Revolución, y naturalmente a contribuir a que los adversarios cobraran más
aliento con aquel fracaso evidente. La pomposa Alocución guerrera del 5 de julio,
con todos aquellos anillos de energías para estrangular la anarquía, con
todo aquel designio de arrancar la paz del seno ardiente de las batallas y
aquellas invocaciones a la Providencia, venía a resultar una gran fanfarronada
escrita en estilo hinchado y cursi-elocuente, que sólo tenía una parte de
innegable veracidad: el párrafo final antes citado en que alude a la
personalidad benemérita del General Juan Vicente Gómez.
De Caracas hasta todos los confines del país cundió la
noticia del desgraciado principio de la campaña presidencial y fue a
soliviantar todavía más el sentimiento revolucionario.
De aquí salió de nuevo el General Castro en el intento de
ver si podía evitar que los dos Ejércitos revolucionarios, el de Oriente y el
de Occidente, lograran su objetivo inmediato; pero no pasó del Tuy donde acampó
esperando que el enemigo viniera a atacarlo, cuando era a él a quien le tocaba
hacerlo por medio de una de esas embestidas fulmíneas de que tan reciente
ejemplo le había dado el General Juan Vicente Gómez cuando venció a los generales
Luciano Mendoza, Antonio Fernández, Luis Loreto Lima, Gregorio Segundo Riera y
Juan Pablo Peñalosa.
Esta campaña del Tuy fue desastrosa para las armas del
Gobierno, pues se concretó a un marchar y contramarcha que revelaba muy a las
claras lo nulo de las concepciones estratégicas del siempre vencedor jamás
vencido.
Pero desde la capital de la República el ojo experto del
General Gómez se daba cuenta de lo crítico de las circunstancias y de los
desaciertos que estaba cometiendo el Presidente en campaña, y con el tino que
le es característico, mandaba una División de tachirenses que estaba en
Tocuyito unida a un contingente de trujillanos, a que se dirigiera sin pérdida
de momentos a reforzar el Ejército del general Castro, diezmado ya por las
deserciones, traicionado por una tropa de mirandinos que, al mando de Pérez
Crespo y un tal Palacios, se había pasado íntegra al enemigo y relajado en su
moral y disciplina. Nos refiere acerca de esto el segundo jefe de aquellos
valerosos andinos, el entonces Coronel Antonio José Cárdenas, que el Presidente
Castro fue presa de insólita alegría cuando supo cómo aquel refuerzo venía a
sacarlo de los tremendos apuros en que estaba temiendo de un momento a otro el ataque
de los cinco o seis mil orientales aguerridos que acampaban en Altagracia de
Orituco.
Es durante aquellos días que las tropas constitucionales riñen
con los revolucionarios de Occidente el afortunado combate de Tinaquillo, en
que triunfan bajo el mando del general Mariano García.
El General Gómez aprovechó con hábil tacto de gobernante las
circunstancias que se derivaban de aquel triunfo y expidió un Decreto
concediendo todo género de garantías a los revolucionarios en armas que
depusieran en el término de cuarenta días su actitud subversiva.
No obstante el triunfo obtenido en Tinaquillo, el
Ejército de Occidente se unió al de Oriente, habiendo derrotado antes al
general Castro en los combates de Flores y Malpaso, que fueron las dos únicas
veces que el referido general peleó sin tener a su lado al General Juan Vicente
Gómez.
Unidos aquellos dos poderosos ejércitos revolucionarios sumaban
algo más de doce mil hombres, perfectamente armados y municionados, y contando
entre sus jefes de Cuerpos a los generales Luciano Mendoza, Gregorio Segunda
Riera, Nicolás Rolando, Rafael Montilla, Amabile Solagnie y otros, es decir, lo
más selecto de los caudillos venezolanos.
Los sucesos se precipitaron y ya para fines de septiembre
y principios de octubre de aquel año, pocos, muy pocos eran los que dudaban del
triunfo de la Revolución.
Es entonces cuando el Presidente Castro remata los desatinos
de su campaña emprendida el 5 de julio, con la torpe decisión de ir a
encerrarse dentro de los muros de La Victoria a esperar allí el empuje del
enemigo que lo cercó y atacó resuelto a provechar las ventajas que le reportaba
aquel craso error táctico de su contendor.
Para defender La Victoria se necesitan muchos millares de
soldados porque es una ciudad que tiene extensos lugares por donde ser atacada.
En la guerra de la Independencia sólo el valor hectóreo de un José Félix Ribas había
podido realizar tal hazaña, ayudado por el hecho de que las tropas de Boves y
de Morales eran casi en su totalidad caballerías y es bien sabido que con este
recurso no es nada fácil expugnar ciudades. Pero el Presidente Castro se empeñó
en creer lo contrario y en oposición a las más triviales reglas del arte
militar libró aquella batalla.
A poco de estar comprometido en tal aventura guerrera, el
Ejército del Gobierno comenzó a flanquear y para el 12 de octubre era de
temerse el desastre. Ya para agotarse los pertrechos y las provisiones de boca,
debilitada la moral de las tropas y en espera de ser completamente interceptado
con Caracas, al general Castro no le quedaría más camino que la rendición o la
fuga.
Pero en aquellos momentos, verdaderamente desesperados, en
que pidió al General Gómez lo auxiliara siquiera con un batallón, recibió este
despacho de su generoso amigo y protector: "Caracas: 12 de octubre de
1902.—La Victoria.—General Castro.—Recibido.—No creo que sea un batallón el que
deba mandarle, sino que debo salir yo con mil hombres que tengo disponibles,
dejando como dejo, esta plaza resguardada con los batallones "Mariño"
y "Cojedes". En Los Teques, punto importante, dejaría al General
González Pacheco con las fuerzas de Moros en Pan de Azúcar y los ciento
cincuenta oficiales de Paulino Torres, que valen por un batallón, y en El
Guayabo quedaría el General Adolfo Méndez con sus fuerzas. Con estas fuerzas,
la artillería y el parque suficiente que llevo, trituro todo lo que se me
atraviese y le caigo al enemigo por retaguardia dominándolo.—Espero
contestación.—Su amigo, —Juan Vicente Gómez".
Al día siguiente, esto es, el 13 de octubre, puso el
General Gómez en ejecución aquel plan, y previamente decretó la traslación del
Poder Ejecutivo al Distrito Guaicaipuro del Estado Miranda.
En un tren expreso salió para La Victoria a las 6 de la
mañana y en horas llegó a aquella ciudad y al seno de aquel Ejército como una
providencia. El lector comprenderá cómo fue recibido.
Ese mismo día comenzaron a darse cuenta los
revolucionarios de cómo las cosas habían cambiado, y de que tenían frente a
frente al vencedor de La Puerta y Urucure.
Pasados pocos días, la batalla de La Victoria dejaba de ser una derrota para el Ejército constitucional y se convertía en un triunfo. El General Gómez, después de disponer todas las operaciones que efectuaron aquel cambio—inclusive el famoso asalto del Copey—recibía una tarjeta del Presidente Castro en San Mateo, donde acampó persiguiendo al enemigo, tarjeta en que aquél se expresaba en estos términos: "Saludo al General Juan Vicente Gómez y lo felicito por el triunfo de La Victoria, porque esas glorias son legítimas de él". Como antes dejamos al lector en libertad de juzgar la manera como tuvo que ser recibido el General Gómez entre los abatidos defensores de aquella plaza, el 13 de octubre, ahora lo dejamos también en libertad de juzgar a qué Jefe corresponden los laureles de la batalla de La Victoria.
CAPÍTULO 8
SUMARIO
Regreso del General Gómez a Caracas.—Acuerdo confiriéndole la Condecoración de la "Defensa Nacional". —Campaña de Barlovento y triunfo de El Guapo.—Nueva campaña de Occidente y batallas de Barquisimeto y Mata Palo.—Cablegramas cruzados entre el Presidente Castro y el General Gómez.—Nueva campaña a Oriente y batalla de Ciudad Bolívar.—Telegramas cruzados entre el General Gómez y el Presidente Castro con motivo de esta gran victoria.—Comentario.
El 9 de noviembre de 1902 regresó el General Gómez a
Caracas en compañía del Presidente en campaña, quien no obstante haber sido
nulo de un todo en las operaciones militares que emprendió desde el 5 de julio,
hacía una entrada triunfal aparatosa en la capital de la República. El General
Gómez, que siempre ha sido enemigo de exhibicionismos y ostentaciones, se
retiró a su casa con el intento de resignar el Poder cuanto antes. Al efecto
dictó nuevo Decreto derogando el de 13 de octubre por el cual se había
trasladado el Ejecutivo Nacional al Distrito Guaicaipuro del Estado Miranda.
Pero el general Castro rehusó reencargarse del Poder, lo que no vino a efectuar
sino el 20 de marzo del año siguiente.
A principios del mes de diciembre sobrevino el grave conflicto
en que se vio atacada Venezuela por parte de poderosas Naciones europeas. El
General Gómez observó al frente del Gobierno la más patriota y digna actitud,
actitud que fue premiada por el Senado en sus sesiones de 1904, confiriéndole
la Condecoración de la "Defensa Nacional" por medio del siguiente Acuerdo,
aprobado unánimemente por los miembros de aquel Cuerpo : "El Senado de los
Estados Unidos de Venezuela.—Acuerda:—Artículo único.—Por cuanto el Decreto del
Congreso de fecha 11 de abril de 1903, atribuye en parte al Senado la facultad
de conferir la Condecoración de la "Defensa Nacional" mediante la
comprobación del servicio o servicios prestados en defensa de los fueros y
derechos de Venezuela como Nación soberana e independiente.—Por cuanto el
ciudadano General Juan Vicente Gómez, Segundo Vicepresidente Constitucional de
la República, servidor meritísimo de la Patria en los días del grave conflicto internacional
pasado, tiene credenciales en el particular que le honran y enaltecen,
recomendándolo además, a la gratitud nacional. El Senado de la República, de
propia iniciativa, confiere al General Juan Vicente Gómez la Condecoración de
la "Defensa Nacional" en la Segunda Clase de la Orden, que es la que
le corresponde por el Decreto fecha 11 de abril citado; premiando así sus
grandes servicios a la Patria y para que en todo tiempo pueda ostentarla como
timbre de honor preclaro.—Dado en Caracas, a los nueve días de marzo de 1904,
etc., etc., etc.".
Hasta la fecha antes mencionada de 20 de marzo de 1903,
permaneció el General Juan Vicente Gómez ejerciendo la Primera Magistratura de
la República con una discreción y un acierto ejemplares. Durante esos ocho meses
de gobierno dio las mayores pruebas de su tacto como Jefe de la Administración.
Sereno en medio de todos los tremendos acontecimientos que hemos narrado, procedió
siempre con entereza y energía, pero sin alardes, en el cumplimiento de sus
deberes y grandes responsabilidades. Los hombres de buen juicio, aun los
adversarios de aquel orden de cosas, necesariamente tuvieron que ver en aquel
Magistrado circunspecto y dueño en todo momento de sí mismo, al ciudadano que
podía interponerse como elemento conciliador entre las tendencias al despotismo,
ya esbozadas en el general Cipriano Castro, y el sentimiento oposicionista—que
no por el vencimiento que venía sufriendo en los campos de batalla dejaba de
ser poderoso.
La Revolución, después del tremendo revés de La Victoria,
logró rehacerse en parte, no obstante que el patriotismo venezolano ante la
agresión extranjera contribuyó a que hubiera una especie de tregua entre los
contendores. Los adversarios contaban todavía con muchos recursos para seguir
combatiendo al Gobierno. En Occidente, Oriente y en el Centro había grandes
ejércitos revolucionarios que mantenían en jaque al Presidente Castro y que estaban
prestos a seguir luchando para derribarlo del Poder. El general Nicolás
Rolando, desde Barlovento, se preparaba a ir sobre Caracas para intentar un
nuevo golpe a la cabeza de más de tres mil hombres bien armados y muy
ejercitados en la guerra. Contaba como bases de aprovisionamiento con los
Estados íntegros de Maturín y Bolívar y con grandes núcleos de alzados en toda
la costa oriental y en el interior de los Estados Sucre, Guárico y Barcelona.
Contra el general Rolando salió a principios de abril de
1903 el General Juan Vicente Gómez, y el 11 del mismo mes lo atacaba en las
posiciones casi inexpugnables que ocupaba en El Guapo. Tres días duró la
batalla que fue la más sangrienta librada en los diez y nueve meses de lucha que
discurrieron hasta el triunfo definitivo de Ciudad Bolívar que acabó con la
Revolución. En El Guapo refrendó el General Juan Vicente Gómez su reputación de
guerrero consumado. Allí el enemigo era superior en número, estaba mandado por
el primero y más experto general con que contaban los revolucionarios, se
componía de jefes, oficiales y soldados tan valientes y aguerridos como los que
militaban en las filas del Gobierno y estaba protegido por fuertes
atrincheramientos. Pero todas estas ventajas las superó el General Juan Vicente
Gómez con las cualidades extraordinarias que posee como comandante supremo de
Ejércitos: valor impetuoso en el ataque, calma imperturbable en la defensa, que
le permite abarcar con una sola mirada las deficiencias o circunstancias favorables
existentes en los puntos de resistencia para suplirlas o aprovecharlas, fe
profunda en sí mismo y una energía tal, que cuando su Jefe de Estado Mayor en
aquella ocasión—un viejo y denodado veterano—se acerca al tercer día del
combate a decirle que desespera del éxito, porque las columnas de ataque se
estrellan contra las trincheras enemigas, le contesta con aquella ya conocida frase:
"Tenemos refuerzos, contamos con tres mil hombres y ya vamos a decidir
esto. Usted que vale mil, ese batallón otros mil (se refería al Batallón Gómez)
y yo los mil restantes" y a poco de decir estas palabras se coloca en
persona a la cabeza de aquel cuerpo que lleva su nombre y en una sola carga
gana la batalla.
Derrotado el general Nicolás Rolando en El Guapo, se retiró
a sus lejanas bases de Ciudad Bolívar con lo que pudo salvar de su Ejército, y
se rehizo en aquella plaza con tropas en abundancia que tenía allí de reserva
la Revolución, con parque bastante y con toda clase de recursos más para
continuar la guerra todavía con probabilidades de obtener resultados.
Los últimos días de abril los pasó el General Gómez en
Caracas, preparándose para marchar sobre los revolucionarios de Occidente que
contaban aún con millares de hombres y que esperaban de nuevo el desembarco del
general M. A. Matos por la costa de Tucacas para iniciar otra vez operaciones
militares hacia el Centro. Horas después de haber arribado el Jefe Supremo de
la Revolución a la costa dicha, llegaba el General Gómez a Tucacas. Allí peleó
con gente avanzada del enemigo y la venció; volvió a combatir y a triunfar en
el Puente de Yumare y avanzó dominando una serie de fuertes defensas y
atrincheramientos que le oponían los revolucionarios por toda la línea férrea,
y merced a una habilísima maniobra cayó sobre Barquisimeto cuando menos lo esperaban
sus defensores. Después de un ataque a esta plaza que duró hasta la noche del
22 y fue reñido, entró vencedor a la capital del Estado Lara el 23 de mayo. En
la tarde de ese mismo día continuó su avance victorioso siguiendo las huellas
del enemigo, al que vino a alcanzar el 2 de junio en el sitio denominado
"Matapalo" donde lo asaltó a las 8 de la noche; asalto que se
generalizó y vino a convertirse en una batalla que terminó el 3 de junio por la
tarde con la más completa derrota del adversario. Allí, como en Barquisimeto,
comandaban el ejército contrario la flor de los caudillos occidentales y estaba
su propio Jefe Supremo, el general M. A. Matos. Con esta derrota quedó
totalmente debelada la Revolución en Occidente. El General Gómez participó el
triunfo al Presidente Castro por medio del siguiente despacho dirigido desde
Las Adjuntas y trasmitido de Coro por la vía cablegráfica: "Compañía
Francesa de Cables.—De Coro a Caracas, el 6 de junio de 1903. — Las Adjuntas: 4
de julio. —Para General Cipriano Castro. —Caracas.—Tengo la satisfacción
de participarle que al tercer día de haber pisado el Estado Falcón, di alcance
y batí a los Generales Matos, Riera y Lara en Matapalo. El día
¿Qué otra confesión más explícita de como fue el General Juan
Vicente Gómez, el auténtico Pacificador de Venezuela? Juzgue el lector de esta
semblanza del insigne guerrero y comente. El general Cipriano Castro, autor de
aquella declaración inequívoca de los méritos de nuestro biografiado y hoy el
más empecinado de sus detractores, y todos los adversarios del General Juan
Vicente Gómez, tendrán que convenir en que no hablamos de fantasía en este
libro ni decimos lisonjas, sino que nos expresamos en el lenguaje sereno de la
verdad. Réstanos, acerca del particular, insertar este párrafo que escribimos en
otra ocasión al comentar el cablegrama en referencia: "De haberse
mantenido el General Castro ecuánime y pensando siempre de la manera que
pensara al dictar el notable telegrama que venimos comentando, su suerte como
hombre público sería muy otra. Venezuela entera le habría perdonado sus errores
si se hubiera aliado con esa Providencia que invocaba para dejar que el
Pacificador de la República llegara a obtener la única recompensa digna de sus
servicios: la Primera Magistratura Nacional. Pero no aconteció de esa manera;
el camino que siguió fue el del mal y hoy sufre las consecuencias vagando de
país en país extranjero, torturado en sus días y en sus sueños por la furia de
la venganza, befado por los que antes quemaran incienso ante su frágil altar de
ídolo y condenado a no volver a la Patria sino como un paria a quien nadie se
atreva a tender la mano sin rubor".
Prosigamos nuestra narración.
El General Gómez regresó a Caracas después de dejar pacificado
todo el Occidente, y con el carácter de Delegado Nacional y Jefe Expedicionario
sobre el Oriente de la República se embarcó en La Guaira, comandando un
ejército de dos mil hombres el 27 de junio en la tarde, ocupando él y su gente
tres vapores de la Armada. En la madrugada del 29 arribó a Campano. Allí estaba
otro vapor que se incorporó a la escuadra expedicionaria y fue despachado por
el General Gómez para que tomase en Trinidad a los prácticos que debían servir
de guías en la entrada al Orinoco. Luego siguió su ruta para desembarcar en un
puerto de la costa de Güiria llamado Soro, bajo los fuegos del enemigo, e ir a
situar el Ejército en las alturas vecinas el 1° de julio. Desde estos lugares
dispuso el ataque a los Generales Antonio Paredes y Manuel Morales al rayar la
aurora del 2 y éste se efectuó en Campo Claro, quedando destruida de un todo la
facción de 500 hombres que mandaban aquellos dos generales, en dos horas de combate
y pacificado el extenso litoral de la Costa de Paria. No habiendo ya en
aquellas comarcas de Oriente más enemigos que vencer, el General Gómez continuó
su rumbo hacia Ciudad Bolívar y el 5 penetraba en el Orinoco. El 10 llegó a
Barrancas, y en la tarde del 11 desembarcaba en Santa Ana con el ejército
expedicionario. Al amanecer del día siguiente mandó el General Gómez a su
Secretario General en campaña, Doctor J. R. García, a que participara al Cuerpo
Consular y al Clero de Ciudad Bolívar, que transcurridas 24 horas atacaría a
esta ciudad. En la tarde del 13 se pusieron al habla con el Doctor García los parlamentarios
venidos de la plaza bloqueada: el Obispo de Guayana, los Cónsules de Francia y
de Alemania y el general José Manuel Peñalosa y formularon la proposiciones que
traían, las que fueron trasmitidas al General Gómez por su Secretario General.
En consecuencia, se iniciaron conferencias a efecto de ver si era posible
evitar el derramamiento de sangre. El General Gómez ofreció condiciones liberales
al general Rolando y a sus subalternos, pero éstos no las quisieron aceptar. En
uno de los diálogos entre el Comandante en Jefe expedicionario y los
parlamentarios mencionados, para ver si se lograba un avenimiento, el general
José Manuel Peñalosa fue señalando, una por una, las serias dificultades con
que tropezaría el ejército sitiador para expugnar la formidable plaza. El General
Gómez respondió a su interlocutor, con la confianza en sí mismo que le es
característica y que es una de las mayores fuerzas que posee para obtener éxito
en todo : "Yo tomo a Ciudad Bolívar" y añadió dirigiéndose también al
Obispo de Guayana allí presente: "Hay un Dios y como lo hay, usted (se
refería al general Peñaloza) me obsequiará un brindis en Ciudad Bolívar".
Aquel jefe revolucionario subyugado por la fe del General Gómez declaró al
punto que si se libraba la batalla no dispararía un solo tiro contra el heroico
sitiador. Esto aconteció el 18 y en la noche ya sabía el general Nicolás
Rolando, por boca del mismo general Peñaloza, que no aclararía el día sin que
el General Gómez lo atacara. Así fue en efecto. A las tres de la madrugada del
19 de julio se rompieron los fuegos sobre las poderosas defensas del enemigo.
Tres batallones de las fuerzas expedicionarias iniciaron el ataque
simultáneamente sobre las alturas de La Esperanza, El Zamuro, Cerro Colorado y
El Convento y en acción combinada, los vapores de guerra disparaban hacia una
gran trinchera que servía de baluarte a la ciudad por Punta de Mateo. A las 6
estaba ya tomado el cerro de La Esperanza y caían la trinchera mencionada, así
como otra que estaba situada en Los Molinos. El magnífico plan del General
Gómez comenzaba a efectuarse en todos sus detalles y ya estaba en comunicación con
la Escuadra. Poco después de las ocho caía también el Cerro del Zamuro, que los
defensores de Ciudad Bolívar juzgaban inexpugnable. Furiosos contra-ataques
dirigió el enemigo para tratar de recuperar las posiciones perdidas, pero a
pesar de ser éstos ejecutados con ímpetu y valor extraordinarios, fueron
infructuosos. Ya para esta hora empezó a funcionar la artillería revolucionaria
y la batalla se hizo uniforme en todas las líneas. La artillería expedicionaria
contestó destruyendo una pieza Krupp de los contrarios y silenciando las
restantes. Mientras tanto las tropas destinadas por el General Gómez para
ocupar a Cerro Colorado, El Convento y El Cementerio, daban embestidas heroicas
para lograr su objetivo, que vinieron a alcanzar el 20 en una carga
irresistible, que aventó al enemigo a sus defensas más internas en el recinto
fortificado de la ciudad. Desde el Capitolio, el Acueducto, el edificio de la
Aduana, la Cárcel y el Teatro y con descargas que hacían desde las azoteas de
las casas, continuó el adversario peleando bravamente. Ayudadas por la
artillería, las infanterías tomaron la Aduana luchando briosamente y luego la
Cárcel. Las demás posiciones cayeron una a una, y el tenaz contendor quedó
todavía peleando dentro de los muros del Capitolio, que el General Gómez le
arrebató al fin. La batalla quedó absolutamente perdida el 21 en las primeras
horas de la mañana, en que fue imposible toda resistencia por parte del enemigo
y en que éste se rindió a discreción.
Como doscientos cincuenta muertos, entre ellos el valiente General Enrique Urdaneta y otros denodados jefes y oficiales, y más de cuatrocientos heridos—contándose entre éstos generales, coroneles, comandantes, capitanes, tenientes y subtenientes en número de ochenta y uno —que, dignos subalternos del General Gómez, no conocían el miedo y 800 muertos y heridos del adversario, constituyeron el heroico aporte de sangre humana con que se obtuvo en Ciudad Bolívar la paz definitiva de Venezuela. El General Juan Vicente Gómez, siempre noble y magnánimo quiso evitar tamaño sacrificio, pero en parte por el fiero orgullo y la ambición del General Rolando y sus compañeros de armas y en parte por la intransigencia del Presidente Castro, el insigne vencedor de El Guapo dominó los impulsos generosos de su gran corazón y, fiel a la disciplina militar y a sus deberes de hombre de Causa, atacó a Ciudad Bolívar y la expugnó en cincuenta horas de sangrienta lucha. Pero, péseles a los calumniadores que tratan de exhibir al General Gómez como inflexible cuando castiga, anotaremos aquí que de la gran cantidad de prisioneros hechos en aquella batalla, ninguno recibió el más leve ultraje. Tratados más como compañeros que como adversarios, fueron todos —inclusive el General Nicolás Rolando y los doscientos veintiséis jefes y oficiales rendidos allí—y ochocientos de aquellos prisioneros recibieron la libertad cuando todavía el eco de las detonaciones no se había apagado y el humo de la pólvora saturaba el ambiente!
Un parque considerable cayó en poder del vencedor: 3.275
fusiles, 4 cañones, 1 ametralladora, 1 caja de dinamita, 3 cajas de estopines,
161 botes de metralla, 264 granadas, 39 balas rasas, 32 Schrapnels,
En lo referente a la batalla de Ciudad Bolívar, debemos mencionar
que los comandantes de los vapores de guerra americano Vancroft y francés
Jouffroy, surtos frente aquella plaza desde el 15 de julio para proteger a sus
compatriotas, presenciaron íntegra la acción y solicitaron conocer al General
Gómez para felicitarlo por su estupenda hazaña militar, pues juzgaron admirable
el plan estratégico del General Gómez y su inaudito valor para capturar en dos
días una plaza fortificada de primer orden, con un ejército y recursos, iguales
y quizá inferiores en cantidad al ejército y recursos de los defensores de Ciudad
Bolívar.
Y también mencionaremos este párrafo de la Memoria que
presentó el Ministro de Guerra y Marina al Congreso de Venezuela en sus
sesiones de 1904, al referirse a la campaña pacificadora del General Juan
Vicente Gómez, tan brillantemente concluida en la célebre acción de armas a que
nos venimos contrayendo. Helo aquí: "Ya es bien conocido y apreciado el
ínclito Jefe a quien fue delegada la alta misión de pacificar la República,
ciudadano General Juan Vicente Gómez, Vicepresidente de la Nación. Sus altas
virtudes militares se destacaron admirablemente, uniendo su valor heroico a la
nobleza de su carácter, de manera que en él se encuentran siempre la conmiseración
y el perdón aun en medio de las más violentas manifestaciones del
combate".
El General Gómez, horas después de ocupar a Ciudad Bolívar,
dirigió el siguiente telegrama al Presidente Castro:
"Telégrafo Nacional.—De Soledad a Caracas, el 21 de
julio de 1903.—Las
La contestación a aquel lacónico, pero sumamente expresivo
telegrama, fue la siguiente : "Telégrafo Nacional.—De Caracas, el 21 de
julio de 1903.—General Juan Vicente Gómez.—Ciudad Bolívar.—Acabo de
recibir su importante parte en que me da cuenta de la toma de esa ciudad, después
de cincuenta horas de sangrienta y ruda batalla. Por tan trascendental suceso,
en nombre de la República, en mi propio nombre y en el de todos mis amigos, que
lo son suyos también, felicito a usted muy calurosamente y por su órgano a
todos y a cada uno de sus valientes cuanto abnegados y heroicos compañeros. El hombre
que desde el 21 de diciembre de 1901, con tan buen suceso, viene luchando por
la salvación de la República, de sus instituciones, de su jefe y de los grandes
y sagrados intereses de la Causa Liberal Restauradora, no podía menos que
terminar con golpe ruidoso, por atrevido y audaz, con el último baluarte que
tuvo la Revolución más inicua, infame y criminal que registrarán los anales
históricos de las Naciones civilizadas del orbe!! Esa gloria no se la podía
disputar nadie al gigante venezolano, cuyo solo nombre es capaz para someter
ejércitos, a la vez que prenda de seguridad de que en su campamento no se
albergan sino la razón, la justicia y la equidad, para que así como sirve de
antemural contra los enemigos de la República, ampara, protege y defiende la
inocencia y la virtud. Así que cuando en los infinitos arcanos de la Providencia
plugo a Dios salvar a Venezuela del desbarajuste, del desorden y del caos en
que venía, ya lo había destinado a usted para ser a la vez cabeza y brazo de la
obra más portentosa, por difícil, que realizarse pueda para la salvación de un
pueblo. Yo, eterno enamorado de todo lo bueno, de todo lo grande, de todo lo
sublime y de todo lo que relacionarse pueda con la vida espiritual y moral de
la humanidad, especialmente en lo que se roza con el espíritu de justicia y
equidad, en la marcha ya de las sociedades, ya de los pueblos y ya del individuo
mismo, no puedo menos que sentirme orgulloso de que usted, a la vez que el más
humilde, el más grande de todos los servidores que ha tenido hasta hoy la Causa
Liberal Restauradora, que es como si dijéramos la Causa de la verdad y del
porvenir venturosos de la Patria, haya sellado infatigable, el horroroso
expediente de nuestras guerras civiles, de todas nuestras desgracias y de todas
nuestras desdichas! Es, por decirlo así, como si en esta vez estuviera
encarnada la honra del Padre en la gloria del Hijo.—Permítame, pues, abrazarlo
a usted y en usted a todo ese Ejército de héroes y abnegados patriotas.—Cipriano
Castro".
Antes de pasar a otro capítulo de este trabajo
biográfico, analicemos el escrito que acaba de leerse y de cuya autenticidad
nadie duda. Su redacción, desde el aviso de recibo hasta eso de la honra del
Padre encarnada en la gloria del Hijo, es íntegra del ex-Presidente Castro: es su
mismo estilo, o mejor dicho, su misma verba, su peculiar fraseología. Como en
el efusivo telegrama se habla de paternidad, la asociación de las ideas nos
trae a afirmar que el autor, en todo tiempo, reconocerá la filiación de ese
producto de su musa épico-política. Pero prescindiendo de la profusión de
adjetivos y de la mezcla de giros ultra-culteranos y lugares comunes que
caracterizan el lenguaje del general Castro, diremos que el telegrama en
referencia tiene un mérito indiscutible: dice la verdad y es por tanto un
documento valioso en historia. En efecto, el General Gómez había consolidado la
paz de la República en 19 meses de rudo y cruento batallar. Su espada, empuñada
el 21 de diciembre de 1901, había abierto la primera brecha en las filas de la
Revolución en La Puerta y la asestaba el golpe decisivo a las márgenes del Orinoco,
el 21 de julio de 1903. Dos sitios igualmente consagrados por la Inmortalidad
en nuestra lid magna: La Puerta y Ciudad Bolívar, fueron los que deparó el
destino al "más humilde y a la vez el más grande" de los paladines de
la paz venezolana para principio y fin de su sorprendente campaña. Razón tuvo
el general Cipriano Castro para apellidar al Héroe victorioso "el gigante
venezolano cuyo solo nombre es capaz para someter ejércitos". Fue esa la
talla con que vio el entonces Presidente, al General Juan Vicente Gómez, el
memorable día del triunfo de Ciudad Bolívar y de ese mismo tamaño lo vieron
todos los venezolanos y lo han venido viendo, especialmente en el glorioso 19
de Diciembre de 1908, cuando se enfrentó, solo, a los rebeldes que había en los
Cuarteles y los sometió con su valor extraordinario.
En este Capítulo de nuestra obra hemos descrito a grandes
rasgos una parte interesante de la vida del General Juan Vicente Gómez,
comprendida desde el día que regresó a Caracas a poco de haber decidido la batalla
de La Victoria, hasta que realizó la mayor hazaña militar de la época: la
expugnación de Ciudad Bolívar. Sus brillantes ejecutorias durante este tiempo
fueron la manera decorosa y digna como ejerció el Poder en los días del más
grave conflicto internacional porque ha pasado Venezuela, las batallas que ganó
al enemigo el 13 de abril, el 22 de mayo y el 3 de junio de 1903, que dieron
por resultado la completa pacificación del Centro y el Occidente de la
República, y la gran acción de armas de que acabamos de ocuparnos, cuya
consecuencia invalorable han sido los diez y seis años de paz disfrutados hasta
hoy, con la sola excepción de los trastornos del orden público, promovidos en
la segunda mitad del 1913 por la ambición impenitente del general Castro.
Esta parte de nuestro trabajo biográfico es también la historia de la extinción del caudillaje en Venezuela, pues cada una de las derrotas del bando revolucionario aquí narradas, implican cómo el organismo nacional reaccionaba contra el achaque que han tenido que padecer casi todas las jóvenes democracias americanas: el dominio de varios régulos, discrecional y arbitrariamente ejercido sobre la fantasiosa credulidad de las masas y sus hábitos de sumisión. En El Guapo, Barquisimeto y Matapalo quedaron vencidos los más genuinos representantes de ese linaje de señorío feudal que sufrió Venezuela, y cuando el general Nicolás Rolando rindió su espada entre los muros aún humeantes de Ciudad Bolívar, una sola y merecida fama militar quedó en pie: el prestigio guerrero del General Juan Vicente Gómez.
CAPÍTULO 9
SUMARIO
Regresa el General Gómez a Caracas después de pacificar al
país.—Intrigas contra él.—Su alejamiento discreto de la política.—Reforma
constitucional de 1904. Elección del General Gómez para 1er. Vicepresidente de
la República en el período provisional de
Después de la batalla de Ciudad Bolívar, pacificada ya de
un todo la República, el General Juan Vicente Gómez regresó a Caracas a
disfrutar de un descanso relativo, porque entonces comenzaría aquella lucha más
terrible que la de los campamentos a que él se refiere en su memorable carta
del 24 de mayo de 1906, la cual vamos a comentar más adelante.
En efecto, la intriga comenzó entonces su labor sombría. Mientras
el guerrero que había restablecido la paz en 19 meses de titánicos esfuerzos,
se entregaba al trabajo para readquirir lo perdido en sus intereses
particulares durante la época de la guerra, la envidia a tantos méritos y a
tanta abnegación, germinaba y crecía dentro de los muros de la mansión
presidencial. La falta del General Juan Vicente Gómez, que engendraba esa
envidia, era la falta que han cometido todos los grandes: crecer ante los ojos
atónitos de la común pequeñez humana, aparecer como émulos a los ojos del
soberbio que se imagina rodeado de enanos y no puede tolerar que ninguno lo
venga a sacar de su error. El gigante venezolano había incurrido en esta
falta y era necesario echar mano a todos los recursos, desde los ardides
usuales en política hasta la conjuración, para no dejarlo crecer más y para que
no apareciese a las miradas de los venezolanos del tamaño con que acababa de
destacarse en esos 19 meses de gloriosa lucha.
La narración de la vida del General Juan Vicente Gómez, dentro
del transcurso de tiempo discurrido de aquellos días a las postrimerías del
1908, es la historia de los planes que fraguó el Presidente Castro en su
intento de ver
cómo desconceptuaba al vencedor en todas partes, ante el criterio público, sin
dar el espectáculo de inaudita ingratitud con que se hubiera exhibido si
ejecutaba aquellos planes por medio de los procedimientos de violencia que le
eran familiares. También es la narración de la prudencia paciente, pero
decorosa y enérgica que opuso nuestro biografiado a la realización de tal
intento. El lector sabe quién triunfó en esa lucha sorda. Veamos cómo se
verificaron los acontecimientos que antecedieron al 19 de Diciembre de 1908.
En los últimos meses del año de 1903 y los primeros del
1904, el General Gómez se mantuvo discretamente alejado de toda ingerencia
activa y directa en la política. En esta época, los Estados de la Unión
solicitaron la reforma de la Carta Fundamental vigente entonces, y esta reforma
fue expedida por el Congreso, que asumió potestad de Cuerpo Constituyente en su
sesiones de 1904. En tal virtud se abrió un período provisional que duraría
hasta el 23 de mayo de 1905, y el General Gómez fue elegido Primer Vicepresidente
de la República el 3 de mayo de 1904, prestando el juramento legal el 5, ante
el Congreso Constituyente que lo había nombrado.
Entre las reformas sustanciales introducidas a la Constitución
enumeraremos las siguientes : la división política en Distritos y Territorios
Federales estatuyéndose que aquéllos se agruparan para formar 13 Estados; la elección
de Presidente y Vicepresidentes de la República por un Cuerpo Electoral,
compuesto de miembros del mismo Congreso; los períodos constitucionales del
Poder Federal que se prolongaban a seis años de duración contados desde el 23
de mayo de 1905, y las reuniones del Congreso que serían bianuales. El Pacto
Fundamental reformado, entró en vigencia el 27 de abril de 1904.
Todo el período provisional transcurrió en medio de la
natural expectativa a que dan lugar las épocas de organización de poderes y de
elecciones.
Los nuevos 13 Estados se organizaron también
provisionalmente y expidieron sus respectivas Constituciones. Trujillo eligió para
Senador Principal en el período de
Ya cercana la reunión del Congreso, el Presidente Castro se
declaró en visita oficial a los Estados Aragua, Guárico, Bolívar, Bermúdez,
Territorio Cristóbal Colón e Isla de Margarita, el 11 de abril de 1905, y en
tal virtud entró en esa misma fecha a sustituirlo en el ejercicio de la
Presidencia Provisional de la República el General Juan Vicente Gómez. En el
mes y días que estuvo al frente del supremo cargo, se ocupó con atención
preferente del adelanto de las vías de comunicación, porque habiéndose dado cuenta
en sus recientes campañas del atraso lamentable en que estaba el país en lo
relativo a este ramo de la Administración, comprendió que era una necesidad
ingente ocuparse del asunto. También dio una elocuente manifestación de
consecuencia para con la memoria de los subalternos que sucumbieron peleando
bajo sus órdenes en su gloriosa obra de pacificador y ordenó solemnes honores
fúnebres a los restos del general Avelino Figueras, muerto en el combate del
Puente de Yumare. El 15 de mayo se separó del ejercicio temporal de la
Presidencia.
El Congreso Nacional, en sus sesiones de aquel año, lo
eligió el 7 de junio primer Vicepresidente Constitucional de la República y el
10 prestó la promesa de ley. La duración de este cargo sería de seis años,
según lo hemos visto ya al mencionar las reformas introducidas a la
Constitución. El General Gómez era, por tanto, el sustituto legítimo del
Presidente Castro, caso de que éste, por cualquier causa, se separara del Poder
o quedara incapacitado para seguir ejerciéndolo.
Desde entonces crecieron y se intensificaron los recelos del
hombre que empezaba a dar rienda suelta a sus tendencias de déspota y que no
quería a su lado ninguno que pudiera sucederlo en la dirección de los destinos
nacionales. La popularidad que por títulos indiscutibles rodeaba al General
Gómez, sus limpios antecedentes de patriota, la fama justísima de guerrero
insigne que lo circundaba, su moderación y magnanimidad inalterables y sus sacrificios
y abnegación heroicos, irritaban de tal manera la congénita irascibilidad del
general Castro, que comenzaba ya a echar en olvido sus públicas declaraciones
en documentos todavía muy recientes acerca de la personalidad benemérita del
Primer Vicepresidente de la República, del Salvador del Salvador, del compañero
esforzado y noble a quien debía no haber sido derribado del Poder por los
revolucionarios de 1901.
Las intrigas se sucedieron unas a otras para tratar de
envolver en ellas al General Juan Vicente Gómez. Se deseaba a toda costa
quebrantar su prudencia, corno si fuera cosa fácil hacer que un temperamento
reflexivo y un ánimo entero de la calidad del que posee nuestro biografiado, llegara
a ser el juguete de tanta mezquina acechanza para convertirse en arrebatado y
violento. Nada pudo el arte de su embozado adversario, nada las maquinaciones de
la monstruosa ingratitud. Dueño siempre de sí mismo, el General Gómez rechazaba
cuando no castigaba con su desdén y hasta con su conmiseración el cúmulo de
ardides miserables de que era objeto. El tenía en aquella época, como la tiene
hoy y la tendrá en lo futuro, la conciencia de su valer, la íntegra
satisfacción de saberse fuerte y hombre de bien en medio de tanto traficante político
y de tanta ruindad circundante. Sano de corazón y sin desequilibrios en el
cerebro, su honradez y su sagacidad lo hacían tener una inmensa superioridad
sobre los que esgrimían armas de mala ley en el intento de perderlo.
La índole de este trabajo biográfico no permite que seamos
prolijos al referirnos a los halagos pérfidos y manejos cautelosos que entraron
en juego contra el General Gómez, en el espacio de tiempo a que venimos
aludiendo. Baste al lector conocer las consideraciones generales ex puestas,
para que se forme una idea del grado a que llegó la intemperancia de un
gobernante obseso, que veía un émulo en quien había dado las más grandes y
evidentes pruebas de ser su mejor amigo y la columna firme e inconmovible que
mantenía en pié el orden de cosas existentes.
Sin mencionar detalles, pasemos a relatar la crisis de todo
aquel proceso de intrigas, a contar del momento en que éstas asumen caracteres
bien definidos y de verdadero interés histórico, que por fuerza determinaron el
suceso más culminante en la vida pública del General Juan Vicente Gómez: la
evolución de Diciembre.
El 9 de abril de 1906 expidió el General Cipriano Castro una
Alocución anunciando que se retiraba temporalmente del ejercicio de la
Presidencia de la República. En aquel documento pretextaba como móvil de su
resolución causas que ninguno dudó eran simuladas y que nadie atribuyó siquiera
al afán de novedades peculiarísimo en el temperamento del Dictador. Las
personas de su intimidad, sus demás amigos, sus adversarios políticos, la
universalidad de los empleados oficiales y hasta los indiferentes, supieron
evidentemente lo que en realidad significaba aquélla separación y aquel
llamamiento a los venezolanos para que rodearan sin vacilaciones de ninguna
especie al General Gómez.
El primero que se dio cuenta del despacho con que el general
Castro había tenido que consignar en su mencionada Alocución las frases que
vamos a insertar, fue el propio Primer Vicepresidente de la República :
"De conformidad con el precepto constitucional he llamado al ejercicio del
Poder al Señor General Juan Vicente Gómez, meritísimo ciudadano, de virtudes
cívicas conocidas, que en mi ausencia llenará a cabalidad los deberes de su
cargo".
Obedecía al plan preconcebido y madurado por el Presidente
Castro al través de muchos meses, aparentar desinterés y espíritu de justicia
al llevar a efecto su sepa ración temporal del Alto cargo que ejercía, y de
allí que hiciera públicas aquellas apreciaciones acerca del General Juan
Vicente Gómez, que si eran el reflejo fiel de la verdad, no por eso dejaron de
ser consignadas con un propósito avieso: probar hasta qué punto gozaba de
popularidad el Primer Vicepresidente de la República y someter también a prueba
estas virtudes cívicas del abnegado servidor de la Causa para ver si se quebrantaban
tentadas por el demonio de la ambición.
Pero todo aquel plan de burdo y rudimentario
maquiavelismo se frustró, merced a la actitud digna y prudente del pacificador
de Venezuela. Veamos cómo.
El General Gómez asumió la dirección del Gobierno el
mismo 9 de abril de 1906. La transmisión del Poder se efectuó a las 4 de la
tarde y fue nombrado Secretario General el Doctor Lucio Baldó. Su segundo
Decreto lo expidió el General Gómez el día siguiente para aceptar la renuncia
que le presentaron los Ministros del Despacho y nombrar nuevos Ministros
interinos, así como Gobernador de la entonces Sección Occidental del Distrito
Federal: este nombramiento recayó en la persona del general Lorenzo R.
Carvallo.
Una de las primeras disposiciones del General Gómez fue
de carácter administrativo: Resolver que se procediera a la construcción y
reparación de las siguientes obras: Carretera de Maracay a Ocumare de la Costa,
Muelle de Ocumare, Carretera de Villa de Cura a Valencia pasando por Güigüe,
Carretera de Villa de Cura a Maracay, y Carretera de Valencia a Tinaquillo,
Tinaco y San Carlos.
Luego, ordenó la reparación del Edificio destinado a Escuela
de Artes y Oficios, hizo dar fin a la Carretera de San Juan de los Morros a Uverito,
creó varias Escuelas, mandó reparar muchos Edificios Nacionales, ordenó la terminación
del Manicomio de Maracaibo, decretó la creación de un Consejo para los estudios
de las industrias agrícolas y pecuaria y de cinco premios anuales para los productos
de la Agricultura nacional, decretó el estudio de las obras de ornato y
utilidad pública que van a mencionarse: Gran Avenida con pavimento de concreto
desde el Puente Sucre, sobre el Guaire, hasta el Cementerio del Sur;
prolongación de la Calle Este 4 hasta su enlace con el Caserío de Quebrada
Honda; calle de concreto desde la esquina de San Juan hasta El Empedrado;
Puentes en la calle Este 5 de esta ciudad, para enlazar las calles Norte 1, 3 y
5; puente en la calle Norte 1 de la esquina de Las Brisas al Hospital Vargas;
puente sobre el Guaire en el camino de La Vega; Carretera de Barquisimeto a
Acarigua; reparación de la Carretera del Este hasta Petare; reparación de la
Carretera de San Juan de los Morros a Cagua; camino de recuas de la Carretera
del Tuy a La Vega; Acueducto del río Cotiza para abastecer de agua la parte Norte
de Caracas y corrección de ésta del tubo de distribución; Acueducto de
Barcelona; construcción del Acueducto de San Antonio del Táchira y del de
Bejuma; Acueducto de la Fortaleza de San Carlos del Zulia.
El General Gómez, no obstante su propósito de no efectuar
cambio alguno sensible en la política durante el tiempo que iba a estar
encargado de la Presidencia Constitucional de la República, tuvo que nombrar
Ministros en propiedad el 17 de mayo de 1908, porque era necesario que el
Gobierno se consagrara a una fecunda labor administrativa, que no hubiera
podido dar todos los resultados deseados con un Gabinete privado de
iniciativas, como lo era el que actuaba desde el 9 de abril, compuesto de Directores
de los respectivos Despachos que venían ejerciéndolos. Con esto no hacía el
General Gómez otra cosa que ceñirse a lo indicado por el mismo Presidente
Castro en uno de los párrafos de su mencionada Alocución, en que decía:
"No se necesita sino administrar bien".
Este nombramiento de Ministros precipitó los sucesos. El
Dictador creyó llegada la hora de anular al General Gómez como hombre público
lanzándolo al camino de una aventura política en que las probabilidades eran de
un ruidoso fracaso para el vencedor de Ciudad Bolívar. Como acontece a las
personas cuando las posee una idea fija, el general Castro juzgó al amigo y
compañero que anhelaba perder tentado ya del demonio de la ambición, y preparó
el golpe con que se imaginó iba a anonadarlo. A su entender, el Decreto del 17
de mayo por el cual el Encargado de la Presidencia elegía sus colaboradores en
el Gobierno, significaba el primer paso de una reacción, y se dio a fingir
sentimientos que estaban muy lejos de animarlo. Desde La Victoria—la ciudad
apellidada santa por sus áulicos—adonde se había retirado al separarse de
Caracas, aquéllos empezaron a sugerir a los agentes del castrismo en los
Estados la idea de aclamar a su Señor, para que consumara lo que ellos llamaban
el enorme sacrificio de volver a las actividades del mando. Él, entre tanto,
simulaba resistir. Había dicho que su separación del Poder acaso sería
temporal, pero a la sazón optaba por hacerla definitiva. Necesitaba—como lo
necesitó Tiberio del Senado y el pueblo romano de los cesares—que sus
partidarios vencieran la resistencia que oponía a hacerles la merced de
gobernarlos. Farsas como ésta nos relata a profusión la historia y más de un
Tiberio ha enmarcado su figura de histrión en el cuadro sombrío de nuestras
dictaduras, pero ninguna menos encubierta que la presenciada por Venezuela
entera a mediados del
Basta una breve ojeada a aquel documento para comprender,
como lo comprendió el General Gómez, la tendencia, o mejor dicho, la mente que
lo dictó. Este párrafo de su magnífica carta del 24 de mayo, citada en los
renglones iniciales del presente capítulo, revela en sobrio concepto cuál era
la tendencia del Presidente Castro, a que venimos refiriéndonos: "He visto
con pena su manifiesto de ayer, porque en él deja usted entender que a mí me ha
impresionado mal la idea de la Aclamación. "Verdaderamente ha sido para mí
una gran mortificación imaginarme siquiera que hayan podido llevar a su ánimo
la desconfianza de que me haya tentado el demonio de la ambición".
La palabra serena y autorizada del General Gómez tenía
que hacerse oír en aquellas circunstancias. Su carta pública al general
Cipriano Castro fue un mentís a las especies contenidas en aquel Manifiesto;
protesta muy discreta y bien meditada, pero a la vez muy enérgica, digna y
patriota contra la obra de la suspicacia adversaria, como lo han sido siempre
los actos de nuestro biografiado en todas las ocasiones en que ha tenido que
exhibir la integridad de su carácter y la potencia de su esforzada voluntad. A
la perfidia, vestida con un disfraz de desinterés, contestó el General Gómez en
los términos copiados antes y en estos que van a leerse: "Venga usted a
hacerse cargo del Gobierno y a fijar el rumbo que la República deba seguir. Yo
tengo ya suficientes decepciones en mi alma de patriota para poder resistir
esta lucha, lucha más terrible que la de los campamentos, y a la cual he venido
únicamente por acatar un llamamiento de usted.—Retirado a la vida privada,
libre de todo compromiso con los que se disputen el mando en Venezuela, trabajaré
para mi familia y gozaré siquiera de tranquilidad, que es ya la única
aspiración que me queda. Pero, sí me creo en el deber de suplir a usted muy
encarecidamente, protección para mis amigos, que son también suyos, y a quienes
exigiré él apoyo leal a su Gobierno como una necesidad de la Causa y de la
Patria.—Le agradeceré venga a esta capital lo más pronto que le sea posible,
porque comprendo la urgencia que hay de calmar la excitación que se ha
producido y que si continuara causaría grandes males a la República".
Este lenguaje del General Gómez, sencillo y sin alardes, conmovió
profundamente la opinión pública en aquellos días y solivió el sentimiento de
animadversión que, como era natural, abrigaban contra los propósitos y
caprichos del general Castro los hombres de juicio recto al servicio de aquella
situación. Por otra parte, la austeridad y el verdadero desinterés republicano
del Primer Vicepresidente Encargado de la Presidencia, tan elocuentemente expresados
y con tal sinceridad expuestos, fueron a irritar todavía más la susceptibilidad
del Dictador. Este se enfureció hasta cometer una serie de desatinos que
culminaron en el reto rencoroso envuelto en esta frase dirigida al General
Gómez: "Haga lo que le digan sus amigos!" El Dictador se refería a
los hombres sensatos a quienes hemos mencionado. Ya, a la inversa de lo
consignado en su efusivo telegrama del 21 de julio de 1903, enviado al glorioso
Caudillo de Ciudad Bolívar, sus amigos no lo eran también del General Gómez.
Esto significaba la declaración de que existía un cisma en el seno de la Causa,
o lo que es lo mismo: los partidarios del General Gómez y los adeptos del
castrismo. Si el Presidente en receso hubiera sido capaz de meditar con
acierto, habría visto muy claro que era un disparate de fatales consecuencias para
lo futuro proclamar la desunión de los servidores de aquel orden de cosas. Y
qué clase de desunión! El Vicepresidente de la República en antagonismo con el
Presidente; es decir: una profunda división entre las dos personas más
caracterizadas de aquella actualidad. Esto equivalía a dar por sentado que era
muy débil la estructura de la situación imperante y mentira la tan decantada
unión de los elementos que integraban la Restauración Liberal. Los muchos
enemigos que se había concitado el general Castro con sus intemperancias
comprendieron entonces que el Dictador estaba condenado a desaparecer pronto de
la escena pública. Él podía despotizar cuanto quisiera a la Nación, erigirse en
ídolo, arrogarse el dominio de una Venezuela sumisa, mandar a su antojo, que ya
la oposición sabía por boca de él mismo, cómo todo el edificio del Poder que
alardeaba poseer, era tan deleznable, que bastaba el hecho de que se hubiera
separado temporalmente del Gobierno a una ciudad distante apenas unos pocos kilómetros
de la capital de la República, para que hubiera amigos del Jefe magnánimo que
había pacificado tres años antes al país, que se atrevieran a aconsejar a éste
el desconocimiento de la autoridad del hombre que representaba la unidad de
aquella Causa. Confesión más paladina de falta de fe en la virtualidad de su
prestigio, no podía dar el que se creía siempre vencedor jamás vencido. Con
su Manifiesto de 23 de mayo de 1906 y con ese imprudente: haga lo que le
digan sus amigos, con que trataba de retar al General Juan Vicente Gómez y
hasta a provocarlo a que diera un Golpe de Estado, preparó el Presidente Castro
aquella conspiración que se fraguó alrededor de su lecho de enfermo y que fue
denominado con el preciso nombre de la Conjura, y todavía dio motivo a hechos
que sin ser conjuración ni cosa parecida fueron definitivos en su suerte y
también en la suerte de la República: la avasalladora corriente de opinión que
comenzó a crearse en torno del prudente hombre público que fue bastante grande para
perdonar aquel reto arrogante y torpe y que, nacida entre aquellos amigos de
que hablaba el general Castro, acrecida con los ciudadanos que estuvieron
dispuestos a defender la tradición constitucional en los días de la mencionada
conjura y hecha formidable movimiento popular a fines de 1908, acabó con el
régimen que tuvo una falaz apoteosis en la Aclamación y proscribió para siempre
de la dirección de la cosa pública al último de nuestros mandatarios adolecido
de manía cesárea.
El General Juan Vicente Gómez, como lo hemos narrado, tuvo
la suficiente magnanimidad para no hacer caso a la rencorosa provocación que le
hizo el Presidente Castro, porque lejos de ser un impulsivo, en él predomina la
facultad reflexiva que es una de las primeras cualidades en el hombre de
Estado. Él comprendió cuánto era de impremeditada la manera de proceder de
aquel amigo y antiguo compañero, al lado del cual venía combatiendo desde la
campaña en defensa del Gobierno del Doctor Andueza Palacio. El se penetró de
cómo era evidente que el Presidente Castro buscaba perderse cegado por las
pasiones y enloquecido por el despacho y de cómo buscaba también la ruina de
los caros ideales políticos a que noble y lealmente venía adscrito el General
Gómez desde el paso del río Táchira—en aquel otro 23 de mayo de 1899— hasta aquel
momento en que, según sus propias palabras, se encontraba ejerciendo la Primera
Magistratura "únicamente por acatar un llamamiento del general
Castro". Él se dio cuenta de todo esto, y con la mayor abnegación, dominó sus
naturales impulsos de cólera ante tamaña ingratitud y pensó en evitar a la
Patria los peligros de la anarquía, constituyéndose otra vez en salvador de
aquél que así lo había llamado en un documento público que venía a comprobar de
modo irrecusable la contradicción flagrante en que estaba incurriendo el
general Castro.
En medio de los ánimos excitados por los acontecimientos de
la época, el espíritu del Primer Vicepresidente permaneció sereno.
Imperturbable, como al caer herido frente a los bastiones de Carúpano
pronunciando aquella frase que antes citamos: "Esta sangre que derramo
será para felicidad de mi Patria", así lo encontramos entre la agitación
producida por los sucesos a que nos venimos refiriendo. Si el Dictador estaba
cometiendo desatinos, el General Gómez estaba haciendo todo lo contrario. Hacía
casi cuatro años, el 13 de octubre de 1902, que había ido a La Victoria a
evitar la perdición del mismo general Castro y lo había logrado de manera
espléndida. Entonces—como en 1906—ejercía la Presidencia por estar aquél ausente.
La situación no había variado, aunque sí las circunstancias, pues en esta vez
el Presidente estaba convertido en rival de su sustituto y salvador, y quería
perderlo en retribución de los invalorables favores que le debía.
El General Juan Vicente Gómez fue de nuevo a La Victoria,
a principios de junio de
Cuando el general Castro se daba a sus habituales y funestos
fantaseos, creyendo al pacificador de la Patria alzado en Caracas con el Poder
y a los aclamadores en armas para ir a reducirlo, el General Gómez se le
apareció en persona, sin escolta ni soldados, a verificar el hecho a la
inversa: esto es: a reducir al Presidente por medio de la persuasión y la
generosidad, para hacerlo desistir de la peligrosa aventura en que se había
metido. Y naturalmente lo logró, porque el buen sentido, la moderación y la
verdadera entereza de alma, triunfan regularmente del extravío de las pasiones
y de las temeridades de la suspicacia. Aunque para el General Gómez no era un
secreto lo que se proponía el Presidente Castro con la Aclamación, fue tan
abnegado que allanó los obstáculos que se podían oponer a que ésta se
realizara, y como el Gabinete nombrado por él el 17 de mayo había sido una de
las causas que despertaron mayor recelo en el ánimo prevenido de quien se
empeñaba en verlo como rival, le prometió nombrar otro Gabinete, y así lo hizo
al regresar a Caracas el 7 de junio.
Volvió la calma a los espíritus, merced al juicio y al tino
del pacificador, pero los gérmenes de discordia sembrados por el general Castro
quedaron latentes, porque no es potestativo a la previsión humana—así llegue
ella a resultados sorprendentes—cambiar el curso de los sucesos cuando éstos
por ley ineludible deben cumplirse.
La Aclamación se efectuó. Siguiendo el ejemplo de loable
prudencia que dio el propio General Gómez, muchos hombres de irrecusable
probidad, atentos sólo al primordial interés de evitar a la Patria las mayores
calamidades de la anarquía, consintieron en dar una faz decorosa con el
concurso de sus nombres, a aquel proceso cuyos factores fueron la ambición y la
ingratitud de un Magistrado ensoberbecido y la complicidad del politiqueo aventurero
de la época.
El 4 de julio regresó el Dictador a Caracas, y el 5, esto
es, al día siguiente, se reencargó de la Presidencia de la República,
resignando el General Gómez un poder que venía ejerciendo con la mayor
repugnancia, pero con el más evidente patriotismo.
Para la fecha corrían ya insistentes rumores acerca de la
enfermedad que venía minando la salud del Dictador y que no tardaría en
postrarlo.
Pronto se palpó la contumacia de éste en su propósito de
ser hostil al General Gómez. Las primeras medidas que tomó fueron inequívocas a
este respecto. Cuantas personas creyó de la amistad del Primer Vicepresidente y
que desempeñaban cargos públicos fueron destituidas de sus empleos. A los ojos
del general Castro, bastaba que alguno tuviera tratos con el que conceptuaba su
rival para que lo incluyera en el número de los desafectos a su Gobierno, así
fueran éstos probados servidores de aquel orden de cosas. Tales procedimientos
no podían pasar inadvertidos, y así tenemos que llegó a temerse entonces hasta
a hablar con el General Gómez.
El partido de la Conjura comenzó a formarse en esta atmósfera
de suspicacias. A su seno ingresaron los políticos ávidos de novedades y poco
escrupulosos, muchos incautos y casi todos los pseudo-castristas que si
demostraban devoción hacia el Presidente, abrigaban en el fondo el deseo de que
se consumara la ruina de aquella situación. En apariencia, el jirón de bandera
bajo el cual se cobijaban los conjurados, era la de apoyar la autoridad del
general Castro frente a una presunta oposición encabezada por el General Gómez,
pero en realidad era otro el propósito que animaban, propósito fundado en la
creencia existente para aquellos días de que era mortal la enfermedad de que
adolecía el Dictador. El intento embozado de los conjurados era adueñarse del
Poder a todo trance y lo antes posible, aunque para esto fuera menester
precipitar el fin del general Castro. Naturalmente, para el logro de estos
deseos era un obstáculo de mucha entidad la hombría de bien del Primer
Vicepresidente de la República y la potestad legal que lo investía.
Hacia las postrimerías de 1906 se agravaron las dolencias
que venía padeciendo el Dictador y como se creyó llegado el momento de obrar,
los conjurados prepararon el golpe. Sus planes dejaron de ser secretos y sus
ataques inmediatos se dirigieron contra la personalidad benemérita del General
Juan Vicente Gómez. En enero de 1907, peligraba la vida del ilustre patriota,
pero con su congénita entereza de alma él afrontó todos estos peligros. Se le
veía solo por las calles de Caracas, con la misma imperturbable serenidad con
que se le había visto pocos años antes jugarse la vida a la cabeza de sus
tropas para dar paz a la República. Él tenía fe en la justicia de su causa y en
su energía para imponerse a los hombres y a las cosas llegado el caso y sabía
que a su lado estarían los elementos más valiosos del país, para ayudarlo a
salvar el principio constitucional, en la encarnizada lucha que amenazaba sobrevenir.
Nada pudieron contra el noble paladín de la Ley las asechanzas de los
ambiciosos y la ingratitud del principal cómplice de los conjurados, que desde su
lecho de enfermo se agitaba entre convulsiones de odio y sombríos propósitos de
venganza.
En la ceguedad de sus pasiones éste creía sus partidarios
a sus más empecinados enemigos y juzgaba su adversario al ciudadano íntegro que
se había impuesto el sacrificio de salvar por última vez a quien le aborrecía. Pero
esta actitud del General Gómez no era sino la consecuencia de su superior
concepción del deber. Ya en él no existía afecto alguno para quien había sido
su compañero de armas y su amigo de muchos años. Su generosidad de espíritu no
llegaba hasta el extremo de transigir con el Dictador para inmolársele como
victima. Esto hubiera sido una debilidad más que una virtud, y en el carácter de
nuestro biografiado no hay flaquezas. El móvil que guió al General Gómez en
aquella oportunidad fue el mismo que lo había hecho prohijar la Aclamación seis
meses antes: se trataba de evitar a Venezuela los horrores de la anarquía a que
la quería conducir una anacrónica resurrección de luchas banderizas y si el
Pacificador no debía consecuencia al Presidente Castro, la debía a la Patria,
por cuya salud venía combatiendo hacía ocho años. Por esta causa, el General
Gómez se constituyó de nuevo en el más firme sostén de la situación imperante.
Con su gran sagacidad él se dio cuenta exacta de lo que estaba pasando y vio
claro, como no lo vieron los que alardeaban sabiduría política, que el orden de
cosas existente cambiaría pronto por medio de una pacífica evolución, pues el
general Castro era ya absolutamente incompatible en la dirección de los
destinos nacionales.
A la sazón apareció en actitud de guerra por las costas orientales
el general Antonio Paredes. Este había sido siempre un enemigo franco del
Gobierno contra el cual emprendía este osado movimiento revolucionario, pero como
no contaba sino con un puñado de hombres y con su valor temerario, fue
capturado el 15 de febrero en El Rosario, jurisdicción del Estado Bolívar. El
Dictador ordenó que fuera fusilado: acto que comprobado después—como el de la
orden de atentar contra la vida del General Gómez—puso bajo la acción de los
Tribunales competentes a su autor, no sólo como trasgresor de nuestro Derecho
constitucional que prohíbe en su espíritu y letra la pena de muerte, sino
también como reo de delitos comunes.
A poco de estos hechos que venimos narrando, entró el
general Castro en un período de relativa mejoría, y los cálculos de los
conjurados fracasaron, pues ya sabemos cómo era fundamento principal de sus
planes que la enfermedad de aquél tuviera un fin fatal para entonces consumar la
usurpación del Poder.
Todo el año de 1907, lo pasó el General Gómez
discretamente apartado de la atmósfera oficial, lo mismo que gran parte del
1908. Su decoro personal y su bien conquistado nombre de patriota lo
mantuvieron alejado de un ambiente de hipocresía y de intrigas que pugnaban con
la buena fe de sus actos. Tuvo, como aliado precioso en la difícil situación en
que se encontraba, la ventaja de saber esperar y el profundo conocimiento de
los hombres y de las cosas de la época. Durante esos largos meses en que la expectativa
nacional había llegado a un grado de anhelo y ansiedad que nada bueno dejaban
presagiar respecto a la suerte que esperaba al Dictador, se vio el General Gómez
solicitado por la casi absoluta mayoría de los venezolanos, para que se pusiera
al frente de la avasalladora reacción que se preparaba. Hasta los mismos tildados
como incondicionales del general Castro que habían formado en las filas de la
Conjura, se ofrecieron al Primer Vicepresidente de la República como elementos reaccionarios.
Era que ya, en el límite de lo humano, no se podía tolerar aquel régimen de
despotismo en que cada día trascurrido acumulaba nuevos desatinos- políticos y más
chocantes desafueros. Verdaderamente, el Gobierno en las manos de aquel maniaco
de cesarismo, era ya un poder abominable y una amenaza para la soberanía
nacional. La mayor parte de las relaciones internacionales estaban rotas,
porque nuestra Cancillería—modelo de circunspección entre los Estados que no
son poderosos en el mundo—se había convertido en un centro de fanfarronadas que
lejos de exhibirnos como somos—un pueblo viril consciente de su derecho—nos
ponía en ridículo ante la diplomacia universal. Las industrias no las podía
ejercer sino el propio Dictador directamente o por medio de sus agentes. La
Administración Pública, era, en suma, una farsa y las garantías de los
ciudadanos letra muerta que ninguno podía invocar.
En medio de tal desastre administrativo y político el pueblo
íntegro tenía puestas todas sus esperanzas en el General Juan Vicente Gómez. Él
no había de defraudarlas, pero como para satisfacerlas de una vez necesitaba ocurrir
a las vías de hecho, aconsejaba prudencia a todos y les daba el más alto
ejemplo de moderación y juicio al soportar con nunca bien alabada paciencia,
pero siempre con austera dignidad, los ataques de aquel régimen discrecional y
arbitrario, que precisamente a quien más herían era al propio General Juan
Vicente Gómez. Con este proceder de intachable patriotismo, el Primer
Vicepresidente de la República se mantuvo entre las dos fuerzas en pugna, como
la valla inconmovible que evitó un choque violento. Los oprimidos tuvieron en
él un paladín bizarro y el opresor se salvó de la justa cólera del pueblo por
la intervención generosa y reflexiva de aquel antiguo compañero que había
sufrido todas sus inconsecuencias. Sólo un hombre del temple de alma del
General Juan Vicente Gómez y de una probidad a toda prueba, pudo manejarse con
aquella admirable conducta durante los días a que nos venimos refiriendo.
Advinieron los últimos meses del 1908 y los males físicos
del Dictador se agravaron. El pronóstico era infalible. Si no se sometía a la
intervención del especialista europeo que podía operarlo, su enfermedad se
anticiparía a la vindicta pública para librar a Venezuela de aquel despotismo.
Hasta última hora estuvo fluctuando el general Cipriano Castro
en si verificaba el viaje a Europa o no. Pero como el temor a perder la vida,
pudo en él mucho más que el deseo de seguir gobernando a su antojo, resolvió irse.
No le quedó otro camino que llamar al General Juan Vicente Gómez a la
Presidencia de la República, pues bien comprendió que de no hacerlo así la
Nación entera le cobraría muy caro la burla a los trámites constitucionales que
significaba prescindir de su sustituto legal. Todavía abrigaba la esperanza de
poder engañar al Primer Vicepresidente de manera que le tuviera sujeto al
rebaño humano, mientras iba a buscar la salud en el extranjero para tornar a
despotizarlo!
El 23 de noviembre se separó del Poder y entró el General
Gómez a ejercerlo en virtud de la atribución 7a. del artículo 75 de la
Constitución vigente entonces. Al día siguiente se embarcó en el vapor francés Guadalupe,
rumbo a Europa.
El Pacificador de Venezuela era por fin el Jefe de la Nación.
¡De un extremo a otro del país no quedó ciudadano honrado y amante de su patria
que no bendijera el designio providente que había permitido suceso de tal magnitud!
El General Gómez, que ya venía hacía mucho conteniendo el
proceso reaccionario, palpó en todos sus detalles, con su habitual sagacidad,
cómo era de unánime el prestigio que lo rodeaba y el propósito de proscribir
para siempre de la dirección de los destinos nacionales al general Castro. Sin
embargo, aún se evidenció adversario de toda medida violenta y no quiso ocurrir
al expediente de los golpes de Estado. Esperó y confió, hábil conductor de hombres
en medio del proceloso mar de la política.
En el Capítulo que acabamos de escribir hemos abarcado la actuación del General Gómez durante el lapso de tiempo que comienza con la pacificación definitiva de la República el 21 de julio de 1903 y termina con la ida del Dictador para el extranjero. Es algo más de un lustro en que el heroico vencedor en los campos de batalla tiene que sustentar una lucha más terrible que la de los campamentos, según su propia y elocuente expresión en la carta que dirigió al general Castro el 24 de mayo de 1906, con motivo de la maquiavélica treta de éste que se llamó la Aclamación. Si admirable es el guerrero de espada sanativa y gloriosa, no lo es menos el bizarro luchador civil. Ni las sugestiones de la perfidia ni los halagos de un Poder que nada imposible le era obtener ni la obra nefanda de la ingratitud pudieron hacer que nuestro biografía do variara de conducta. Fue firme, con firmeza de cúspide, para resistir tantos embates. En esos cinco años aprendió el pueblo venezolano a quererlo y respetarlo, pues vio patentemente que en él había la estupenda dualidad del jefe de ejércitos que donde combate triunfa y del púgil que en la arena del civismo vence a sus enemigos, así sean éstos poderosos, y los anonada sin ocurrir a ardides políticos. De esa tremenda lucha surgió fuerte y noble el eminente ciudadano que ha venido a verificar la Rehabilitación de Venezuela.
CAPÍTULO 10
SUMARIO
Actitud del General Gómez desde el 23 de noviembre de
1908 hasta el conflicto internacional con Holanda y los sucesos del 13, 1U y 19
de diciembre de aquel año.—Expide el Programa de Diciembre y funda la Causa de
la Rehabilitación Nacional.—Comentario acerca de aquel programa.—El General
Gómez llama a colaborar con él en el seno de la nueva Causa a todos los
desterrados y liberta los presos políticos.—Garantiza todos sus derechos a los
venezolanos.—Da a sus gobernados la palabra "Patria y Unión" como
consigna única en política.—El doctor Luciano Mendible, Presidente del Estado
Guárico, comete varios delitos y se fuga.—El General Gómez al frente de la
evolución política iniciada ciñe sus actos a la Constitución.—Decretos en pro
de la autonomía seccional y a favor de las Industrias y del comercio.-—Nuevo
Pacto Fundamental.—Decreto proclamando la amnistía para los sucesos de carácter
político efectuados en Diciembre. Elección del General Gómez para Presidente
Provisional de la República.—Decreto del 19 de abril de 1909 acerca de la
celebración del Centenario de la Independencia.—Decreto ordenando la
construcción de la Carretera entre Uracá y San Cristóbal.—Libertad de los
detenidos por causas de orden público.—Mensaje del General Gómez al Congreso de
1910.—Resigna el Poder y se encarga de ejercerlo el Presidente de la Corte
Federal y de Casación.—Mensaje Especial del Encargado de la Presidencia, Doctor
Guerrero, solicitando del Congreso el Grado de General en Jefe para el General
Gómez.—El Congreso, por unanimidad, acuerda conferir este supremo grado militar
al General Gómez.—Elección recaída en él para Presidente de la República en el
período Constitucional de
Desde el 23 de noviembre de 1908, día en que se encargó el
General Gómez de la Presidencia de la República, los sucesos que iban a
sobrevenir se presintieron de manera inequívoca. Con la sola excepción de un
grupo de incondicionales del general Castro que había quedado en Caracas con
autoridad civil y mando militar, instruido por aquél para ejecutar planes
sombríos, todos los venezolanos rodearon al Primer Magistrado y lo requirieron insistente
y esforzadamente a que se pusiera al frente de la reacción.
El General Gómez, con criterio muy claro, comprendió que
Venezuela no era el patrimonio del Dictador, y como sabía muy bien que él no
estaba ejerciendo el Poder por la voluntad de aquél que se creía con derecho
para tener siervos en un país de libres, no titubeó, por lo mismo que no tenía
sino un reclamo que obedecer: el sagrado reclamo de la Patria. El no podía
detenerse a escoger tratándose de una Nación entera y de un hombre que si fue
su compañero de muchos años se había convertido en su detractor y su
encarnizado enemigo. Entre aquélla y éste no existió dilema para el gran
corazón y la mente sana del General Juan Vicente Gómez. El glorioso suelo en
que nació le pedía que no permitiera la vuelta del detentador a mancillarlo.
Era una voz que surgía de las enhiestas cimas de los Andes, de las dilatadas
llanuras, de las comarcas orientales y cuyo eco estentóreo vibraba en el
centro, en la ciudad del 19 de Abril—cuna y santuario de la Libertad y del
Libertador.—Era una voz formidable en que se confundían el grito de los niños,
el acento de las mujeres y la potente protesta de los hombres en coro
atronador. A aquella verdadera aclamación que pedía la permanencia del General
Juan Vicente Gómez al frente de los destinos nacionales y la proscripción para siempre
del general Cipriano Castro, contestó el héroe de Ciudad Bolívar con la actitud
gallarda que correspondía a las limpias ejecutorias de su vida pública.
El proceso de la reacción culminó de la manera que vamos
a narrar.
El 13 de diciembre, el pueblo de Caracas en manifestación
imponente expresó clara y terminantemente ante el Primer Magistrado de la
República cuál era su voluntad y la voluntad de los demás pueblos de Venezuela:
se quería el sometimiento a juicio del Dictador y se proclamaba al General Juan
Vicente Gómez como Jefe de una evolución política y de la causa que había de
rehabilitar a la Patria. El eminente ciudadano tuvo escuchas para aquel clamor
justo de sus gobernados, pero como existía un conflicto internacional de
magnitud con Holanda, cuyo origen principal había sido la intemperante manera
de concebir el general Castro la diplomacia, tuvo el tacto de contener al
pueblo en sus propósitos reaccionarios que amenazaban llegar hasta la
violencia, haciéndole saber que su deber primordial era dar frente a aquel
conflicto para luego arreglar ios asuntos internos. Al día siguiente de la
manifestación a que nos hemos referido, esto es, el 14 de diciembre, expidió el
siguiente Decreto que lo exhibía consecuente con la actitud de defensor de los
fueros nacionales asumida por él en 1902 y 1903: "General Juan Vicente
Gómez, Primer Vicepresidente Constitucional Encargado de la Presidencia de la
República.—Considerando:—Que desde el 1° del corriente mes, han aparecido en las
aguas territoriales de Venezuela y entrado a algunos de sus puertos, varios
cruceros de la Marina Real Holandesa, ejecutando acto de registro a mano
armada, en naves mercantes, con propósitos deliberadamente
hostiles;—Considerando:—Que ha tenido informe oficial el Gobierno de que en el
día de ayer, frente a la Punta de Tucacas, fue aprehendido el Guardacostas
"Alexis" de la Aduana de Puerto Cabello, por el crucero holandés Gelderland,
con todas sus armas, cápsulas y enseres, entregando el Teniente de Navío que
ejecutó la aprehensión al Capitán del guardacostas, la siguiente comunicación
escrita: "Hr. Ms. Gelderland: Su Majestad la Reina de los Países Bajos, ha
dado orden a sus buques de guerra de secuestrar y embargar temporalmente todos
los navíos del Gobierno Venezolano, como medida de represalia. Vengo por orden de
mi Comandante para pedir a usted, arriar su pabellón, rendir su navío y ponerse
a la disposición del Comandante. Toda resistencia es inútil. Oponerse sería
igual a la perdición de su navío y a la muerte de muchos de ustedes.—El
Teniente de Navío de 2da. Clase.—Bernar".—Considerando:—Que estos
actos de verdadera invasión del territorio y de agresión al Gobierno de la
República constituyen una ofensa grave a la soberanía Nacional y una amenaza
con peligro de la integridad del territorio y de la honra y dignidad de la
Patria;—Decreto:—Art. 1° Declaro a la Nación en estado de proveer a su defensa,
y en consecuencia, el Ejecutivo Federal asume el ejercicio de las facultades
extraordinarias que le confiere el inciso 8° del artículo 80 de la
Constitución.—Art. 2°—Los Ministros de Relaciones Interiores, de Relaciones
Exteriores, de Hacienda y Crédito Público y de Guerra y Marina, quedan encargados
de la ejecución del presente Decreto.—Dado etc., etc., etc.".
La Nación acompañó como un solo hombre a su popular Magistrado
en esta inesperada emergencia y toda vía estaban los ánimos presas de ansiedad
con la magnitud de aquel conflicto, cuando el grupo de incondicionales del
general Castro, a quienes nos referimos en el primer párrafo de este Capítulo,
decidió poner en ejecución el plan delictuoso que les había encomendado su
jefe. El 19 de diciembre era el día fijado para consumar el atentado. Pero el
General Gómez estaba vigilante y no se dejó sorprender por los conjurados. Ese
mismo día, en vez de ser éstos quienes buscaran a la presunta víctima, ésta les
salió al encuentro y los dominó con su férreo brazo de gigante.
En esa gloriosa efemérides se trasladó el General Juan Vicente
Gómez a los cuarteles donde los incondicionales del Dictador ausente se
disponían a consumar el inicuo atentado, y después de reducirlos personalmente
a la obediencia y entregarlos a la Justicia que sometió a juicio al instigador
del crimen del cual aquéllos eran instrumento, dio definitiva fisonomía a la
reacción constituyendo un nuevo Gabinete y expidiendo al día siguiente una Alocución
a los venezolanos que fue y ha venido siendo el Programa de la Causa
Rehabilitadora. Esta Alocución debemos insertarla íntegra en esta Semblanza,
porque es el documento público más trascendental del General Gómez. Está
concebida en estos términos: "Juan Vicente Gómez, Encargado de la Presidencia
de la República.—A los Venezolanos:—Compatriotas!—Ya sabéis que vine a
desempeñar el Poder Ejecutivo Nacional, en virtud del título legal que invisto,
sin ser empujado por ninguna ambición personal, la Ley me llamó al puesto, y
desde el primer momento me di a conciliar las aspiraciones populares con mis
deberes públicos, procurando establecer un régimen de garantías en consonancia
con nuestras instituciones. He querido y quiero para cada venezolano la efectividad
de sus derechos, sin ser esta aspiración, concesión o merced, sino únicamente
la imposición de la Ley. Pero mis mejores intenciones y deseos han encontrado, desgraciadamente,
un inexplicable obstáculo en algunos pocos ciudadanos que, llamándose íntimos
amigos del general Cipriano Castro, no sólo se han atravesado en el camino de
mis deberes legales, sino que han bajado al antro de la conjuración y fraguado
contra mi vida el plan diabólico que hice abortar en la mañana de ayer,
enfrentándome a los mismos conjurados y reduciéndolos a prisión. Al proceder
así, conciudadanos, no sólo he defendido mi vida, sino algo que vale más que mi
existencia personal, porque he procurado salvar el decoro y el prestigio de la
Magistratura que desempeño y que aspiro a convertir en manantial de bienes para
todos los venezolanos. Después de los sucesos que acabo de narrar, he
constituido un nuevo Gabinete, en el cual juzgo representada la opinión pública
de Venezuela. Con tales colaboradores pretendo dar a mi Gobierno el carácter
nacional que reviste, hacer efectivas las garantías constitucionales, practicar
la libertad en el seno del orden, respetar la soberanía de los Estados, amparar
las industrias contra odiosas confabulaciones, buscar una decorosa y pacífica
solución para todas las contiendas internacionales, vivir vida de paz y de
armonía y dejar que sólo la Ley impere con su indiscutible soberanía.
Venezolanos! Tales son mis propósitos y los fines que aspiro a desarrollar al
frente del Gobierno; y como creo que esta es la más solemne imposición del
patriotismo, pido y reclamo a todos los círculos políticos su apoyo moral y
material para que el acierto sea completo y universales los beneficios. El
régimen legal que impera nos da derechos y nos impone deberes: ejerzamos
aquéllos con la moderación que reclama la austera democracia, y cumplamos éstos
con inquebrantable resolución. Tengamos presente que las violencias que inspiran
las pasiones desbordadas son el contrasentido de la civilización y que la mejor
fórmula de la República es la que se encierra entre la modestia y el ardiente
patriotismo.—Caracas: 20 de diciembre de 1908.—J. V. GÓMEZ".
La filosofía política nunca había sido mejor interpretada
en la manera de ser de nuestra democracia, que como lo fue en ese brillante
programa de Gobierno. En las cláusulas del documento que acaba de leerse no hay
ninguno de esos ofrecimientos que por su índole utópica no pueden cumplirse y
que son el halago con que los mandatarios artificiosos engañan ¡y deslumbran la
conciencia popular. El General Gómez repugna esos procedimientos que han
formado escuela entre nuestros flamantes estadistas. Él es un ciudadano
sincero, que como bien lo ha comprobado, prefiere la obra a la promesa. En su Alocución
decía a sus compatriotas que iba a acabar con las prácticas y abusos de la
extinguida Dictadura y a través de un decenio ha venido demostrando que no hablaba
en vano. Ahora diez años fue su mayor anhelo y lo es hoy, no tener que castigar
ni reprimir y que todos sus conciudadanos fueran obreros de la Rehabilitación Nacional.
Al efecto ha sido tolerante hasta el grado que la contumacia de los ambiciosos
y de los enemigos del orden se lo han permitido, pero con una tolerancia que
nunca ha llegado a los extremos de la debilidad. Así, tenemos, que en
cumplimiento de ese mismo Programa de diciembre, su autor no ha tenido
contemplaciones con esa especie de plaga social los políticos sin escrúpulos y
sin empleo, o lo que es lo mismo, los agitadores impenitentes del carácter
impetuoso de nuestro pueblo y especuladores de su fe candorosa para creer en
las falsas prédicas de tal linaje de apóstoles de la Democracia. Esos hombres
han sentido el peso del brazo formidable que dio paz estable a la República en
19 meses de rudo batallar.
Más adelante, cuando narremos la manera como ha dado
efectividad el General Gómez al Programa de la Causa, seremos extensos para
probar el gran bien que ha hecho a los venezolanos manteniendo a raya las
ambiciones de los políticos de oficio y castigando como un delito que es, a la
vagancia.
La Alocución del 20 de diciembre de 1908 fijó nuevos y
definitivos rumbos a los destinos nacionales, y cabe traer a estas líneas los
párrafos escritos por nosotros, acerca del particular, en otra ocasión:
"La Venezuela rehabilitada no podía concebirse de otra manera que como un
vasto emporio donde la zona de los pastos alimentara rebaños innumerables, las
tierras de cultivo dieran toda la variedad de frutos solicitados por la demanda
del exterior y de fácil cambio por numerario circulante, las regiones mineras fueran
explotadas por el capital nacional o por el extranjero que diera seguridades de
quedarse en el país; un emporio, en fin, que por su riqueza industrial y por la
actividad de su comercio y de todas sus fuentes de bienestar hiciera fácil y
venturosa la vida de los nativos y atrajera las corrientes de esa inmigración
valiosa que importa brazos vigorosos y mentes sanas a la tierra adonde se
dirige. Dos eran los medios principales para lograr un fin tan halagüeño, y el
Repúblico de Diciembre los encontró fácilmente, porque para un pensamiento bien
intencionado y una voluntad enérgica nada es difícil: Fomentar las vías de
comunicación y acabar con todo linaje de malhechores aplicándoles las penas
legales y aquellos correctivos que están al alcance de la autoridad y que son
lícitos, era la manera expedita de mejorar a Venezuela en lo moral, en lo
físico y en lo intelectual, y de ambos medios se ha venido valiendo el General
Juan Vicente Gómez desde las postrimerías de 1908 hasta los días actuales. Los
resultados no pueden ser más satisfactorios y no miente la prensa ni la voz
pública cuando habla de la Venezuela rehabilitada. Nuestra misma pluma, en
estos momentos, traduce ese sentimiento general, si algún mérito tienen las
páginas que escribe, ese mérito se debe a que emplea el lenguaje augusto de la
verdad. "Las carreteras modernas se cruzan por todo el territorio
venezolano y sobre su superficie circulan sin inconvenientes desde el
rudimentario vehículo de dos ruedas tirado por una caballería, hasta el
automóvil, esa admirable máquina de trasporte que al moverse por sí misma
parece que la impeliera un espíritu omnipotente. Por esas arterias inmensas
circula sin estorbos la savia juvenil de la Nación y allí donde las condiciones
de existencia son deficientes por una parte y por la otra exuberantes, ellas
son equilibradas por el incesante y fácil cambio de objetos de comercio y hasta
por la difusión de las ideas".
A poco de circular el programa de Diciembre las cárceles quedaron
vacías y los Caudillos vencidos definitivamente en 1903 fueron llamados a
colaborar en puestos de honor y de confianza en el Gobierno de la
Rehabilitación—porque la buena fe del General Gómez presumió que habían aprovechado
la experiencia adquirida y que serían elementos útiles para la paz y la
Administración que se iniciaba;—a todos los desterrados directa o
indirectamente por la política terrorista de la Dictadura, se les abrieron franca
y fraternalmente las fronteras de la Patria; las industrias dejaron de ser el
patrimonio de uno solo y pudo ejercerlas todo el que tuviera voluntad de
explotarlas; se procuró y se obtuvo, por medio de una decorosa y hábil labor de
nuestra Cancillería, la reanudación de las relaciones internacionales con los
Países cuya amistad tradicional nos enajenó la absurda diplomacia del ex-Dictador.
En resumen, todas las libertades que no degeneran en licencia se permitieron y
todos los derechos legítimos se garantizaron.
Naturalmente la gran popularidad ya adquirida por el
General Gómez en años anteriores, aumentó todavía más, y la Patria comenzó a
disfrutar del fecundo régimen rehabilitador que viene verificando un verdadero
progreso en todos los órganos de la existencia nacional.
Fue durante aquellos días genésicos de la Causa cuando en
un banquete al cual asistía el General Gómez—en un sitio que por coincidencia
feliz se llama La Providencia—contestó a insinuaciones tendenciosas que le
hicieron algunos de los circunstantes—miembros de los antiguos Partidos que
militaron en Venezuela—dándoles a entender que su único partido era el de la
felicidad de la Patria lograda por la unión de todos sus hijos.
Patria y Unión fue, pues, la consigna que el General Gómez
dio entonces a los venezolanos, y desde el banquete de La Providencia, hasta
los días que discurren, él no ha dejado de probar cómo es aquélla la fórmula de
su fe republicana. La síntesis de sus principales actos como Jefe del País o de
la Causa son un testimonio de tal verdad: vías de comunicación construidas por
todo el territorio nacional para que los pueblos venezolanos y sus habitantes borren
fronteras y se acerquen unos a otros fácilmente estrechando más sus intereses;
una tenaz persecución a la holgazanería que engendra los vicios y con éstos el
mayor elemento de discordias y de odios; un constante estímulo a las
iniciativas individuales y colectivas para el trabajo que es la fuente de todo
bienestar y por tanto el aliciente más poderoso para hacer que los hombres se
apoyen mutuamente en resguardo del sosiego público—base de la fraternidad de
sus relaciones;—un incesante ejemplo de probidad administrativa que ha dado por
resultado la salvación del crédito interno y externo del país, respaldado por
muchos millones en efectivo que tiene disponibles el Gobierno después de
cumplir todos sus compromisos y un tesonero empeño para proscribir de la
Administración el peculado y el cohecho, especie de pulpos que con sus
tentáculos insaciables mantenían exhaustas las arcas nacionales.
Así ha entendido y practicado el General Juan Vicente Gómez,
el único credo político que profesa como Magistrado y como Jefe de Causa.
Pero no adelantemos la relación de los sucesos y volvamos
a los días iniciales de la Rehabilitación Nacional.
La Alocución del General Gómez obtuvo entusiasta acogida
en todos los venezolanos, a excepción del entonces Presidente del Estado
Guárico, doctor Luciano Mendible, que se declaró rebelde en Calabozo, capital
de aquel Estado. De esta nefanda aventura se expresó el Ministro de Relaciones
Interiores en los términos que van a leerse y que constan en la circular de
aquel funcionario fechada el 31 de diciembre de 1908 y publicada en el número 10.583
de la Gaceta Oficial, correspondiente al 2 de enero de 1909: "El día 29
del mes corriente, el doctor Luciano Mendible, ejerciendo la Presidencia
Constitucional del Estado Guárico—y después de haber trasmitido protestas
categóricas de adhesión al Programa que el actual Gobierno ha expuesto a la
República con universal aprobación—sublevó las fuerzas acantonadas en la ciudad
de Calabozo, asiento capital del Gobierno del Estado; puso en libertad los
presos criminales, y los armó con las armas del Ejército Nacional allí
depositadas; impuso violentas contribuciones al comercio y brutales exacciones
a la sociedad; quemó los archivos de los Tribunales de justicia a fin de redimir
de su responsabilidad criminal a los delincuentes de quienes había hecho sus
compañeros; quemó también todas las cuentas de la Tesorería y demás Oficinas de
Recaudación en la ciudad cuyos fondos se apropió; asesinó al general Juan José
Briceño, Comandante de Armas del Estado y a otros oficiales; y abandonó la
ciudad, cometiendo además otros hechos explicables sólo por un estado anormal
de la mente". La criminal rebelión fue a terminar con la fuga del
delincuente al extranjero, huyendo la persecución de los agentes de la Justicia.
Durante las postrimerías del 1908 y los comienzos del
1909, el General Gómez se vio asediado por los políticos profesionales que no
concebían la reacción sin el Golpe de Estado. Estos requerían al prudente
Magistrado a que declarase insubsistente el Congreso de la época y convocara a
elecciones para una Asamblea Constituyente. Tal paso hubiera equivalido al
advenimiento de una breve Dictadura del General Gómez en completa contradicción
con estas frases que recientemente había dirigido a sus conciudadanos: "Ya
sabéis que vine a desempeñar el Poder Ejecutivo Nacional, en virtud del título
legal que invisto". El reflexivo Gobernante rechazó ese consejo por mal
avenido con el carácter de evolución que revestía el proceso reaccionario y
convocó al Congreso para que celebrara su reunión ordinaria el 23 de mayo de
1909.
Una de las primeras disposiciones del íntegro Magistrado fue
para derogar el Decreto del extinguido régimen, de 2 de agosto de 1907, porque
era atentatorio a la autonomía de las Entidades Federales. Aquel Decreto
violaba el derecho que tienen nuestros Estados a disponer de su renta, pues les
imponía el nombramiento de Juntas de Fomento y el reparto de sumas por
imposición del Ejecutivo Nacional. Era a todas luces arbitrario y como el General
Gómez había prometido respetar la soberanía de los Estados en su
magnífico Programa, anuló tamaña arbitrariedad.
Los dos Decretos del General Gómez declarando rescindido y
sin ningún valor el Contrato celebrado el 5 de febrero de 1906, entre el
Ministro de Hacienda y el ciudadano Francisco Chenel, para establecer una
Fábrica Nacional de Cigarrillos, y declarando libre el cultivo del Tabaco y las
manipulaciones de esta hoja, formaron parte de sus sabias providencias para
libertar a las industrias de odiosos monopolios; y para dejar a todos sus
conciudadanos en completa posesión de sus derechos para lograr por medio del
trabajo y el empleo de sus actividades la subsistencia y la prosperidad.
Con estas disposiciones y con su Decreto de 20 de mayo que
abolía los derechos de exportación sobre café, cacao y cueros—por razón de los
cuales pagaba la producción nacional B 4.000.000 anuales al Fisco—es como
demostró el General Gómez, durante los seis primeros meses de la
Rehabilitación, todo lo que haría en favor de las industrias y del comercio.
A principios de 1909, pidieron la totalidad de los
Concejos Municipales de la República que se hicieran enmiendas a la
Constitución, por adolecer ésta de anomalías manifiestas que pugnaban con la
manera de ser del pueblo venezolano y con los principios democráticos. El
Congreso de la Nación, promulgó el 5 de agosto de aquel año las enmiendas
pedidas, en ejercicio de la facultad que le concedía el artículo 130 de la
Constitución y después de haber escrutado y encontrado conforme el voto
aprobatorio de todas las Asambleas Legislativas de los Estados.
Las más sustanciales de las enmiendas introducidas consistieron
en la restitución de los 20 Estados que formaron antiguamente la Federación
Venezolana, la reducción del período presidencial a 4 años, y la creación de un
Consejo de Gobierno. Se abría un período provisional que subsistiría desde la
fecha en que entraba en vigencia la Constitución enmendada hasta la definitiva
organización de la República el 19 de abril de 1910.
El más vivo deseo de los pueblos quedó convertido en magnífica
realidad con la restitución de los 20 Estados, y esta sola enmienda dio
prestigio a la nueva Carta promulgada, que por las circunstancias a que tuvo
que ceñirse el criterio de los legisladores que la dictaron, circunstancias que
obedecían al pensamiento de la evolución de Diciembre, no pudo alcanzar en su
práctica la duración que le auguraba el generoso anhelo de sus autores.
El 19 de abril de 1909, expidió el General Gómez dos Decretos
de verdadera importancia: el uno nombrando la Junta para que elaborara el
Programa y organizara los actos con que había de celebrarse el Centenario de la
Independencia y el otro, que insertamos íntegro, porque es uno de los tantos
testimonios de la nobleza de alma de nuestro biografiado: "General Juan
Vicente Gómez.—Encargado Constitucionalmente de la Presidencia de la
República,—Considerando:—Que ha entrado la Patria venturosamente en una era de
paz, de reforma en los métodos y procedimientos políticos y administrativos, de
amplio espíritu democrático y seria consagración de todas las fuerzas vivas de
la República a la prosperidad general, por medio del trabajo;—Considerando:—Que
tales afortunadas circunstancias constituyen una razón suprema para que sean
olvidados los delitos y faltas que las pasiones políticas hayan podido
inspirar;—Considerando: Que la fecha de hoy está consagrada por la filosofía de
la historia, y por el eminente testimonio de los Ilustres Padres de la Patria,
como punto inicial de la Revolución Emancipadora, y es por tanto propicia para
un homenaje de significación fraternal a la memoria de nuestros primeros republicanos;—Y
en ejercicio de la atribución II que me señala en su artículo 80 la
Constitución de la República,—Decreto:—Artículo 1°—El Ejecutivo Federal proclama
solemnemente la amnistía para los sucesos de carácter político que se
efectuaron en el país durante los días 13, 14 y 19 de diciembre del año próximo
pasado.
Dado, etc., etc., etc."
Mayor generosidad no podía tener el General Gómez ni la
ha tenido ningún gobernante en Venezuela. Hasta los propios conjurados que
fraguaron contra su vida y que él dominó con su valor extraordinario el 19 de
Diciembre, quedaban perdonados!!!
El 11 de agosto de aquel año fue elegido el eminente patriota,
Presidente Provisional de la República, en virtud de lo estatuido en la nueva
Constitución, y el 13 del mismo mes y año entró en ejercicio del alto cargo,
nombrando Secretario General, Ministro del Despacho, Consejeros de Gobierno y
Gobernador del Distrito Federal. El 19 eligió los Presidentes Provisionales de
los 20 Estados y previamente había expedido un Decreto en que reglamentaba la
organización de aquellas 20 Entidades, mientras éstas se organizaban conforme a
sus respectivas Constituciones. Esta facultad había sido conferida al
Presidente Provisional de la República por el artículo 156 de la Constitución recientemente
promulgada.
El período de transición al régimen constitucional lo presidió
el General Gómez, entregado de lleno al cumplimiento de sus deberes y dando
fidelísimo testimonio de su acatamiento al Programa de Diciembre. Fue el
Administrador ejemplar que ya conocía Venezuela en las veces que le había
tocado ejercer el Poder desde el 5 de julio de 1902.
En lo tocante a la política demostró que era el ciudadano
ecuánime, franco adversario de ardides y componendas y celoso defensor del
orden, que permitía el uso lícito de toda libertad bien entendida, pero que no
estaba dispuesto a contemporizar con los agitadores de oficio; con esos que
asaltan la tribuna de la prensa para subvertir el criterio popular en vez de
guiarlo e ilustrarlo, y que también están en las antecámaras de los
Magistrados, en los círculos públicos y hasta en las oficinas, predicando con falso
fervor de apóstoles doctrinas cuyo farisaísmo no tienen todavía nuestras masas
suficiente educación cívica para comprenderlo y desecharlo.
La obra de esos agitadores reclamó que la palabra austera
del Jefe de la Rehabilitación se hiciera oír en un documento público, lleno de
sinceridad y sencillez pero trascendental, porque hacía ver "cómo las
violencias que inspiran las pasiones desbordadas son el contrasentido de la
civilización". De ese documento son los párrafos que van a leerse:
"Cuando el 19 de diciembre inicié la era de la legalidad, me exhibí como
el Magistrado que buscaba el imperio de las saludables rectificaciones, y pedí
a todos los venezolanos su concurso patriótico. Creía que después de un
prolongado período de luchas sangrientas y de administración desastrosa, en que
los Partidos habían esterilizado sus energías y el demonio del odio cosechado frutos
de maldición, convenía a Venezuela hacer una prolongada pausa en sus querellas
domésticas y juntarnos todos para en comunidad tranquila laborar por el bien de
la República". "Mis opiniones de entonces son las mismas que abrigo
en el día presente. No creo en la eficiencia de los sentimientos extremos. No
tengo prevenciones contra círculos ni contra personas". "Quiero la
armonía entre los venezolanos y la pido y la reclamo entre los servidores de mi
Gobierno. No exijo a ninguno de estos últimos el sacrificio de su conciencia,
pero creo que de la observancia de la disciplina es que depende la eficacia del
dogma salvador de los principios, porque la anarquía entre los empleados de un
mismo régimen anula todo esfuerzo en obsequio del bien de la República".
En el período provisional se verificaron muchas obras de
utilidad y ornato, y fue cuidado especial del General Gómez atender a las vías
de comunicación. Caracas ganó en su embellecimiento con el decreto que ordenó
la construcción de la magnífica Avenida 19 de Diciembre, que perpetuará por
siempre, con la perenne elocuencia del progreso, la magna fecha y la fama del
Héroe de aquel día. Ya para finalizar este período, el creador de la
Rehabilitación Nacional expidió su memorable Decreto sobre celebración del
Centenario de la Independencia, disposición administrativa que insertaremos
íntegra porque es exponente fiel del fervoroso patriotismo de nuestro
biografiado y de la manera cabal como se ocupó de honrar el primero y más
grande acontecimiento de nuestra Historia: "General Juan Vicente
Gómez,—Presidente Provisional de los Estados Unidos de Venezuela,—En
cumplimiento de lo dispuesto por el Decreto Ejecutivo de 19 de abril de 1909,
visto el proyecto sometido al Gobierno de la República por la Junta del
Centenario de la Independencia, y—Considerando:—Que el 19 de abril de 1910 se cumple
el primer Centenario de los acontecimientos que la Historia considera como
iniciales de la Independencia Sudamericana,—Decreto:—Artículo 1° Los actos
conmemorativos del Centenario de la Independencia de Venezuela principiarán el
19 de abril de 1910.—Artículo 29 Se reconstruirá en forma digna de su alto
objeto el Panteón Nacional.—Artículo 39 Se crean: 1° La Academia Militar de la
República. 2° La Escuela Náutica Nacional. 3° Una Escuela Normal. 4° Un Jardín Botánico.—Artículo
4° Se construirá: 1° Un dique de acero, en Puerto Cabello, que llene las
necesidades de la Armada Nacional y de la Marina mercante Nacional y
extranjera. 2° Un edificio para la Biblioteca Nacional. 3° Un edificio a prueba
de incendio para la Oficina Principal de Registro Público y Archivo Nacional. 4°
Un edificio para operaciones quirúrgicas, a inmediaciones del Hospital Vargas,
e independiente del cuerpo general de éste. 5° Un edificio de Correos y
Telégrafos Nacionales.—Artículo 5° De conformidad con el Acuerdo Legislativo de
4 de agosto de 1909, procédase a levantar el Censo de la Nación.—Artículo 6° Adquirida
para la Nación por suscripción pública, la casa donde nació Simón Bolívar en
esta ciudad de Caracas, se le restituirá con la fidelidad posible a la forma
que tenía en 1783; se establecerá en la venerable mansión el Museo Boliviano, y
se consagrarán sus muros a narrar en frescos o en lienzos la vida del Padre de
la Patria.—Único. Los cargos de Director del Panteón Nacional y de la Casa de Simón
Bolívar serán de larga tenencia y para su desempeño se nombrarán de preferencia
a descendientes de Próceres Libertadores o a Veteranos del Ejército de la República
dignos del noble encargo.—Artículo 7° Se erigirán en los Jardines del Paseo
Independencia de la Capital de la República, los bustos de José María España,
Francisco Salías, general José Félix Ribas, Manuel Gual y José Cortés de
Madariaga.—Artículo 8° Se fijarán inscripciones conmemorativas en los sitios y
edificios célebres en los fastos del 19 de abril de 1810, 5 de julio de 1811 y
de la Sociedad Patriótica de aquella época.—Artículo 9° Solemnizarán la
conmemoración del Centenario, los siguientes Congresos :—1° De Municipalidades,
compuesto por un Delegado por cada Ilustre Concejo de la República.—2° Primer Congreso
Venezolano de Medicina.—Artículo 10. Se invitará a los Gobiernos de las
Repúblicas Latino-Americanas a una Conferencia, que se efectuará en Caracas,
para celebrar una Convención Telegráfica Internacional, por la cual se
establezca y reglamente la comunicación telegráfica entre dichas
Repúblicas.—Artículo 11. Se invitará a los Gobiernos de las Repúblicas de
Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia a concurrir a la formación del Primer
Congreso Boliviano que se celebrará en Caracas en los primeros cinco días del
mes de julio de 1911, para tratar asuntos de interés común de todo
orden.—Artículo 12. Se establecen los concursos siguientes:—1° De Industrias
Rurales para los productos de la Agricultura y la Cría del País, mejor
preparados para el consumo interno o para la exportación, tales como: miel,
cera, queso, mantequilla, féculas y almidones diversos, aceites de todas
clases, azúcares, fibras, etc., etc., así como los utensilios y máquinas empleadas
para prepararlos, siempre que sean inventados o mejorados en Venezuela.—2° De
Horticultura y Floricultura: para las colecciones más variadas y completas de
legumbres y flores cultivadas en el Distrito Federal, especialmente cuando
provengan de plantas originarias del País, que hayan sido mejoradas por el
cultivo.—3° De Zootecnia; para ejemplares notables de animales de cría ensayada
o ensayable en el País, y de animales cuyas plumas o piel sean industrialmente
útiles.—4° De Bellas Artes, conforme lo determina el Reglamento de la Academia del
Ramo.—Artículo 13. Organícense dos exposiciones: 1° Una Nacional de Bellas
Artes, objetos de interés histórico y fotografías de sitios memorables, tipos y
bellezas naturales del País.—2° Una Internacional de muebles Escolares y Útiles
de Enseñanza, destinada a fijar conceptos sobre los modelos más adecuados a las
Escuelas en Institutos docentes de la República.—Artículo 14. Procédase a constituir
la Comisión Exploradora prevista en la Disposición Ejecutiva de 29 de marzo de
1909.—Artículo 15. Se constituye el Ateneo de Caracas.—Artículo 16. Adquiéranse
los terrenos del Hipódromo de la Avenida del Paraíso que se destinarán a los
Concursos de Zootecnia, Floricultura, Horticultura e Industrias
Rurales.—Artículo 17. Se imprimirán o reimprimirán, por cuenta de la Nación:—a)
El Diario de Bucaramanga.—b) El Apéndice de la Narración de las Memorias del
general O'Leary (Tomo o9) y correspondencia del Libertador (1829-1830).—c)
Defensa del Libertador por don Simón Rodríguez.—d) Historia de Venezuela,
Documentos y Apéndice por Francisco Javier Yanes.—e) Historia contemporánea de
Venezuela por el doctor Francisco González Guinán.—f). Libros de Actas del
Congreso de 1811.—g) Primera edición del Mapa Físico y Político de Venezuela,
escala al millonésimo.—h) Plano de Caracas de 1810.—i) Canciones
patrióticas.—j) Actas y Trabajos del Primer Congreso Venezolano de Medicina.—k)
Composiciones Musicales por Manuel L. Rodríguez.—1) El Libro del Centenario con
las reseñas de la conmemoración, conclusiones de los Concursos, etc., etc.
—Artículo 18. El 17 de diciembre de 1910, aniversario de la muerte de Simón
Bolívar, se celebrarán solemnes honras fúnebres en la Santa Iglesia
Metropolitana.—Artículo 19. Eríjanse los siguientes Monumentos:—1° Uno
consagrado a la gloria de Antonio Ricaurte, en el propio sitio donde murió
heroicamente en San Mateo.—2° En conmemoración de la Conferencia realizada en
el pueblo de Santa Ana, para la regularización de la guerra, entre los
Generales Bolívar y Morillo, y del voto de éste porque se alzara un monumento
en el lugar en donde ambos Jefes se abrazaron, levántese una columna prismática
en Santa Ana en la cual se colocará con inscripciones adecuadas, la piedra
puesta por los oficiales republicanos y realistas para marcar el memorable
sitio.—Artículo 20. Se crea una Medalla conmemorativa del Primer Centenario de
la Independencia de Venezuela.—Artículo 21. Serán especialmente invitadas las
Repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, nuestras hermanas en la gloria
de la Epopeya libertadora.—Artículo
Este Decreto fue expedido el 19 de marzo de 1910. Lo hemos
insertado sin quitarle una coma, porque a su simple lectura deducirá el lector
que es una de las disposiciones gubernativas que más honran al Jefe de la
Rehabilitación, pues da una idea cabal de sus sentimientos de patriota y sus
dotes de administrador. De la manera como él fue cumplido nos ocuparemos en el
siguiente capítulo de la obra que venimos escribiendo y no nos dejarán mentir los
venezolanos y extranjeros que presenciaron las suntuosas festividades y actos
solemnes con que se conmemoró el nacimiento de Venezuela a la vida del Derecho
y de la Libertad. Baste por ahora consignar que el solo pensamiento de la
reunión del Primer Congreso Boliviano, dá méritos a nuestro biografiado que
ninguno ni nadie osa discutir. Timbre espléndido de la Administración
provisional que presidió el General Gómez hasta el 19 de abril de 1910, es el
Decreto en referencia y no tememos ofender su proverbial modestia al formular
ese elogio justiciero que está muy lejos de ser una lisonja.
El infatigable obrero del bien público no habría de descansar
en su labor dignificante. Como si no fueran suficientes todos los trabajos que
hemos enumerado para dejar consagrado aquel lapso de Gobierno con el calificativo
de excelente, quiso y logró hacer más y ordenó la construcción de la Carretera
macadamizada de Uracá a San Cristóbal, obra de gran necesidad que ha traído
beneficios incalculables al intenso comercio y a la abundante riqueza agrícola
de la Cordillera. Con el Decreto ordenando la construcción de esta carretera,
expedido el 7 de abril; la disposición por la cual daba libertad a todos los
detenidos por causa de orden público y la convocatoria a los Concejos Municipales
de la República a concurrir por delegación al Congreso de Municipalidades que
había de reunirse en Caracas el 19 de abril del año siguiente, dio remate el
General Juan Vicente Gómez, a la nunca bien alabada Administración que había
venido dirigiendo a completo contentamiento de sus gobernados. El 19 de abril
de 1910, en cumplimiento de lo ordenado por la Constitución, resignó en el
Presidente de la Corte Federal y de Casación el Gobierno Provisional de la
República. Ese mismo día compareció ante los Representantes de la Soberanía
Nacional a dar cuenta de sus actos y de esa cuenta tomamos el siguiente párrafo
que explica en sobrio concepto cómo Gómez, insigne guerrero, puede ser idólatra
sincero de la paz: "Si bien yo he sido toda mi vida hombre de trabajo, he
sido también, y por la Patria lo seré siempre, hombre de guerra y no se mostró
el laurel esquivo a mi demanda. Pero para mí no hay gloria ni beneficio mayores
que los de la paz: ella constituye por sí sola la suprema dicha de los pueblos,
y no más que por ella y dentro de ella son realizables todos los anhelos del
espíritu de progreso en las Naciones inteligentes. Aun para llegar, en los
casos extremos en que el curso histórico de los sucesos puede determinar, a la
fuerza requerida para arrancar de los azares de la guerra la gloria y la
seguridad nacionales, es necesaria una larga preparación en el orden, la paz y
la disciplina social. ¡Que sea un halago para nuestro patriotismo, Ciudadanos
Legisladores, la esperanza de una paz permanente y fecunda!".
Así hablaba en aquella ocasión y así ha hablado a toda
hora, el General que ha recorrido el país entero durante 19 meses de magistral
campaña, entre los acordes de una sola diana triunfal. Y es que, expuesto el
pecho valiente como blanco a los disparos enemigos de La Puerta, venciendo en Urucure
a la cabeza de un puñado de hombres a centenares de contendores sin miedo,
vertiendo sangre generosa frente a los bastiones de Carúpano para felicidad de
la Patria, arrollando en La Victoria con las puntas de sus bayonetas a todo lo
que se le atravesaba en el camino, decidiendo la sangrienta jornada de El Guapo
en una carga formidable, cayendo sobre Barquisimeto en hábil maniobra que
desconcertó al adversario, asaltándolo en Matapalo, destruyéndolo y realizando
el estupendo ataque a fondo con que expugnó a Ciudad Bolívar, el General Juan
Vicente Gómez no buscaba las glorias deslumbrantes del guerrero sino la paz
para sus conciudadanos, porque en conformidad con lo que expresa en su Mensaje
al Congreso de 1910, él sabe que no existe gloria mayor que la de hacer dichosa
a la Patria por la unión de todos sus hijos trabajando por su engrandecimiento.
La totalidad de los Senadores y Diputados, en su carácter
de electores por mandato de sus representados, cuya voluntad se preparaban a
interpretar eligiendo Presidente Constitucional de la República para el período
de
El Presidente de la Corte Federal y de Casación, Encargado del Poder Ejecutivo Federal, dirigió el siguiente Mensaje Especial al Congreso, solicitando con sobrada justicia aquella recompensa, para el primero y más conspicuo de los Generales de la República: "Ciudadanos Senadores.—Ciudadanos Diputados.—Os saludo respetuosamente.—Un pensamiento simpático, que existe en la mayoría del pueblo de Venezuela, motiva este Mensaje Especial, que, no dudo, habréis de recibir con la más efusiva complacencia.—El Art. 68 del Código Militar autoriza para conferir el ascenso a los grados de General de División y de General en Jefe, siempre que con ellos hayan de recompensarse servicios distinguidos y acciones sobresalientes.—El General Juan Vicente Gómez se ha hecho acreedor al último de dichos grados,—que es el más alto en la jerarquía militar de Venezuela,—por una brillante plana de servicios y por méritos particulares, que lo han llevado, apenas al promediar de la existencia, a las más levantadas cumbres de la vida pública.—Sólo desde 1892 hasta 1903, el General Gómez, ya actuando como Jefe de Estado Mayor, ya como Jefe de Operaciones, se ha encontrado victorioso en 29 hechos de armas, clasificados en 17 combates, 4 sitios y 8 batallas campales. Pero además de estos envidiables éxitos que acreditan su gran pericia militar, en su persona se reúnen, de manera primorosa, las cualidades necesarias para que, al frente de un ejército, sea garantía de los intereses públicos y privados, y custodia de la honra nacional. La organización de los ejércitos, en las épocas primeras de la civilización, no tuvo por objeto, como algunos lo han creído, hacer una vana ostentación de fuerza y de poder; nó: el ejército es el guardián de los fueros de la Patria; el centinela del honor y del deber; el defensor del derecho, de la justicia y de la libertad. § Un ejército desenfrenado y licencioso podrá llamarse una pandilla de forajidos; pero jamás el representante de la dignidad de una Nación.—Por eso, quiere la Ciencia militar, y así lo ordena nuestro Código de la materia en su artículo 51, que los ascensos en la milicia no se concedan sino a individuos que reúnan, entre otras, las cualidades de valor, inteligencia, hechos de armas distinguidos, moralidad, etc. Y quién no admira en nuestro ilustre compatriota, no sólo ese valor altísimo que, con animosidad insuperable avanza en los peligros hasta obtener el éxito, sino ese otro valor sublime que se manifiesta por una serenidad extrema en aquellas situaciones de suyo difíciles, en que los corazones más enteros se inmutan y las resoluciones más firmes se quebrantan? Y a la altura de su valor, está el sentimiento de su dignidad, que lo ha exhibido siempre al frente de los ejércitos, como una garantía de vidas, honras y fortunas; incapaz de mancillar su nombre con hechos ilícitos, ni consentidos en sus subalternos, ni mucho menos ejecutados por su propia autoridad.—Consecuencia de tan hermosas prendas son la generosidad y la nobleza que lo distinguen. La guerra, no porque sea guerra, no tiene también sus leyes de decoro y sus principios de humanidad. Todo lo que extralimita esas leyes o infringe esos principios, tiene carácter delictuoso, que la victoria misma no es capaz de borrar y que viene a ser una mancha para el laurel del triunfo. Las campañas últimamente realizadas en el País por el General Gómez, ponen también de manifiesto sus grandes conocimientos en la táctica y en la estrategia, los cuales corona admirablemente con una portentosa actividad. La actividad, en la guerra, encadena el triunfo. Los peligros disminuyen ante la diligencia, y la prontitud evita sacrificios y hace ganar batallas sin sangre ni ruina. 1 Un buen general, que aspira a orlar sus sienes con laurel de gloria; que tiene en cuanto vale el bien público, y que es atraído hacia los campamentos por la noción del deber, y no por satisfacer un espíritu de crueldad y de odio, será siempre activo en sus operaciones, como ha de ser reposado en aquellas deliberaciones extremas en que se compromete su nombre, el nombre de su ejército y el nombre de su Nación. Por último, el General Gómez ha sido en su carácter de Presidente de los Estados Unidos de Venezuela y por virtud de un mandato constitucional, el Jefe Supremo de los Ejércitos de la República.—Todas esas consideraciones hacen al General Juan Vicente Gómez acreedor al Titulo de General en Jefe del Ejército Nacional; y como es al Congreso a quien corresponde conferirlo, en virtud de la facultad 25? del artículo 57 de la Constitución Nacional, así lo pido, en nombre de la autoridad que represento, e interpretando un sentimiento público de la Nación.—Caracas: 21 de abril de 1910.—Emilio Constantino Guerrero".
El Congreso votó unánimemente un Acuerdo en su sesión del
25 de abril de 1910, confiriendo el grado de General en Jefe de los Ejércitos
venezolanos, al eximio Pacificador de la República. El Alto Cuerpo dio una
prueba de acierto elevando a aquel rango supremo del escalafón militar al
General Juan Vicente Gómez, pues él tenía ya desde 1903 ejecutorias muy
valiosas para obtenerlo, y si este deber no lo cumplieron antes los miembros de
la representación nacional, sin duda que se debió a que en el régimen pasado
nunca habían tenido libertad para actuar. ¿Quién con más méritos para lograr
aquel grado que el vencedor en las ocho batallas campales de que habla el Mensaje
Especial del doctor Guerrero, a la sazón Encargado de la Presidencia de la
República? Ninguno, sino el impetuoso veterano que había sabido hacer de
nuestras tropas colecticias, cuerpos disciplinados que pudieron ejecutar sus
órdenes en el magnífico ataque a fondo de Ciudad Bolívar, hazaña guerrera que
en todo tiempo registrará la historia militar de Venezuela como un modelo de
cuanto puede la pericia y el valor de un general. Las insignias del alto mando
siempre las ha llevado y las llevará con honor y con gloria este heroico
adalid.
A los dos días de haber expedido el Congreso de la República
aquel justiciero Acuerdo, esto es, el 27 de abril de 1910, se reunió para
elegir el Presidente Constitucional de los Estados Unidos de Venezuela en el
período que comenzaba aquel año y terminaría en el de 1914. La unanimidad de
los votos eligió al General Juan Vicente Gómez, para que desempeñara el Supremo
Cargo y la voluntad de los pueblos, tan fielmente acatada por sus delegados, quedó
satisfecha. Por tanto, la elección fue recibida con la aprobación universal de
los venezolanos. El Congreso quiso hacerse eco de esa aprobación y de la
gratitud de sus comitentes hacia el Jefe de la Causa Rehabilitadora y en su
sesión del día 28 de abril enunció el pensamiento de acordar una "Medalla
de la Gratitud Nacional" para dedicarla al General Gómez, pero no llegó a dar
forma al patriótico pensamiento, porque el Magistrado electo, dando un
elocuente testimonio de la pureza de sus sentimientos republicanos, le dirigió
la siguiente comunicación: "Caracas: 29 de abril de 1910.—Ciudadano Presidente
del Congreso Nacional.—Presente.—Ha llegado a mi conocimiento la noticia de que
cursa en ese Augusto Cuerpo un proyecto de Acuerdo por el cual se me distingue
con una medalla, como expresión de la gratitud nacional por mi conducta del 19
de diciembre en reivindicación de los derechos y fueros de la República,—No puedo
menos que agradecer íntimamente el espontáneo y noble propósito; pero asimismo
me permito manifestar a usted y por su órgano al Congreso Nacional, la
imposibilidad de aceptar semejante distinción, que si bien muy honorífica, ni
se aviene con mis sentimientos netamente republicanos, ni se acuerda con mi
índole, profundamente opuesta a manifestaciones de este linaje.—Soy de usted atto.
servidor y amigo".
En este documento se revela, tal cual es, la índole modesta
de nuestro biografiado, que no gusta de más honores y dignidades que los que le
impone aceptar la salud de la Patria. El grado de General en Jefe era de éstos
y no pudo rechazarlo, pues los contingentes armados de la República lo
necesitaban al frente de ellos para garantizar la paz. Fue ésta la razón
poderosa que lo movió a aceptarlo y a no proceder de la misma manera respecto a
la Medalla que quería conferirle el Congreso.
El 3 de junio de 1910 prestó la promesa de ley ante el
Soberano Cuerpo que lo había elegido y previo el acto de transmisión del Poder,
entró en ejercicio de la Presidencia Constitucional de Venezuela.
Finalizamos este Capítulo de la Semblanza del General Juan
Vicente Gómez, con el párrafo último de la Alocución que dirigió a los
venezolanos al tomar posesión de la Primera Magistratura:
"Compatriotas!—Al inaugurarse esta era constitucional de paz digna y
esforzada labor administrativa, hagamos nuestra la hermosa fórmula del eminente
Abraham Lincoln: En el nombre de Dios y de los pueblos, Caracas: 3 de
junio de 1910.—J. V. GÓMEZ".
Vamos a narrar en el Capítulo siguiente, cómo en el nombre de Dios y de los pueblos el insigne patriota mantuvo la paz y dirigió una Administración que nos ha servido de ejemplo para errar lo menos posible en nuestra condición de obreros de la Causa Rehabilitadora.
CAPÍTULO 11
SUMARIO
Sinopsis del período administrativo de
Es durante el período de
La vida del General Juan Vicente Gómez, en el transcurso de
tiempo a que nos vamos a referir, es la historia de la más intensa época de
progresos positivos que haya disfrutado Venezuela. Vías de comunicación,
facilidades para el trabajo, higiene y embellecimiento de las ciudades, fundación
con capitales venezolanos de empresas como el Lactuario de Maracay, explotación
en grande escala de las riquezas naturales del país, transformación de nuestras
antiguas montoneras en Ejército culto y disciplinado, modernización de los
métodos de enseñanza, siendo ésta difundida hasta en los más insignificantes
caseríos de la República, aplicación práctica del principio que manda a buscar
los hombres para los empleos y no a los empleos para los hombres, quedando
consecuentemente proscritos de las Oficinas públicas los funcionarios
prevaricadores, guerra sin cuartel a la vagancia y una larga serie de
adelantos, así morales como materiales, fueron las huellas luminosas dejadas por
nuestro biografiado a su paso por el Poder. Guiados por esa luz no erramos al
escribir estas páginas.
Una de las primeras disposiciones del General Gómez en el
período constitucional que entró a presidir, fue decretar carreteras para los
Estados de la Unión. Era ésta la manera como se iniciaba aquella Administración
que se ocupó en realizar el auténtico progreso de la Patria, fiel al credo de
la Rehabilitación Nacional.
Consecuencia de este Decreto fue el que expidió el 4 de
febrero de 1911, por el cual ordenaba la construcción de una Carretera entre
Motatán y la ciudad de Trujillo, vía de tráfico que debía pasar por los lugares
denominados "Pampanito" y "La Plazuela".
Próxima como estaba ya la fecha de la reunión del Congreso
Boliviano, el General Gómez dispuso el 1° de octubre, fijar las materias de que
se ocuparía el Alto Cuerpo, y éstas fueron: Convención para disminuir el porte de
la correspondencia entre las cinco Naciones; Convención para una tarifa
telegráfica mínima entre las cinco Naciones; creación de una Junta Nacional en
cada país encargada de recopilar y publicar todos los documentos inéditos
referentes a las cinco Naciones, durante el período de
Entre estas materias, todas de utilidad manifiesta para los
cinco pueblos hechos Patrias libres por el Genio de nuestro Libertador, se
destaca por su vital interés y trascendencia, la de recomendar el arreglo
pacífico de toda cuestión existente o que pudiera suscitarse en las relaciones de
las cinco Repúblicas hermanas. Poner las bases del futuro y definitivo
acercamiento de Bolivia, el Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela por un vínculo
estrecho de fraternidad como éste, era y ha sido interpretar con pensamiento
fiel las ideas grandiosas del Vidente Suramericano. En esa alianza ha quedado
contenida y presto a dar frutos riquísimos de solidaridad continental, el
germen de unión y de poderío que depositó un día en la tierra de
Balboa,—fecundado por las aguas de dos mares inmensos y plasmado por su
espíritu creador,—la mente portentosa de Simón Bolívar.
El año de 1911, en que se cumplía el primer Centenario de
nuestra Independencia, encontró a Venezuela en pleno proceso de mejoramiento,
debido a la incansable actividad del General Gómez, que había centuplicado sus esfuerzos
para hacer que su Patria y su período administrativo culminasen, al celebrarse
el magno acontecimiento que nos dio vida libre y derechos de ciudadanos.
El 19 de abril de este año se efectuaron dos de los actos iniciales del Centenario: el Instituto Oficial de Náutica arribó al puerto colombiano de Santa Marta en uno de los buques de la Armada Nacional a visitar la Quinta de San Pedro Alejandrino, como un homenaje de respeto y de veneración a la memoria del Libertador en los últimos días de su existencia, y a depositar una corona de inmortales en la tumba bajo la cual habían reposado los restos augustos del Héroe Suramericano. En la noche de ese mismo día se instaló con la mayor solemnidad el Congreso de Municipalidades convocado por el General Juan Vicente Gómez e ideado por él para dar un testimonio del interés que le inspira la multisecular institución, mandataria inmediata de la voluntad popular. Él estuvo presente en el acto y lo presidió. Fue éste el mejor homenaje rendido a la memoria de los patricios del Ayuntamiento de Caracas, que en 1810 proclamaron a la faz del mundo el derecho que tenía la América de origen hispano a regirse por gobiernos propios.
Este Congreso enriqueció nuestra legislación municipal, con
muchos y muy buenos trabajos de índole práctica y tendientes a fortalecer el
organismo de las administraciones locales, trabajos que se redactaron en forma
de Acuerdos y de Memorias. Para darle cuenta al Congreso, acerca del
particular, el General Gómez le envió un breve Mensaje Especial, cuyo párrafo
final dice : "Entre tanto, al haceros esta participación os envío mis más
cordiales parabienes por este gran suceso, que considero digno de los
magníficos días que se conmemoran y que es el primero de su género que habrá de
registrar la Historia del Continente Americano".
El 10 de mayo, dio también cuenta al Alto Cuerpo de la
manera como había ejercido el Poder público en el año administrativo que
finalizaba. En el documento respectivo constan todos los actos con que el
General Gómez había cumplido durante aquel año, las promesas formuladas en el
Programa de Diciembre.
El 24 de junio del año a que nos venimos refiriendo, expidió
el General Gómez su decreto ordenando la macadamización de la carretera entre
Caracas y Guatire, vía de comunicación que atraviesa comarcas muy ricas del centro
del país y que ha venido a convertirse no sólo en obra de incuestionable
utilidad sino también de ornato, pues es constante el movimiento de pasajeros
que la transitan como paseantes, por la facilidad con que se transportan en
breves horas de una a otra ciudad. Ese mismo día decretó también el General
Gómez la carretera de Cumaná a Cumanacoa, arteria de primer orden para el tráfico
del Oriente de la República.
Su Majestad el Rey de España y el Excelentísimo Señor Presidente
de la República de Chile, habían conferido a nuestro biografiado,
respectivamente, las condecoraciones de Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la
Católica y "Al Mérito". El Senado en sus sesiones de aquel año acordó
autorizar al General Gómez para que aceptara ambas Condecoraciones.
Al contestar el General Gómez a las felicitaciones de las corporaciones oficiales en la recepción del 1° de enero, les había dicho: "Al abrirse este año de 1911 tengo que recordaros que nos acercamos a la primera centuria de nuestra Independencia Nacional; y es ésta la ocasión de pediros vuestro contingente para que la fiesta que vamos próximamente a celebrar sea tan brillante y extraordinaria como la gloria y el patriotismo de los egregios fundadores de la República".
Era que el pensamiento del incansable trabajador estaba dedicado
con ahínco a la noble empresa, desde que concibió su magnífico Decreto del 19
de marzo del año anterior, que se lee íntegro en el Capítulo X de esta obra. A la
calurosa y patriótica excitación atenderían todos los funcionarios y
corporaciones públicas y rodearían al digno Magistrado con la decisión y
actividad necesarias.
La celebración del Centenario de nuestra Independencia, constituyó
la más alta ofrenda que podían tributar la Patria y el Conductor de sus
destinos a la memoria del Libertador, de la pléyade de héroes que lo
acompañaron a realizar la sublime obra redentora y al recuerdo de aquellos
insignes varones del Constituyente de 1811, entre quienes se destaca,
majestuosa y severa, la figura del Precursor. El Decreto aludido fue
cuidadosamente ejecutado por su propio autor, el General Juan Vicente Gómez.
Desde los últimos días de junio de 1911, comenzaron a llegar a Caracas las
Delegaciones y embajadas de los pueblos amigos invitados para la grandiosa
solemnidad.
España no desatendió el especial llamamiento que se la
hizo para que viniera a compartir en el hogar de la hija emancipada, los
regocijos con que se exhibiría ante el mundo al cumplir cien años de haberse
proclamado libre. Un descendiente de aquel formidable Caudillo ibero—a quien no
negaron nuestros antepasados el cognomento de Pacificador, después de la
Entrevista de Santa Ana—vino a demostrar la existencia de esa Atlántida ideal
que prolonga las fronteras espirituales de la Península hasta las playas que
llevan el nombre de Magallanes. Filial fue el recibimiento que hicieron el
General Gómez y sus compatriotas a esta Embajada de la Madre Patria.
El 30 de junio y en el Salón Elíptico del Palacio
Federal, recibió el General Gómez en acto solemne a los Excelentísimos Señores
Embajadores de Colombia, España, Bolivia, Ecuador, Perú y Estados Unidos de
América; a los Excelentísimos Señores Representantes en las fiestas de nuestro
Centenario, de Bélgica, Chile, Brasil, Italia, Haití, República Argentina,
Cuba, Alemania, al Honorable Señor Delegado de México; a los Excelentísimos
Señores Miembros del Congreso Boliviano; al Excelentísimo Señor Ministro de
España y al Excelentísimo Señor Ministro de los Estados Unidos de América,
estando presentes los respectivos personales de las Representaciones Diplomáticas.
De las palabras cruzadas entre el Excelentísimo Señor General
Ramón González Valencia, Embajador de Colombia y Decano del Cuerpo Diplomático,
quien habló a nombre de los Embajadores y Ministros allí congregados, el
Excelentísimo Señor Doctor N. Clemente Ponce, quien a su vez lo hizo a nombre
del Congreso Boliviano, y el General Juan Vicente Gómez, atañe a la índole de
este trabajo biográfico, insertar los siguientes párrafos: "Los países
amigos, a quienes Sus Excelencias los Embajadores y Ministros aquí reunidos, y
yo, representamos, os saludan, ciudadano Presidente, y saludan en vos a toda la
Nación Venezolana, gloriosa cuna de los Libertadores de medio mundo".
"Nunca ha habido una ocasión y un lugar más oportunos que el día del
Centenario de la declaratoria de absoluta independencia y la cuna y la tumba de
Bolívar para que las Naciones aquí representadas, inspirándose en sus nobles
ideales, y guiadas por la verdad, la honradez y la hidalguía, se den estrecho y
fraternal abrazo y sigan por el camino de honor y de progreso que con
patriotismo y unión tienen abierto. Plegué al cielo que estos anhelos—que son
los de todas las Naciones a quienes me cabe la altísima y singular honra de
representar en este instante—se realicen; y que vos, ciudadano Presidente, que
habéis tenido la gloria de presidir la festividad del Centenario, tengáis
también la de haber cimentado sobre firmes bases de lealtad y de justicia la
perpetua paz y la amistad sincera de las Naciones que con tan efusivos y cordiales
sentimientos concurren hoy a compartir vuestros gloriosos regocijos". (*)
"Aquí estamos nosotros, Excelentísimo Señor
Presidente, los Representantes de Bolivia, Colombia, Perú y Ecuador, con los
poderes necesarios para secundar los levantados propósitos del Gobierno de V. E.;
y al poner en vuestras manos las Cartas Autógrafas que nos acreditan en tan
honrosa representación, a nombre de nuestros respectivos pueblos y Gobiernos
saludamos con fraternal afecto al Gobierno y Pueblo venezolanos: agradecemos la
exquisita delicadeza del recibimiento y de los agasajos con que nos honran:
aplaudimos los notorios progresos que alcanzaron en el primer siglo de su vida
independiente; y les presentamos nuestros votos porque cada día sean mayores
los que glorifiquen su porvenir, junto con el deseo de que la obra del Primer
Congreso Boliviano corresponda a las justas exigencias de los intereses comunes
de las cinco Repúblicas hermanas, no menos que a la alteza de la iniciativa de
V. E., que en la historia americana os será, sin duda, de especialísimo título
de muy honroso y singular merecimiento". (*)
"En estos días de íntimo regocijo para Venezuela, pláceme
reafirmar mi constante propósito de armonía con las demás Naciones, de segura
garantía a cuantos intereses se radiquen en nuestro suelo y de noble aspiración
a que mi Patria sea cada vez más acreedora a la consideración y al respeto de
los demás pueblos de la tierra. Es así como mejor interpretamos el pensamiento
trascendental de los fundadores de nuestra Nacionalidad, y al expresarlo así a
vos, ilustre servidor de vuestra noble Patria, la más próxima hermana de la
nuestra, y cuya más alta curul habéis brillantemente ocupado, hago votos por la
dicha de los pueblos y de los Jefes de Estado, cuya representación merecidamente
lleváis". (**)
"En nombre de Venezuela acojo los votos que
formuláis por su dicha y prosperidad; y a mi vez los hago por las Repúblicas
que representáis, y al recibir vuestras credenciales, espero que en el Congreso
Boliviano seréis fieles intérpretes de las aspiraciones de nuestros pueblos y de
la grandiosa idea que brilló en los albores de la Gran Patria Americana, y en
la que se halla envuelto el supremo interés de nuestras Nacionalidades".
(***)
Esta ceremonia fue imponente y puede formarse concepto de
su importancia por las palabras que hemos insertado. El General Gómez, en
aquella recepción memorable, habla el lenguaje que conviene a su eminente
patriotismo y bien sabemos cómo ese propósito de armonía con las demás
Naciones lo ha venido cumpliendo con la mayor fidelidad hasta los días que
discurren.
Las principales ceremonias y actos conmemorativos del
Centenario fueron: la Recepción de Embajadores, Representantes Extranjeros y
Delegados al Congreso Boliviano a que acabamos de referirnos; la Procesión
Cívica al Panteón Nacional, en donde el General Gómez ofrendó una corona al
Padre de la Patria; la Instalación del Congreso Boliviano y sus sesiones
subsiguientes; la Inauguración de la Estatua del Libertador ofrendada por la Colonia
Siria; la Inauguración del Monumento a Ricaurte en San Mateo del Estado Aragua;
la Inauguración de la magnífica Avenida "Diez y nueve de Diciembre";
la Ofrenda del General Gómez ante la Estatua de Washington; la sesión solemne
del Congreso Nacional; la Inauguración del Edificio destinado al Telégrafo; la
colocación de las primeras piedras de los Monumentos decretados a Camilo Torres
y Alejandro Petión; la Revista Militar. Estos actos y ceremonias unidos a otros
muchos más, todos espléndidos, constituyeron el homenaje altísimo que el
General Juan Vicente Gómez, secundado por sus gobernados, tributó en recuerdo
del hecho insigne por el cual somos y seremos siempre ciudadanos de una Patria
soberana y libre.
Desde el 19 de abril de 1910 hasta el 24 de julio del año
siguiente, fue cumplido en todas sus partes el trascendental Decreto expedido
por el General Juan Vicente Gómez el 19 de marzo del primero de los años
citados; Decreto que ya ha leído íntegro el lector, en el Capítulo X de esta obra.
Fortuna fue para Venezuela que al rendirse en el transcurso
del tiempo los primeros cien años de su vida independiente, estuviera al frente
de sus destinos el Magistrado cuya semblanza escribimos.
Hemos hablado de la fortuna, y por natural asociación de ideas, esta palabra nos sugiere una consideración: la de cómo se hubiera verificado el Centenario de nuestra Independencia si en vez del régimen iniciado en diciembre de 1908 hubiera estado imperando el discrecional y absoluto régimen anterior. A la verdad que no hubieran venido a compartir con nosotros los santos regocijos de nuestro patriotismo algunos de los huéspedes ilustres que llegaron a Caracas con tal objeto. Ni de los Estados Unidos de América ni de la hermana Colombia habrían enviado las lucidas Embajadas que, junto con las demás de igual rango y los Representantes Extranjeros, delegados al efecto, tanto contribuyeron a la magnificencia de nuestro gran Centenario. Ni el Congreso Boliviano—pensamiento feliz debido sólo a la mente atinada del General Gómez—se habría verificado. Ni la sociedad venezolana, mal hallada con la extinguida dictadura, hubiera prestado todo el contingente de su entusiasmo y de sus recursos para colaborar como colaboró con el Héroe de Diciembre, a fin de que fueran grandiosas las fiestas que se celebraron en los dos años evocadores.
Fortuna fue, en consecuencia, para Venezuela—debemos repetirlo—que
estuviera sentado en el Solio Presidencial un ciudadano de los méritos del
General Juan Vicente Gómez, en el preciso momento en que las alboradas del 19
de Abril de 1910 anunciaban al mundo de los pueblos libres que esta Patria
había vivido un siglo, un siglo de vida absolutamente autónoma.
Lejos de nosotros está la creencia de que el acaso, o mejor
dicho, el concurso fortuito de las circunstancias es la única fuerza que domina
en el desenvolvimiento de los destinos humanos. No juzgamos a la fortuna según
la definición clásica de que es ésta el poder desconocido de quien sólo nos es
dado saber que preside a los sucesos de la vida, distribuyendo ciegamente los
bienes y los males terrenos. Profesamos otra doctrina filosófica y de ahí que hayamos
citado a la deidad esquiva de que hablan los poetas, al trazar estos párrafos
de la semblanza del General Gómez, y de ahí que hayamos escogido esta fecha
para la publicación del presente libro.
¿Acaso no nos da esta misma narración que venimos haciendo,
un ejemplo evidente de lo que es la fortuna?
Nace nuestro biografiado en San Antonio del Táchira —la
ciudad que denominó el Libertador: "noble y muy heroica villa"—y nace
precisamente el 24 de julio, la fecha en que vio por primera vez la luz del
esplendoroso sol americano aquel creador de Naciones. ¿Será aventurado decir que
fue ésta una revelación del ulterior destino del General Juan Vicente Gómez? El
arma y equipa, al pasar los años, una hueste escasa numéricamente, pero rica en
heroísmo y en patrióticos propósitos, y viene conduciéndola—como su nervio y su
brazo que fue—hasta Caracas, en cinco meses de fulmínea campaña. El salva a
poco a su Patria del furor de la anarquía pacificándola en 19 meses de titánica
lucha. Da luego infinitos testimonios de grandeza de alma y de abnegación,
hasta el grado de que sus conciudadanos ponen en él todas sus esperanzas
durante un lustro de despotismo. Proclama la rehabilitación de Venezuela meses
antes de advenir el Centenario de su Independencia y a él es a quien
corresponde la gloria de gobernar a su pueblo,—redimido ya de todo linaje de
dominio,—en estos 15 meses y cinco días que transcurren desde el 19 de abril de
1910 hasta el 24 de julio de 1911, entre los más nobles regocijos y las más
suntuosas fiestas de la Patria.
Quizás el lector, al comenzar a leer las breves páginas que
acabamos de escribir, las conceptuó como una digresión; pero a poco de
reflexionar, al concluir su lectura, compartirá con nosotros el pensamiento de
cómo el General Juan Vicente Gómez, fue, no el favorito de la Fortuna sino su
conquistador, para tener el derecho de ser entre los venezolanos quien
presidiera a la Nación en la época del Centenario de su Independencia.
El 4 de julio, día muy grande también entre los fastos americanos y en la víspera de cumplirse un siglo justo de nuestra más gloriosa efemérides, el General Gómez dirigió una carta al Embajador de la República ecuatoriana. contestación a otra que éste le enviara, y de aquella carta tomaremos el párrafo siguiente: "Quiera el cielo permitir que la institución del Congreso Boliviano sea fecunda en beneficios para las cinco Repúblicas. Ha pasado ya la época de los juveniles devaneos. El progreso nos abre sus horizontes luminosos. El goce feliz de la existencia nos reclama cordura, seriedad y patriotismo. Nuestras cuestiones internas deben resolverse siempre en el seno de la paz, así como nuestros asuntos internacionales arreglarse en el campo de la fraternidad. Todo esto hace indispensable la constante y periódica reunión del Congreso Boliviano, como cuerpo moderador de las pasiones, centro de luces y alto consejo de sabiduría. Hoy es Caracas su asiento : después lo será Bogotá, Quito, La Paz y Lima, y así tendremos una apelación permanente al veredicto internacional de las Repúblicas. Y lo diré a usted, en el anhelo de mi patriotismo: quizá las otras democracias latinas se apresuren a unírsenos y entonces formaremos el Congreso continental que sancione la Paz perpetua y la eterna y creciente felicidad de la América que tuvo por Libertadores a Bolívar y San Martín".
Quien de esa manera piensa tiene que ser un hombre de
mente muy sana y muy grande corazón. Entre las naturales efusiones de aquellos
días, esas palabras vibran serenamente, sin arrebatos, sin expresiones
enfáticas, tal como corresponde al lenguaje de un Magistrado circunspecto que
está en posesión de un sentido auténticamente práctico de los medios a que debe
ocurrirse para evitar el choque violento de las pasiones y de los intereses,
que tienden a dividir los hombres como los pueblos, así sean éstos de una misma
sangre y de una misma raza. El hablaba de futuras reuniones del Congreso
Boliviano, como si presintiera la necesidad en que estaba el grupo de patrias independizadas
por el Libertador de estrecharse bajo la égida de un alto ideal de solidaridad
latinoamericana, para aguardar el terrible drama de sangre que tres años después
iba a comenzar en el Viejo Mundo.
Una circunstancia no debemos dejar pasar inadvertida, antes
de finalizar nuestra referencia acerca de la época del Centenario: el propio día
en que el General Gómez escribía al Embajador doctor Peralta, la carta que
hemos mencionado en las líneas anteriores, dio cuenta al Congreso Nacional,
reunido entonces, de la adquisición que había hecho de la Casa de Miraflores,
para destinarla a residencia de los Presidentes de la República, según lo acordado
por la Asamblea Constituyente de 1901. Las gestiones para comprar esta suntuosa
mansión las practicó el General Gómez en medio de las múltiples faenas oficiales
que lo requerían constantemente en los días del Centenario y las remató con las
mayores ventajas para el Erario Público, dando por el valioso inmueble la suma
relativamente pequeña de medio millón de bolívares. Era ésta menos de la cuarta
parte del valor de la magnífica vivienda.
Ya para terminar el año de 1911, el Congreso que estaba reunido
en sesiones extraordinarias, sancionó un Acuerdo en cuya parte primera
disponía: Dar un voto de solidaridad y de aplauso al Benemérito General Juan
Vicente Gómez, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, en solemne
confirmación oportuna del voto de confianza que ya le había dado cuando le
invistió en nombre de los pueblos que representaba con la suprema autoridad de
la República.
Bien merecido tenía nuestro biografiado este galardón con
que recompensaba sus esfuerzos y eminente labor administrativa y política, la
Representación Nacional.
Esa labor, a contar desde mayo de 1911 al 31 de marzo de
1912, vamos a relatarla en sus resultados sobresalientes. En el ramo fiscal
reseñaremos que para la última de estas fechas había un saldo favorable a la
Nación montante a B. 5.507.147,56, no obstante que los gastos habían sido
crecidos, según esta demostración: se habían invertido nueve millones de
bolívares para celebrar el Centenario de la manera suntuosa que ya hemos
reseñado; se había reducido la deuda creada por los Protocolos de Washington de
1903, que montó a B.
El mejoramiento y modernización del ejército quedó muy
adelantado en conformidad con el plan de reforma militar que venía realizando
metódicamente el General Gómez y que para hoy ha venido a alcanzar el resultado
admirable que todos conocemos; el fomento de nuestras riquezas naturales y la
protección a las industrias fue impulsado y obtuvo un desarrollo apreciable
durante el lapso gubernativo a que nos venimos refiriendo, lo mismo que la
instrucción pública, la higiene y salubridad nacionales y todos los demás ramos
de la Administración.
En cuanto a las relaciones interiores y exteriores de Venezuela,
aquéllas fueron cordialísimas entre el Poder Federal y los de los Estados autónomos
que forman nuestra estructura política, y éstas llegaron al grado culminante de
armonía de que acababa de ser demostración palmaria la concurrencia de
Embajadores y Representantes extranjeros a las fiestas del Centenario, la
reunión del Congreso Boliviano y la recepción magnífica que se hizo al entonces
Secretario de Estado de la poderosa República Americana, que había venido a
visitarnos en representación del Primer Magistrado de aquella gran Nación.
Respecto a la venida de ese ilustre huésped, el General Gómez se expresó así en
su Mensaje al Cuerpo Soberano de la Patria en el año a que nos venimos
refiriendo: "En la historia de nuestras relaciones con la Gran República
del Norte, encuentro sinceridad y colaboración benévola; de manera que la
visita del Excelentísimo Señor Knox, en vísperas de la inauguración del Canal
de Panamá, que ha de traer hacia el centro de la América la extraordinaria corriente
comercial del Mundo, la estimo como el estrechamiento cordial de aquellas
importantes relaciones".
Esta había sido, descrita a grandes rasgos, la obra administrativa y política de nuestro biografiado desde 1911 hasta el primer trimestre de 1912. El lector encontrará en esta parte de nuestro libro, así como lo ha visto en las anteriores y en las que van a escribirse, que el General Juan Vicente Gómez es una personalidad cabal. Hombre de trabajo, adquiere cuantiosos bienes merced a su laboriosidad, honradez, constancia e inteligencia; militar, conquista por su valor heroico y conocimiento profundo del arte de la guerra el más alto rango de la milicia; magistrado, los venezolanos tienen en él un Gobernante paternal y justiciero, dispuesto en todo momento a favor de sus buenos conciudadanos que directa o indirectamente contribuyen con él a la Rehabilitación nacional y dispuesto también, a la inversa, en contra de los malos elementos que son rémora a sus intentos patrióticos. Por tanto, la Venezuela del presente le debe toda la suma de bienes que acabamos de reseñar.
CAPÍTULO 12
SUMARIO
Acuerdo del Congreso de 1912.—Contestación del mismo Cuerpo al Mensaje del General Gómez en aquel año. Comentario.—Mensajes especiales del General Gómez.— Somete al Alto Cuerpo un magnífico plan de explotación y administración de los recursos materiales del País.—Ordena medidas enérgicas contra el vicio y la holgazanería.—Bienes que ha derivado Venezuela de esta campaña contra la vagancia.—El General Gómez rehusa el título de Fundador de la Paz.—Decreto relativo a la casa donde nació el Libertador.— Nueva carretera mandada a construir.—Protocolo Venezolano-Francés.—Oposición que hace la mayoría del Consejo de Gobierno a este excelente convenio.—Mensaje del General Gómez al Congreso de 1913.—Comentario.—Intentona revolucionaria de 1913.—Circular del General Gómez.—Suspensión de garantías y Alocución del General Gómez declarándose en campaña.—Se encarga de la Presidencia de la República el Doctor José Gil Fortoul.—El General Gómez sale a debelar los facciosos.—Regresa a Caracas al frente del Ejército.—Las elecciones no pueden practicarse.—Consulta de los Presidentes de los Estados al Ejecutivo Federal.—Dictamen recaído acerca de esta consulta.—Asambleas y Congreso de Plenipotenciarios.—Estatuto Constitucional Provisorio. El General Gómez es elegido Comandante en Jefe del Ejército Nacional.
El Congreso de la República en su reunión del año de 1912
expidió el siguiente Acuerdo, como justa recompensa o galardón otorgado al Jefe
de la Rehabilitación Nacional: "El Congreso de los Estados Unidos de
Venezuela,—Acuerda:—1° Recoger los votos de aplausos que las Cámaras Legislativas
Seccionales tributaron en sus sesiones ordinarias de este año al ciudadano
General Juan Vicente Gómez, Presidente Constitucional de la República y conductor
de la Causa de Diciembre.—2° Declarar que el Benemérito General Juan Vicente
Gómez merece bien de la Patria porque todos sus actos en la Magistratura
Nacional se han inspirado en los principios que informan el salvador Programa
de Diciembre.—3° Una Comisión del Congreso nombrada por la Presidencia y
compuesta de un Representante por cada Estado y otro por el Distrito Federal, pondrá
en manos del Benemérito General Juan Vicente Gómez este Acuerdo que irá firmado
por todos los miembros de ambas Cámaras". Este Acuerdo fue sancionado el 8
de mayo y acogido con demostraciones calurosas de simpatía por todas las
personas sensatas del país y por la prensa.
En efecto, el austero Magistrado merecía ese premio que
era valiosísimo, y el Congreso, al conferírselo, no había hecho sino
interpretar la voluntad de sus representados manifestada ya en actos similares
por las Asambleas Legislativas de los Estados de la Unión.
El día antes de sancionar aquel Acuerdo, el mismo Cuerpo
Soberano de la Patria, había contestado al General Gómez el Mensaje que le
dirigiera y con esta ocasión decían al Gobernante sus jueces: "Habéis
cumplido vuestro programa de gobierno viviendo en armonía decorosa con las
Naciones de la tierra, según nos lo anunciáis, merced al intercambio de
riquezas, al respeto de todos los derechos, al cumplimiento estricto de todo
compromiso contraído, y al estrecho consorcio de intereses e ideales comunes; haciendo
cada vez más cordiales las relaciones del Poder Nacional con las Entidades
Federales, para que aquél sea siempre, como es hoy, lazo de Unión perfecta, y
garantía de unidad en medio de la multiplicidad de las autonomías regionales;
manejando la Hacienda Nacional con tanta probidad y tal acierto que, como lo
habéis probado, las Arcas del Erario, que no hace un lustro aún, en el caos
fiscal de la República, se encontraban exhaustas, sin orden y en déficit, se
exhiben hoy provistas de millones y cancelaciones aún mayores, que son honrosa
prez de nuestro crédito; y que podáis decir dentro de pocos días que Venezuela
no debe un solo céntimo a nacionales ni a extranjeros, y ha visto desaparecer
de su horizonte las nubes amenazadoras de las reclamaciones internacionales; manteniendo
el Ejército, como nunca jamás se vio otras veces, no como un instrumento de
opresión, sino como seguridad del orden público, y levantando a grado tal en la
milicia el concepto preciso del honor, que ella deba de ser entre nosotros
digna de su bandera, del tricolor que un día aseguró la libertad de América, y
que es fuerza que sea en lo futuro garante paladín de sus destinos; fomentando,
hasta con el ejemplo personal, como lo hacéis, el mayor desarrollo de las
industrias, y la riqueza pública con ella; devolviendo a los pueblos,
convertidos en obras de utilidad y ornato, en vías de comunicación
especialmente, el producto de sus contribuciones al Estado, pues, como ya lo
habréis palpado al realizar en ese ramo los valiosos trabajos que habéis
enumerado ante nosotros, y según es constante de leyes económicas, cuando el
Tesoro eroga de ese modo, a más de ser inagotable fuente de bienestar privado,
vuelve multiplicado en breve tiempo a las cajas del Fisco; organizando en fin y
mejorándola, como venís haciéndolo con el más noble ahínco, la Instrucción popular
y la científica, porque en la oscuridad de la ignorancia se atrofian las
virtudes, los alientos y el vigor de los pueblos y las razas".
Son estos documentos testimonios fehacientes de la probidad,
interés y celo con que el General Juan Vicente Gómez ha manejado los dineros
del pueblo, los fondos sagrados que éste aporta al Estado para que los invierta
en las necesidades de la colectividad. Ninguno, a no estar cegado por torpes
pasiones y por odios de bandería, osará contradecirnos o redargüir la
aprobación inequívoca que los Representantes de la voluntad popular han dado a
los actos del General Gómez. El ha sido en todo momento escrupuloso
Administrador, él ha visto con ojo perspicuo aquellas necesidades, sin que se
le escapen detalles, y en admirable síntesis ha abarcado los problemas arduos
del Gobierno: Venezuela ha venido sufriendo desde largos años Administraciones
muy deficientes, pues, la mayor parte de sus Presidentes anteriores al General Juan
Vicente Gómez, casi todo lo han preterido para ocuparse de la Política. No
entendieron aquéllos, o no quisieron entenderlo, que ésta es una ciencia ardua
imposible de practicarla por sistema en sociedades infantes donde naturalmente
la educación cívica deja bastante que desear. Se dedicaron a lo que se ha
llamado hacer política y con la candorosa complicidad de sus gobernados lo que hicieron
fue favorecer, por medio de un ficticio equilibrio entre el pueblo que tiende a
resistir y el gobernante que tiende a dominar, el desarrollo y arraigo de la
empleo-manía entre nosotros. Es lógico que la estabilidad de tales órdenes de
cosas estuviera fundada en la satisfacción de las ambiciones personales o
colectivas de caudillos, parcialidades, agitadores, áulicos, que, quienes más
quienes menos, politiqueaban a su antojo para estar siempre arriba—según la
expresión usual de los del oficio—y lógico también que al romperse tal
equilibrio sobrevinieran las revoluciones, o mejor dicho, las revueltas
armadas. Todos estos vicios, esta falsa interpretación de lo que es la ciencia
de gobernar adaptada a nuestra democracia, los ha desarraigado el General Gómez
con su energía a prueba de obstáculos, con el excelente sentido que posee para ver
claro donde los demás no aciertan a ver, con su constancia y paciencia heroicas
y más que nada con su invariable propósito de hacerle el bien a sus
compatriotas.
Venezuela ha encontrado en el General Gómez el hombre sensato
y de voluntad inquebrantable que tanto había menester para que empuñara con
mano segura el timón de la nave del Estado. Rodeada de peligros, ésta había venido
avanzando a merced del impulso ciego de las ambiciones y de las más exaltadas
utopías, y naturalmente a cada empuje violento sucedía un retroceso más
violento aún. En teoría, doctrinas tan radicales como temerarias, y en la
práctica, ejemplos contradictorios de aquellas doctrinas. La víctima de esta
absurda manera de gobernar tenía que ser una sola: el pueblo, el pueblo que
sostenía sobre sus espaldas la agobiadora armazón del tablado en que los flamantes
políticos representaban su farsa. Pero llegó el día de ajustar cuentas, el día
de la Rehabilitación. Al General Juan Vicente Gómez correspondió realizar la
empresa salvadora y los hechos están aquí expuestos en lenguaje veraz para
demostrar cómo supo acometerla y cómo viene verificándola cumplidamente. El
primero y más difícil esfuerzo quedó coronado con el éxito en la estupenda campaña
que comenzó el 21 de diciembre de 1901 y finalizó el 21 de julio de
En el Mensaje Especial dirigido al Congreso de aquella época
por el General Juan Vicente Gómez, referente a las Convenciones celebradas por
el Congreso Boliviano, documento que vamos a reproducir íntegro, se verá cómo
entiende nuestro biografiado la política. "Ciudadano Presidente del
Congreso:—El Congreso Boliviano que se reunió en Caracas el 5 de julio de 1911
y al cual concurrieron Plenipotenciarios de las Repúblicas de Bolivia,
Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, celebró varias Convenciones de carácter
internacional que vendrán a servir de base a las futuras relaciones
diplomáticas y comerciales entre los países Bolivianos.—Todas esas Convenciones
tienden a estrechar los vínculos del origen entre las Naciones firmantes y a
facilitar el intercambio entre ellas, preparando así el terreno para una unión
íntima, cual corresponde a pueblos hermanos y de idénticas miras
administrativas, políticas e internacionales.—Las Convenciones firmadas por el
Congreso Boliviano son las siguientes: 1.—Telégrafos.—2.—Postal; y los Acuerdos
sobre:—3.—Historia del Libertador.—4.—Patentes y Privilegios de
Invención.—5.Relaciones Comerciales.—6.—Paz Americana y Futuros Congresos.—7.—Extradición.—8.—Cónsules.—9.—Vías
de Comunicación.—10.—Conmociones Internas y Neutralidad. 11.—Títulos
Académicos.—12.—Publicación de Documentos Inéditos.—13.—Actos
Extranjeros.—14.—Propiedad Literaria.—Cumplo el deber legal de someterlas a
vuestra alta consideración, para pediros la aprobación constitucional, que encarecidamente
os demando a fin de que sea una realidad lo acordado por el Congreso Boliviano
y sirva de base para ulteriores Congresos, a quienes corresponderá llevar
adelante mi idea de una Unión Boliviana compuesta de las cinco Naciones
libertadas por el Libertador, conservando cada una de ellas su completa y
absoluta soberanía e independencia, pero ligadas a las otras por estrechos vínculos
comerciales, políticos, internacionales e industriales que hagan imposible todo
motivo de guerra o discordia entre ellas.—Caracas: 15 de mayo de 1912.—J. V.
GÓMEZ".
Días después, el 29 de mayo, el General Gómez se dirigía otra
vez al Congreso Nacional, para anunciarle que en el curso de aquel año quedaría
cancelada la deuda proveniente de los Protocolos de Washington y someter a su consideración
y criterio la conveniencia de mantener el impuesto de treinta por ciento sobre
los derechos de importación, destinado a cubrir la deuda en referencia, para invertirlos
en lo futuro en ejecutar un vasto plan de mejor explotación y administración de
los inmensos recursos naturales de Venezuela y en la cancelación de otra acreencia:
la que en definitiva resultara tener el Ferrocarril de Puerto Cabello a
Valencia. Ese extenso plan administrativo comprendía el mayor desarrollo de las
vías de comunicaciones, el fomento de la inmigración, la práctica de ensayos de
colonización, el establecimiento de una Escuela Federal de Agricultura, Cría y
Veterinaria y la verificación de obras de Saneamiento. El Congreso, bien penetrado
de todos los bienes que derivaría el País con la aprobación de proyecto tan
progresista como patriótico, lo aprobó y expidió en tal virtud su Acuerdo de 4
de junio de 1912. Del cumplimiento de lo acordado nos ocuparemos en el capítulo
siguiente.
Nuestro biografiado con su actividad múltiple, de todo se
ocupaba. En un mismo mes envía al Cuerpo Soberano de la Nación los dos Mensajes
Especiales que hemos comentado, y antes de expirar ese mes se dirige al
Ministro de Relaciones Interiores en la forma que va a leerse: "Con frecuencia
llegan hasta mí, noticias y quejas de atropellos al orden, la ley o las buenas
costumbres, cometidos por gente vaga, promotora de escándalos y de infundadas alarmas
en los sitios y lugares que frecuentan. Firmemente resuelto como estoy a
cumplir y hacer cumplir las leyes, así por el mandato constitucional que lo
ordena como por el de la propia conciencia; y por cuanto considero indignos de
clemencia a quienes ajenos a las prácticas del trabajo, viven en ociosidad y
vicio maquinando contra la gente de bien, el reposo de los ciudadanos y la paz
de la comunidad, espero que con carácter de inmediato y en la forma más
adecuada y eficaz, exija usted de orden mía a las autoridades correspondientes,
que se proceda a aplicar la ley sin posible lenidad ni atenuación de ningún
género, a esos malos ciudadanos, profesionales de la vagancia o el escándalo y
propaladores de falsas noticias que de algún modo llevan alarma o zozobra al ánimo
público, a fin de que el ejemplo de su peligrosa impunidad no dañe y contamine
la mayoría sana y laboriosa del pueblo".
Aquí se revela el General Gómez en una de las fases más
definidas de su carácter: la que lo exhibe como hombre enérgico sin ningún
linaje de transigencias con el mal. Al par que viene ocupándose con tesonera
labor de velar por la salud material del pueblo que gobierna, se dedica a
sanearlo moralmente y en este sentido las autoridades de policía de la
República tienen en él una guía y rector eficaz, de mano férrea y
procedimientos severos. Lo que se ha llamado entre nosotros guapos de barrio,
la turba de holgazanes y viciosos que viven entre garitos y tabernas, haciéndose
mantener por la gente laboriosa y productora, que temerosa de sus amenazas los
consiente y los favorece sólo por prudencia, ésos han sentido sobre sus hombros
la disciplina rehabilitadora que los ha sacado de sus antros para llevarlos a
los caminos públicos a enseñarles la santa práctica del trabajo y a imponerles
por medio de un rigor indispensable el deber de ser útiles a sí mismos y a sus
semejantes. Con mirada certera ha visto el General Gómez cómo los tales, son
elementos indispensables a que echan mano los jefes de revueltas para
ensangrentar el País. Los holgazanes y viciosos han dado siempre el mayor porcentaje
de servidores a la larga e infecunda serie de levantamientos armados que hemos
sufrido durante muchos años, pero que ya han desaparecido para siempre, merced
a la vigilancia incesante y al don singular de saber gobernar que posee el
General Gómez.
Consúltense las estadísticas criminales y se encontrará cómo
éstas, principalmente en el Distrito Federal, contienen un número mucho menor
de hechos delictuosos, que el anotado en épocas anteriores a los Gobiernos de
la Rehabilitación Nacional. Los registros de policía son también muy elocuentes
a este respecto y es ahí donde puede comprobarse que los arrestos han
disminuido de una manera consoladora para la sociedad venezolana. Con sus procedimientos
enérgicos para garantizar el sosiego público, ha logrado, pues, el General Juan
Vicente Gómez los tres bienes inestimables que hemos mencionado: quitar brazos
indispensables a las revoluciones armadas "empleándolos en cambio en la
obra civilizadora del progreso; reducir al mínimum la gente que mora entre los
muros de nuestras Penitenciarías; y, redimir de daños y contagios a la
mayoría sana y laboriosa del pueblo.
El Congreso Nacional proyectó en sus sesiones de 1912,
con el apoyo unánime de todos sus miembros, conferir a nuestro biografiado el
título de "Fundador de la Paz en Venezuela" y al efecto se inició en
la Cámara de Diputados la idea por medio de un Acuerdo, pero él se dirigió a
este Cuerpo el 14 de junio para declinar honor tan merecido y lo hizo en forma
y términos que hablan muy alto de la austeridad de sus sentimientos
republicanos y del sincero afecto que profesa a las prácticas democráticas. Los
representantes del pueblo, al querer sancionar el justiciero Acuerdo tuvieron
muy en cuenta los eminentes servicios prestados por el General Juan Vicente Gómez
a la Patria al darla una paz fecunda y estable, pero el glorioso vencedor en
Ciudad Bolívar, que no ha querido nunca recompensas ajenas a su modestia
proverbial y que funda su orgullo solamente en las satisfacciones que da el
cumplimiento del deber, rehusó el bien adquirido título. Ya antes, el Congreso
en sus sesiones de 1910 —como lo reseñamos en el Capítulo X del presente
libro—había querido crear una "Medalla de la Gratitud Nacional" para
ofrendarla a nuestro biografiado y él había declinado también aquel honor.
El 28 de octubre de 1912, dictó el General Gómez su Decreto disponiendo que la casa donde nació Simón Bolívar, Padre de la Patria, quedara bajo la guarda y dirección del Consejo de la Orden del Libertador y que se procediera a reconstruir el memorable edificio con la posible fidelidad histórica, según estaba el 24 de julio de 1783, fecha en que vino al mundo el Grande Hombre.
Era natural que el justiciero Magistrado, bajo cuya Administración
se acaba de celebrar de manera tan espléndida el primer Centenario de la
Independencia, diera este nuevo testimonio de su reverencia por el Héroe y por
las altísimas glorias de nuestro pasado.
El 4 de noviembre del mismo año expidió su Decreto ordenando
la construcción de la carretera entre el puerto de Cumarebo del Estado Falcón y
la población de Carora del Estado Lara, una importante y necesaria vía de
comunicación.
Vamos a ocuparnos de un asunto en que el General Juan
Vicente Gómez probó, como otras veces, su intachable patriotismo y su
competencia como gobernante:
Con fecha 1° de enero de 1913 decía a nuestro biografiado
el Doctor J. L. Andará, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores: "Han
terminado las negociaciones para el restablecimiento de las relaciones
amistosas entre Venezuela y Francia, y se está ya de acuerdo en los términos
del Protocolo respectivo". "La discusión previa, como usted lo sabe,
se ha mantenido siempre, de parte de una y otra Cancillería, en la región
serena de los principios y de las conveniencias internacionales, habiendo tenido
reconocimiento práctico los preceptos cardinales de nuestro Derecho Público.
Este éxito se debe, en primer término a usted, por el crédito y autoridad moral
del Gobierno que preside, y porque todo lo que en este asunto se ha hecho por
la Cancillería ha sido bajo la alta, constante y discreta dirección de
usted".
El Protocolo concertado entre los Plenipotenciarios de
Venezuela y Francia puso fin a las diferencias que existían entre los dos
países, cuyas relaciones quedaron restablecidas desde el 11 de febrero del año
en referencia, día en que aquél fue firmado. Un alto espíritu de equidad y
justicia había dictado el magnífico arreglo, como bien lo revelan sus cláusulas
y su ejecución, que redujo a B. 3.000.000 todas las reclamaciones comprendidas en
el Protocolo y en que el Gobierno de la República Francesa reconocía que el de
Venezuela quedaba libre de toda obligación que proviniese o pudiera provenir de
aquellas reclamaciones. Sin embargo, una parte—no ya intransigente sino
facciosa—del entonces existente Consejo de Gobierno, aparentando patriotismo y
acatamiento a la ley, pero en realidad evidenciándose como desleal a su Causa y
poseída de una incalificable ambición, quiso viciar de nulidad el excelente
convenio, con el pretexto de que el voto consultivo que debía emitir acerca del
asunto el Cuerpo a que pertenecían había sido solicitado fuera de la
oportunidad legal. El Presidente de la República, General Gómez, con la
absoluta seguridad de la razón que le asistía, ocurrió a la Corte Federal, por
los órganos respectivos, a efecto de que este Supremo Tribunal dirimiera,
conforme a la Constitución, la controversia que suscitaba al Jefe del Ejecutivo
el Consejo de Gobierno. La Corte Federal declaró, en sentencia de 29 de marzo,
que el Voto Consultivo sobre el Proyecto de Tratado suscrito entre los
representantes de Venezuela y Francia había sido solicitado oportunamente y
que, por tanto y por haberse declarado urgente el asunto, el Consejo de
Gobierno estaba en el deber legal de emitir su voto dentro del lapso de dos
días hábiles, señalado por la Constitución vigente entonces, lapso que
comenzaría a contarse desde el día de la publicación de aquella sentencia. Con
este fallo quedó destruida la arguciosa argumentación del Consejo de Gobierno y
demostrado muy a las claras que el General Gómez es un Magistrado que ciñe sus
procedimientos a lo que manda la Ley.
El Congreso aprobó con fecha 14 de mayo de 1913 y en
todas sus partes el Protocolo en referencia.
Cegados por la pasión pretendieron unos pocos presentar
inconvenientes a este triunfo de la vida pública de nuestro biografiado y lo
que hicieron fue contribuir a que resaltara todavía más la magnificencia de
aquel triunfo, porque dieron ocasión para que la conciencia nacional confirmara
el juicio que tenía y tiene formado acerca del Jefe de la Rehabilitación y
acerca de la injusticia de sus contados adversarios. El pueblo venezolano quedó
suficientemente ilustrado de cómo el convenio suscrito por los
Plenipotenciarios de ambas Naciones en 11 de febrero de 1912 y consagrado como
Ley de la República el 14 de mayo de 1913 "era, según lo expresó nuestra Cancillería,
el más decoroso de cuantos en ocasiones semejantes se habían celebrado con
Francia, inclusive la Convención de 1885". Por él, no sólo reanudamos
dignamente nuestras relaciones con la noble patria, genitora de los Derechos
del Hombre, sino que cancelamos una acreencia de muchos millones con la sola
cantidad de B. 3.000.000. Sin duda que la mayoría oposicionista del Consejo de
Gobierno, al ver el resultado positivo que derivó Venezuela del Protocolo,
sintió despecho y rabia, porque contra sus pronósticos y sus propósitos aquel franco
éxito gubernativo lo obtuvo el General Juan Vicente Gómez. Como a estos
miembros de la extinguida Institución, les ha pasado a todos los que han
querido presentar obstáculos a la Rehabilitación Nacional: fracasados ruidosamente,
se han hecho enemigos sistemáticos del orden de cosas que viene discurriendo
para el País desde las postrimerías de 1908 y niegan la luz del sol, porque
ésta cae sobre el espectáculo de una Venezuela floreciente, que surgió al
esfuerzo anteico del Paladín de Diciembre.
El 29 de abril de 1913 presentó el General Gómez su Mensaje
de aquel año al Congreso. Es breve pero habla de grandes cosas que, comentadas
ampliamente, darían materia para llenar un libro de más páginas que éste. Por
tanto, haremos sólo un comentario sobrio de ese importante documento y lo
insertamos para que los lectores juzguen: "Una vez más saludo y acato en
vosotros a los Representantes del Pueblo Venezolano al rendiros cuenta de cómo
he ejercido desde vuestra pasada reunión en Congreso el mandato de que me
investisteis. He concentrado mis esfuerzos en proveer a las necesidades
indispensables al vigoroso ensanchamiento de vías de comunicación y de la
agricultura, la cría y las industrias, que es cuanto necesita el país como
sólida base de la regeneración de la Patria. En mi constante deseo de comunicar
la mayor cordialidad a nuestro trato con los demás países y de reanudarlo con
los que hubiere desavenencia, manteniendo siempre en alto e incólumes para la
República los grandes principios que constituyen la personalidad internacional
de las Naciones, he llegado al restablecimiento de la amistad de Venezuela con
la República Francesa. El 11 de febrero último fue suscrito en Caracas, por los
Plenipotenciarios de Venezuela y Francia, un Protocolo que, por órgano del
Ministro de Relaciones Exteriores, será sometido a vuestras altas
deliberaciones. La Marina Nacional ha sido aumentada con un crucero que lleva
el nombre inspirador de Mariscal Sucre y fue adquirido en condiciones
ventajosas para la Nación. Tengo la satisfacción de anunciaros que desde el mes
de septiembre de 1912 quedó cancelada la deuda que, por razón de los Protocolos
de Washington, pesaba sobre la República. El saldo favorable hoy en el Tesoro
Público es de trece millones de bolívares. Los Ministros del Despacho os darán
cuenta de sus labores en las Memorias respectivas y, además, de las mejoras que
juzgo oportuno recomendar en la legislación vigente. Tal es, ciudadanos
Legisladores, la síntesis de los actos de mi Administración en el año que
termina. Ha sido y es mi propósito circunscribir la acción del Gobierno a
resolver fundamentalmente los asuntos a medida que se presentan a la
consideración del Ejecutivo: afianzar en hechos consumados y concretos las
bases de una sincera y bienhechora reconstrucción: unir en fecunda comunión de
amor a la Patria a los venezolanos todos para la ardua y dilatada empresa
acometida de establecer el reinado de la ley, y desatar a su insustituible
amparo las generosas corrientes de la prosperidad, la salud y las fuerzas de la
Nación. Cuanto yerro o deficiencia haya en esta obra de fervorosa fe y buena
voluntad, toca enmendarlo o suplirla como leales, a vosotros mismos o a los
que, al cabo de nuestros mandatos, prosigan el empeño de conservarla, completarla
y defenderla, no como la obra de un hombre o de un Gobierno, sino como el
ineludible deber de una generación".
Mayor concisión no cabe en un documento de esta clase
donde, en pocos párrafos, se daba cuenta a la Nación, por medio de sus
representantes legítimos, de un año de fecunda labor administrativa y política.
Los puntos concretos tratados por el General Gómez eran: la reanudación de las
relaciones diplomáticas con Francia que venían rotas desde los funestos
procedimientos puestos en práctica por el dictador Castro en materia
internacional; la adquisición de una buena nave de guerra para nuestra Marina;
el pago completo de la enorme deuda que se había visto obligada a reconocer
Venezuela por una serie de desatinos económicos y políticos que la compelieron
a suscribir los Protocolos de Washington; y el remanente de trece millones de
bolívares que estaba depositado en las arcas nacionales, no obstante haberse gastado,
durante un transcurso de tiempo menor de dos años, sumas cuantiosas en la
celebración del Centenario, en la compra de aquella nave de guerra, en la
satisfacción de la deuda mencionada, en vías de comunicaciones, en el impulso
poderoso que habían recibido la agricultura, la cría y las industrias, y
haberse pagado religiosamente el Presupuesto.
Esa era la manera cómo el infatigable trabajador por el
bienestar de la República daba cumplimiento al Programa de Diciembre y
verificaba la rehabilitación de su Patria, preparándose para realizar los
ulteriores progresos y la mayor cantidad de bienes que han recibido bajo su
experta dirección de los asuntos públicos sus conciudadanos, hasta hoy día en
que damos a la publicidad el presente volumen.
A la verdad que esa obra no parecía llevada a cabo por un
hombre o por un Gobierno, sino por una generación: correspondía a ésta y le
corresponde conservarla y defenderla como un deber que no se debe eludir.
Parece imposible que en época tan breve se transformara un
país, saliendo del atraso en que estaba para convertirse en un emporio donde
todos, por grado o por convencimiento, habían venido trabajando y produciendo. Pero
el hecho es que el General Juan Vicente Gómez había logrado ese extraordinario
éxito, que no exageramos al calificarlo de maravilloso.
Del valor de la empresa acometida y con tanto resultado adelantada,
han venido a dar testimonio los sucesos posteriores al 4 de agosto de 1913,
fecha en que nuestro biografiado se separó del ejercicio del Poder. Desde
entonces, si es muy cierto que él ha actuado siempre con su carácter de Jefe
,de la Causa Rehabilitadora y de defensor de la paz pública para velar por el
mantenimiento de los progresos adquiridos, *no lo es menos que no ha vuelto a
regir el Gobierno civil de la República, porque hasta el final del cuatrenio
constitucional a que nos venimos refiriendo estuvo al frente de la Primera
Magistratura el Presidente del Consejo de Gobierno y hasta hoy lo ha estado el
autor de estas páginas.
A mediados del año citado, el impenitente ambicioso, general
Cipriano Castro, se imaginó que podría lograr su plan de destruir la obra
benemérita del General Gómez, trastornando el proceso eleccionario que iba a
verificarse, con una revuelta a mano armada. Con tal fin instigó a unos tantos
aventureros para que vinieran, como en efecto vinieron, a alterar el sosiego
público y aparecieron bandas de facciosos por algunas partes del territorio
nacional, siendo la menos insignificante la que se apoderó del puerto de La
Vela en el Estado Falcón. Tan pronto como el General Gómez supo la criminal
intentona se preparó, con su habitual actividad, para anonadar al audaz
adversario que no se atrevió a venir personalmente a enfrentársele pero que
mandó a aquellos grupos de aventureros a hacerlo. El 29 de julio dirigió nuestro
biografiado la siguiente circular a los Presidentes de los Estados, a los
Gobernadores de los Territorios Federales, a los Comandantes de Armas y a los
Jefes de Parques y Fortalezas: "Participo a usted que el general Cipriano Castro,
impulsado por sus ambiciones y sus locuras, ha provocado un movimiento
revolucionario en el País, ordenando a sus parciales se pongan en armas contra
el Gobierno Constitucional de la República, y al efecto existen ya fuerzas
rebeldes en algunas localidades que han trastornado el orden público. Es
preciso que en el territorio de su mando estén alerta a fin de que la acción
del Gobierno se haga sentir sobre los facciosos de una manera rápida y
enérgica. Esta paz que todos los venezolanos de buenas intenciones estamos en
la obligación de cuidar, no puede estar a merced de unos aventureros desposeídos
de todo sentimiento decoroso. Yo confío que usted, en el puesto que desempeña,
cumplirá con su deber".
El 1° de agosto decretó la suspensión de las garantías que,
desde el inciso 29 hasta el 149, estaban definidas en el artículo 23 de la
Constitución entonces vigente. Para esto lo autorizaba aquella Constitución en
su artículo 82, porque había llegado el caso previsto de que se alterara el
orden público. El 3 de agosto se declaró en campaña y expidió la siguiente
Alocución: "A los venezolanos! Alterada la paz de la República por el
general Cipriano Castro, salgo a campaña y voy a restablecer el orden público.
Yo sé que todos los Jefes, Oficiales y Soldados del Ejército Nacional cumplirán
con su deber.—J. V. GÓMEZ".
Aquella lacónica proclama de guerra sonó como un toque
mágico de clarín en los ámbitos del país y no hubo venezolano patriota que
dejara de alistarse entre los defensores de la paz, atento a la llamada del
Benemérito Jefe de la Nación. Cada quien en su esfera: agricultores, comerciantes,
rentados, criadores, empleados, todos ocuparon su puesto para servir al General
Gómez y si él lo hubiera querido habrían ido a campaña bajo sus órdenes, no
sólo las Brigadas del Ejército regular que fueron con las que salió a debelar
los facciosos, sino muchos millares de voluntarios que acudieron a las oficinas
militares a pedir servicio. Pero el experto Jefe tenía, para acabar con el
adversario, más que suficiente con las tres brigadas de infantería, el
regimiento de artillería y el escuadrón montado, cuerpos que sacó de Caracas.
Aquellos acontecimientos vinieron a comprobar, una vez más, cómo la gran mayoría de los venezolanos confía en la buena marcha de la República bajo la experta dirección del patriota de Diciembre, y está firmemente resuelta a impedir que se repitan las guerras civiles entre nosotros. Sobraron soldados al Caudillo pacificador para ir a acabar con la revuelta promovida por el general Cipriano Castro.
Al día siguiente de declararse en campaña el General Gómez,
vino a ocupar la Primera Magistratura el Presidente del Consejo de Gobierno,
doctor José Gil Fortoul, en virtud de disponerlo así la Constitución que regía
para la época.
El General Gómez marchó hacia el Occidente por la vía
carretera que parte de Caracas y pasa por Maracay. En esta ciudad plantó su
Cuartel General, esperando allí el desarrollo de las oportunas operaciones
militares que dispuso practicasen sus tenientes en los lugares en que actuaban con
tropas a su mando. El fracaso de la naciente revolución tenía que sobrevenir
pronto, como en efecto aconteció. El principal núcleo de facciosos que, como
hemos narrado, había podido apoderarse del puerto de La Vela, cayó prisionero
en poder del general León Jurado, Presidente del Estado Falcón, que con sus
fuerzas atacó el enemigo en aquel puerto y en cuestión de momentos lo venció.
En las demás partes del país—no tanto por la activa persecución que se les hizo
como por el aislamiento absoluto en que los dejó la opinión pública—quedaron reducidos
a la impotencia y se vinieron acogiendo sucesivamente a la clemencia del
Gobierno los otros grupos de facciosos, hasta quedar restablecido el orden y volver
a su normalidad las cosas.
El General Gómez regresó a Caracas, donde hizo su entrada
al frente del Ejército expedicionario en la mañana del 1° de enero de 1914,
entre un alborozo universal, pues concurrieron a recibirlo el Presidente del
Consejo de Gobierno, encargado de la Presidencia de la República, los demás
representantes de los altos Poderes Públicos, el Cuerpo Diplomático, las Juntas
de recibimiento, constituidas por los comerciantes, agricultores y propietarios
del Distrito Federal, las Delegaciones de los Estados de la Unión, el Clero,
los gremios industriales y artesanos y la sociedad y el pueblo de Caracas en
general. Fue una demostración tan calurosa como espontánea y solemne.
Una consecuencia inevitable trajo aquel trastorno en la
actividad civil de la Nación: las elecciones para Diputados al Congreso, a las
Asambleas Legislativas de los Estados y para Concejos Municipales de los
Distritos no pudieron efectuarse, y los Presidentes seccionales, ante la trascendental
emergencia, se dirigieron a mediados de enero al Ministro de Relaciones
Interiores participándole cómo aquel estado de cosas acarrearía para el 20 de
febrero una situación política anormal en las Entidades Federales que
gobernaban, porque era ese el día fijado por las respectivas Constituciones
para la renovación de los Poderes Públicos en aquéllas.
El Ejecutivo Nacional consideró el arduo problema político
en Consejo de Ministros y emitió el siguiente dictamen, que trasmitió a cada
uno de los Presidentes de Estado en circular del 16 de enero: "El Decreto
Ejecutivo de 1° de agosto de 1913, dictado en uso de las facultades que
confiere al Presidente de la República el artículo 82 de la Constitución
Nacional y previo el voto deliberativo del Consejo de Gobierno, deja en
suspenso las garantías individuales allí enumeradas en cuanto lo requiera la
defensa del orden público y en tanto se restablezca la paz. La última de las
dos condiciones apuntadas debe mantenerla todavía el Ejecutivo Federal porque,
como sabe usted, y lo sabe toda la Nación, los enemigos del orden público,
dirigidos principalmente por los generales Cipriano Castro, José Manuel
Hernández, Leopoldo Baptista, F. L. Alcántara, Régulo Olivares y otros, no
solamente continúan en actitud hostil contra el Gobierno legítimo, sino también
fomentando por todos los medios, en el exterior y en el interior, la
prolongación de la revolución armada. De suerte que sería desatender el voto mismo
de la opinión nacional y comprometer los vitales intereses del país, resolverse
ya a licenciar el Ejército, que es garantía de la paz futura y estable. Al
propio tiempo, la primera condición del Decreto de 1° de agosto, a saber,
suspensión de garantías en cuanto lo requiera la defensa del orden público,
permite que, cuando el Estado lo considere oportuno y hacedero, consideren los
pueblos y el Poder Público local la manera de darle solución a la grave
cuestión política a que se refiere su telegrama. Cuestión que corresponde a la
exclusiva incumbencia de los Estados, porque, conforme a los principios de
nuestro derecho constitucional, especialmente desde 1811, fecha de la primera
Constitución Federal, y desde 1864, fecha de la segunda, la soberanía reside en
el pueblo, el ejercicio del Poder Público no es más que representación de la
voluntad popular expresada en las elecciones y en las Leyes, la República
venezolana es una Confederación de Estados legalmente autónomos e iguales, la
Constitución Nacional es el pacto que suscriben por unanimidad los Estados, y
este Pacto, por consiguiente, en su forma y en su duración, depende en todo
momento de la voluntad unánime de los mismos Estados. En las presentes
circunstancias y en las que pudieren ocurrir, el Ejecutivo Federal ha de
limitarse a acatar y obedecer la decisión de los Estados, haciendo votos desde
ahora porque ella se inspire en el más vigilante patriotismo y asegure para la
Unión otra era de progresiva, pacífica y ordenada prosperidad".
Los Estados de manera unánime decidieron encomendar a
Asambleas de Plenipotenciarios de los Distritos la solución del arduo problema
político y estos Cuerpos eligieron delegados a un Congreso de Plenipotenciarios
de los Estados que se reunió en Caracas el 19 de abril de 1914 y al instalarse
expidió un Estatuto Constitucional Provisorio, que entró en vigencia desde esa
misma fecha y rigió hasta que fue promulgado el nuevo Pacto de Unión de los
Estados.
En conformidad con ese Estatuto se nombró un Presidente Provisional
de la República y un Comandante en Jefe del Ejército Nacional. La elección de
este Supremo Funcionario Militar recayó en el General Juan Vicente Gómez, quien
tomó posesión del elevado cargo en la propia fecha en que fue elegido, esto es:
el 19 de abril de 1914.
Ninguno con más méritos que él para mandar el Ejército
venezolano y por tanto, el Congreso de Plenipotenciarios encomendó a sus dotes
de gran patriota y de guerrero consumado la altísima misión de velar por la paz
de la República al frente de los contingentes armados de la Nación.
La nueva Constitución que iban a darse los pueblos tendría un celoso guardián en este General, siempre victorioso y siempre sumiso a las Leyes. El Ejército, que él venía reformando en tesonera labor de años, tenía que sentirse orgulloso de la designación hecha en aquel Jefe sin miedo y sin tacha, bajo cuyas órdenes no había nunca sufrido la humillación de la derrota.
CAPÍTULO 13
SUMARIO
El General Gómez da al Gobierno de la Rehabilitación Nacional el concurso de su gran experiencia y de sus iniciativas.—Neutralidad y medidas fiscales con motivo de la guerra que estalló en Europa.—Previsiones del Jefe de la Causa.—Mensaje presentado por el General Gómez al Congreso en sus sesiones de 1915.—Su elección para Presidente Constitucional de la República durante el período actual.—Venezuela entera aplaude esta elección.—Unánime deseo porque tome posesión del Alto Cargo.—Reforma Militar.—Adelantos introducidos en el ramo por el General Gómez.—Acuerdos de las Legislaturas y del Congreso para felicitar al General Gómez.—Pago de una fuerte suma para satisfacer la deuda que tenía contraída la Nación con la Compañía del Ferrocarril de Valencia a Puerto Cabello.—Se decretan dos grandes carreteras para el Oriente y el Occidente del País.—Jiras de mayo y abril en 1916 y 1917, respectivamente.—Circular del General Gómez que dio el resultado de duplicar nuestra producción agrícola.—Comentario acerca de esta Circular.—Nueva Circular del General Gómez referente a nombramientos de Jefes Civiles de los Distritos y magistrados judiciales en los Estados.—Acuerdo de la Legislatura Nacional en 1918, contentivo de un voto de reconocimiento al General Gómez.—Recibimiento del Embajador de Bunsen.—Medalla de Honor de la Instrucción Pública y condecoraciones extranjeras conferidas al General Gómez.—Muerte del coronel Alí Gómez.—Consideraciones finales acerca de la vida privada y pública del General Gómez.
Este es el capítulo final de la Semblanza del General Juan
Vicente Gómez. El abarcará la época de su vida pública comprendida desde el 19
de abril de 1914 hasta la fecha en que aparece este libro a la publicidad. Algo
más de un lustro de incesante labor durante el cual, ora como Comandante
Supremo del Ejército, ya como Jefe de la Causa Rehabilitadora, ha aumentado el
caudal de beneficios que viene haciendo a Venezuela a contar del día en que
comenzó a ejercer la Magistratura.
A los pocos meses de estar al frente del alto cargo militar
tuvimos que ocurrir a su gran experiencia en demanda de consejos para darle
frente a los serios problemas que representaba para la Patria la interrupción
de la paz en Europa. Entre éstos, los dos más arduos eran el de definir nuestra
actitud en el gran conflicto que envolvía razas y pueblos y el de equilibrar
los gastos públicos con los ingresos, disminuidos rápida y sensiblemente por la
crisis económica universal, consecuencia inmediata de aquella guerra. La
neutralidad y un plan de acertadas medidas en materia fiscal fueron los
procedimientos que nos indicó adoptar en tales emergencias el Jefe de la Causa.
Él previó, desde los primeros momentos, cómo la guerra
desatada en el Viejo Mundo sería de larga duración, y en esto se apartó del
criterio reinante que juzgaba sería imposible la prolongación de la tremenda
calamidad por más de cuatro años. Sus cálculos y previsiones nos han evitado
sufrir las penalidades y escaseces que hasta los países neutrales de este
Continente han padecido. Cuando sobrevino la terrible crisis económica disponía
el Erario de un abundante fondo de reserva en metálico, acumulado merced a las
prácticas de regularidad administrativa implantadas por el General Gómez. Este
remanente nos ponía a cubierto de eventualidades en los azarosos años que
comenzaban y que nos hallaron con un sistema tributario fundado en los ingresos
rentísticos por las Aduanas, ingresos que naturalmente disminuyeron de una
manera alarmante. Con estos fondos y la prudente reducción del Presupuesto de gastos
que se llevó a cabo pudimos darles frente a las circunstancias del momento,
hasta tanto nos fue dado introducir mejoras en nuestra legislación fiscal a
efecto de acrecer la exigua renta interna de que disponíamos. Tales recursos
salvadores los debimos al General Juan Vicente Gómez, al experto Jefe de Causa
que da asunto a este libro.
Rendido el primer año de la actuación de nuestro biografiado
como Comandante Supremo del Ejército Nacional, él concurrió al Congreso a
rendir cuenta de la labor que había realizado en el desempeño de la
Magistratura militar. Su breve Mensaje estaba escrito en estos términos:
"Hace un año que el Congreso de Plenipotenciarios me honró con el
nombramiento de Comandante en Jefe del Ejército Nacional. Ajeno por carácter al
empleo de palabras que no correspondan a hechos concretos, sabéis que siempre
he preferido la obra a la promesa. Consecuente con esta práctica, el 18 del
presente tuve el honor de presentar sobre el Campo de Maniobras, una parte del
Ejército. A vuestro experto juicio queda el examen de mi labor. Podéis tener la
seguridad de que este Ejército, en cualquiera emergencia que nos reserve el
porvenir, sabrá cumplir con su deber. El Ministro de Guerra y Marina en su
Memoria os da cuenta detallada de todo cuanto se refiere al Ejército. Hago
votos muy fervientes por la feliz inspiración de vuestros actos".
Ya en otra ocasión, al referirnos a la obra de reforma militar
efectuada por el General Gómez, emitimos el siguiente concepto acerca del
importante documento: "Para traer el convencimiento a la mente de los
hombres, para demostrarles una verdad cualquiera o para redimirles del error,
huelgan los largos y prolijos discursos. Refiérenos la Historia cómo ante el
trono de un Rey persa solicitaban su alianza dos legados griegos: un ateniense
y un espartano. Aquél expuso con toda la copiosa argumentación del retórico lo
que se proponía hacer su patria: éste sólo trazó una línea recta para demostrar
lo que haría la suya y dijo al poderoso monarca: escoge. La alianza fue
concertada con Esparta. El General Gómez, a semejanza del embajador laconio,
presenta sobre el Campo de Maniobras, a la vista de todos, una parte del Ejército
a su mando y al día siguiente dice a los Representantes de la Soberanía
Nacional: "Todo ha quedado expuesto a vuestro examen y experto juicio".
En el comentario que hemos hecho a este documento no hay una sola palabra que
revele apasionamiento político ni fanatismo personalista. Deliberadamente hemos
cuidado que nuestro juicio sea imparcial, porque de otra manera el primero que
se ocuparía de redargüirlo sería el mismo General Gómez, quien ha dado
constantes manifestaciones de que no gusta del halago y de lo reñido que está
con su índole de republicano toda suerte de lisonjas. Del ciudadano austero,
ajeno por carácter al empleo de palabras que no correspondan a hechos
concretos, no debe hablarse sino en el lenguaje augusto de la verdad. Decir que
él es patriota eminente, que sus actos son la derivación natural de ese
patriotismo, que al verificar la reforma del Ejército Venezolano ha hecho lo
que no hizo ninguno de sus conciudadanos en el ejercicio del Poder y que el
documento comentado es una admirable síntesis de esos hechos, indudablemente
que es decir lo cierto y hacer que la pluma rinda acatamiento a la Justicia".
Aquellas ideas que emitimos hace más de un año tienen que ser las mismas hoy
día, al ocuparnos de escribir esta parte del presente capítulo en que narramos especialmente
los actos del General Gómez como Comandante en Jefe del Ejército.
Esos actos han sido la continuación de la empresa de
disciplinar tropas para combatir con éxito; empresa acometida por el vencedor
de todos los caudillos venezolanos, desde que en los 19 meses transcurridos
hasta el 21 de julio de 1903 tuvo que luchar al frente de soldados de mucho
valor pero de escasa preparación militar para realizar su estupenda campaña de
entonces. Para el año de
Durante los meses que antecedieron a la elección de Presidente
Constitucional de la República para el período de
La unanimidad de los sufragios del Alto Cuerpo la recibió
el General Gómez, y no faltamos en lo más mínimo a la verdad al asegurar, como
lo hacemos, que ninguno de los Senadores y Diputados fue influenciado por la
gestión oficial para que comprometiese su voto. La elección de Presidente
Constitucional de los Estados Unidos de Venezuela para el período que discurre,
se efectuó con entera libertad.
Hé aquí el magnífico documento público a que hemos hecho
referencia: "Tengo conocimiento de que en algunos pueblos de la República
amigos personales míos hánse constituido en Juntas, con el propósito de
recomendar mi nombre como Candidato a la Presidencia Constitucional en el
próximo período. Estimo naturalmente esta amistosa iniciativa venida
espontáneamente de partidarios de la Causa, pero conceptúo un deber de mi parte
llevar al ánimo de todos mis amigos que, a mi modo de ver, no son cónsonas ni
adaptables esas propagandas a la actual época de trascendentales
rectificaciones políticas en que todos, con alteza de miras, debemos aunar
nuestros esfuerzos en el propósito sano y firme de mantener incólume la
majestad de la Ley representada en las soberanas decisiones del Congreso
Nacional, en cuyas altas encomiendas está la de escoger entre los venezolanos y
hacer la elección de Presidente Constitucional de la República, con entera y
dignificante libertad, sin cortapisas de ninguna especie, y sin imposiciones de
nadie que vendrían a menoscabar la pureza de nuestros principios esencialmente
republicanos".
Aquella elección se verificó, pues, en conformidad con el
noble anhelo expresado en la Circular del General Gómez que acaba de leerse, y
cuando él recibió la participación respectiva, en Maracay—donde se había
retirado a disfrutar de una tregua relativa en medio de su incesante
labor—dijo: "mi gratitud es tanto mayor, cuanto que, como es públicamente
sabido, en ese nombramiento no ha intervenido en forma alguna la más ligera insinuación
oficial".
De uno a otro confín del País, en forma de plebiscito, fue
aprobado y aplaudido el tino de los representantes de la voluntad popular y de
los poderes autónomos de los Estados al elegir el Primer Magistrado de la República,
como consta en un extenso volumen en que compilamos todas esas manifestaciones
del regocijo nacional y que apareció publicado en el séptimo aniversario de la
Causa Rehabilitadora. En la prensa extranjera también se calificó de muy
acertada la elección del austero ciudadano y las Asambleas Legislativas de los Estados
Federales en sus sesiones de 1916, sancionaron justicieros Acuerdos en que
congratulaban al General Gómez por aquel legítimo triunfo de su vida pública.
Desde entonces y también del uno al otro confín del País,
alienta un vivo deseo en la conciencia de la Venezuela rehabilitada; el deseo
de que tome posesión de la Presidencia Constitucional el eminente Ciudadano
ungido por el voto nacional el memorable 3 de mayo de 1915. Ante esa universal
aspiración no se manifestaría indiferente el General Gómez, y así tenemos que
en su Mensaje al Congreso de 1916, en que daba cuenta de sus actos como
Comandante en Jefe del Ejército, decía al Alto Cuerpo, heraldo legítimo de los
anhelos populares: "A vuestra esclarecida inteligencia no se ocultan las razones
por las cuales he permanecido en ejercicio del Comando Superior. Os prometo
encargarme de la Presidencia de la República, para la cual me habéis elegido, cuando
lo considere oportuno y conveniente". La Patria aguarda la efectividad de
tan solemne promesa, porque ella tiene necesidad, hoy como mañana, del Gobierno
paternal de su bienhechor.
Como nos hemos anticipado en el orden cronológico de esta
narración a efecto de historiar acerca de aquel gran acontecimiento que fue la
elección del General Gómez para Presidente Constitucional de Venezuela en el período
actual, volvemos a situarnos en el primer año en que actuó como Comandante en
Jefe del Ejército. De su labor en aquella época decía en síntesis el Ministro de
Guerra y Marina en su Memoria presentada al Congreso en 1915 : "Honrosa en
su más alto grado ha sido la representación que ha tenido el Ejército Nacional
hallándose a su frente el Benemérito General Juan Vicente Gómez, en su calidad
de Comandante en Jefe. El Ejército, que hoy ha llegado por primera vez en
Venezuela a la categoría de Institución, por el noble e importante objeto a que
está destinado, le debe su encumbramiento moral e intelectual a su actual Comandante
en Jefe, quien no solamente es experto preparador y conductor de hombres para
la guerra, sino que es padre afectuoso del soldado, a quien vigila para que
tanto en el cuartel como en el campamento las asperezas físicas inherentes al
servicio militar le sean modificadas lo más posible, y es por eso que él no ha
cesado de dictar órdenes y reglamentos para proporcionar a las fuerzas en armas
las mejores condiciones en materia de alojamiento, higiene, alimentación, etc.
etc. en todo el transcurso del último año a que me concreto en esta Memoria. Su
labor, pues, ha sido incesante en ese importante ramo, y en cuanto a
instrucción, tanto teórica como práctica, son ya tan conocidos los progresos
del Ejército que fuera prolijo lo que pudiera decirse a ese respecto, de manera
que en las buenas condiciones en que él se encuentra, y sobre todo, dirigido
por un Jefe de poderosa e inteligente iniciativa, alentado siempre por el más
puro patriotismo, toda emergencia subversiva en contra de la paz y el orden
públicos, además de criminal, tendría el carácter de absurda quimera".
El General Gómez se había ocupado especialmente, durante
el año en referencia, de las siguientes materias de régimen y administración
militar, acerca de las cuales expidió órdenes que fueron rigurosamente
cumplidas: Sanidad Militar; mejoras en la alimentación de las tropas; licenciamiento
de los individuos que hubieran cumplido el tiempo reglamentario en las filas,
haciéndoles dar una cantidad de dinero suficiente y facilitándoles los medios
de transporte para que cada uno llegase a su hogar; servicio de Remonta;
revistas mensuales de las tropas; buen estado de los Cuarteles de Caracas y
demás edificios militares de la República; observancia, por parte de los jefes
y oficiales del Ejército de la neutralidad, conforme a la actitud que había
asumido la Nación ante el conflicto armado que existía entre pueblos amigos;
vigilancia y organización interna de los Cuarteles; deberes religiosos del
Ejército, como medio para mantener su moral; Cajas de Ahorros para el Soldado; creación
de la Proveeduría General del Ejército; escuelas de enseñanza primaria para las
tropas; establecimiento de una clase de Artillería, con las asignaturas de
conocimientos de armas y balística para los oficiales de los cuerpos respectivos;
constitución de una Junta Superior de Instrucción Militar; clase de equitación
para todos los oficiales francos de servicio de armas montadas; conferencias sobre
asuntos militares; institución de concursos para llenar las plazas vacantes en
el Ejército; y, dotación para éste de camas portátiles, en cantidad suficiente para
ser repartidas entre los individuos de la tropa.
Muchos más asuntos concernientes a su Alto Cargo habían
ocupado la atención del General Gómez, pero fuera prolijo enumerarlos en esta
Semblanza.
Durante los tres años siguientes, no sería menos intensa la
labor de nuestro biografiado. Al par que ha puesto en actividad incesante su
gran energía y los recursos de su experiencia e insuperable don de mando para
adelantar su fecunda obra de reforma militar, ha dedicado su atención al
cumplimiento de los ingentes deberes que tiene contraídos para con la Patria,
en su carácter de Jefe de la Causa Rehabilitadora. Infatigable en el desempeño
de su misión de bienhechor de Venezuela, no ha perdido oportunidad en sugerir
al Gobierno civil medidas de progreso y la manera de practicarlas. Así tenemos
que a sus iniciativas y a la bondad de sus consejos debe la presente
Administración los éxitos que viene obteniendo.
En esa virtud, el Congreso Nacional al clausurar sus sesiones
de 1916 y las Asambleas Legislativas de los Estados en su reunión de 1917,
acordaron felicitar al General Juan Vicente Gómez.
No obstante la crítica situación financiera porque venía atravesando
el mundo, la Venezuela rehabilitada pudo pagar más de cuatro millones de
bolívares, en un solo desembolso, a la Compañía inglesa del Ferrocarril de
Valencia a Puerto Cabello, y, naturalmente, su crédito que era ya extenso en el
Extranjero se hizo ilimitado merced a las previsiones del Jefe de la Causa. La
antigua deuda que por tal respecto pesaba sobre el Erario quedó de una vez
cancelada.
Se decretaron dos grandes carreteras: la de Occidente que
parte de Caracas, pasa por los Estados Miranda, Aragua, Carabobo, Cojedes,
Portuguesa, Zamora y Táchira y va a terminar en San Cristóbal y la de Oriente que
partiría de la misma capital de la República y se prolongaría por los Estados
Miranda, Anzoátegui y Bolívar hasta finalizar en la región minera del interior
de Guayana.
En mayo de 1916 y en abril de 1917, fue el General Gómez—acompañado
de todos los miembros del Congreso Nacional y de otros distinguidos servidores
de la Causa—desde Guatire hasta Ocumare de la Costa, en la primera ocasión, y
desde Caracas hasta las más apartadas comarcas del Guárico, en la segunda, a
efecto de hacer palpables los progresos alcanzados por el Gobierno de la
Rehabilitación. Las dos jiras efectuadas en automóvil y en el espacio de breves
días cada una de ellas, fueron la demostración palmaria de los esfuerzos
victoriosos realizados por el Jefe de la Causa para hacer positivamente próspera
y venturosa a Venezuela.
No cabe en las páginas de este volumen la relación de
todos los bienes que ha derivado el país de la patriótica labor del General
Juan Vicente Gómez. La referencia de esos bienes sin hacer omisiones y la
historia amplia de la vida del eminente Ciudadano corresponde a un trabajo
biográfico de mucho mayor aliento que éste. Nosotros, en la presente semblanza,
hemos elegido, a medida que el tiempo nos ha dejado en posibilidad de hacerlo,
algunos de los actos más sobresalientes que esbozan al glorioso Guerrero, al
Magistrado cabal y al hombre privado de conducta intachable.
El 3 de abril de 1917, preocupado por la magnitud que
venía alcanzando la guerra en el mundo, pues el terrible conflicto era ya
inminente que envolvería a América, expidió el General Gómez su nunca bien
alabada circular a los Presidentes de los Estados, encareciéndoles como amigo y
como Jefe de Causa, la necesidad inaplazable en que estaban los pueblos de sus
respectivas jurisdicciones, de intensificar y hacer más extenso el cultivo de
los campos. Vamos a insertar ese documento y a comentarlo, porque él expresa
muy a las claras cómo sabe consagrarse el Repúblico de Diciembre a los augustos
deberes de velar por la salud de la Patria. La circular es como sigue: "Me
agradaría mucho que usted en la jurisdicción de su mando, llevase a
conocimiento de sus honrados habitantes, por cuantos medios estén a su alcance,
las grandes conveniencias de aprovechar la presente estación para cultivar la
tierra, sembrar por todas partes fructíferas semillas y hacer de la agricultura
fuente real y positiva de nuestra subsistencia, porque no sabemos hasta qué
punto obrarán en nuestro país los disturbios extranjeros y la prudencia y buen
sentido aconsejan en los actuales momentos proveer nuestros graneros y asegurar
en la abundancia de nuestras cosechas la estabilidad invariable y módica de los
frutos que sean de primera necesidad para la vida del hombre. Nuestras tierras
son fértiles, nuestros trabajadores diligentes y vigorosos, la paz echa sus
fulgores por todos los campos y todo en la actual Administración convida a la
agricultura que da alegría al labriego y pan a todos los hogares. No omita
usted esfuerzos en llevar estímulos a este sano propósito y haga en tal camino
incansable propaganda, que esa es propaganda bienhechora. Llame usted a los
ricos, a los pobres, al clero, a todos, y hágales ver la suprema necesidad de
cultivar los campos, pues en ello estribará ahora y mañana la independencia de
nuestra subsistencia vinculada en los frutos que nosotros mismos produzcamos".
Los consejos e indicaciones contenidos en esos párrafos que
acabamos de reproducir no podían ser más oportunos ni más llenos de sabiduría
práctica. Grave, eminentemente grave era el problema que se encaraba a todos
los gobiernos y pueblos del mundo con la amenaza de escasez de los frutos que
da la tierra para alimentar al hombre. Si sobre las naciones beligerantes se
cernía el fantasma del hambre con toda su secuela de horrores, porque los
brazos de sus hijos fosas en vez de surcos era lo que abrían, en los países
neutrales no por ser menos inmediato el peligro dejaba de ser real. Había que hacer
en Venezuela de una vez lo que vinieron a hacer otros pueblos cuando ya el
Moloch de la guerra les impuso, sin esperas, el holocausto de la actividad y la
sangre de sus hijos. Previsor y alerta, el General Gómez se dio cuenta cabal de
aquella situación, y con mente acostumbrada al análisis de los más serios asuntos
públicos y a sintetizarlos, plantea éste en la concisa circular que comentamos,
y expone, en forma y términos tan sencillos como atinados, la manera de
solucionarlos.
"No sabemos hasta qué punto obrarán en nuestro país
los disturbios extranjeros", advierte el Jefe de la Causa a los directores
de las administraciones seccionales, y la frase no podía ser más precisa ni más
prudente en aquellas horas de ansiedad en que el Ángel de la Muerte alargaba
los brazos hacia ambas Américas y sentíamos ya cercano el furioso aletazo de
sus flancos.
De habernos visto aislados del concurso comercial de las
Naciones en aquellos días en que nada era normal, sino la matanza organizada,
qué nos hubiera quedado por hacer? Naturalmente que bastarnos a nosotros mismos
satisfaciendo nuestras necesidades con los recursos que teníamos a la mano.
La mente del General Gómez al expedir su patriótica circular
señalaba aquellos peligros a que estábamos expuestos e indicaba la manera de
conjurarlos. Él, por una experiencia de toda su vida, conocía la generosidad con
que la ubérrima tierra nativa devuelve a sus pobladores el afán que emplean
para fecundarla.
Mientras los demás pensaban, discurrían y divagaban acerca
de lo critico de la situación, pero sin indicar nada concreto ni hacedero, el
General Gómez acierta con la clave del problema y sin pérdida de tiempo, con la
palabra y con el ejemplo, hace que sus compatriotas se enteren cabalmente de
los males que amenazan la colectividad y de lo que debe hacerse para
prevenirlos.
No pasaron muchos días sin que se palpara el inmenso beneficio
producido por las iniciativas de nuestro biografiado. No sólo tuvimos bastante
pan para nuestros hogares. Nuestra producción agrícola se duplicó y el excedente
de ésta fue a los exhaustos graneros de otros pueblos, como el mejor testimonio
de que la Venezuela pacífica era más útil a la humanidad que una Venezuela guerrera.
Justo es el aplauso que impartimos al General Gómez por
los invalorables resultados que obtuvo con su circular de 3 de abril de 1917, como
justos fueron los votos de reconocimiento que con vista de tales beneficios
sancionaron las Asambleas Legislativas de las Entidades Federales de la Unión
en sus sesiones de 1918 y como expresión de la gratitud de sus delegatarias
hacia el Jefe de la Rehabilitación.
El 12 de marzo del año últimamente citado, el General Gómez
dio otra prueba inequívoca de que no descansa en su insigne labor de cuidar que
no se menoscaben las conquistas de la Causa. Acababa de iniciarse en los
Estados un nuevo período constitucional, y él comprendió la conveniencia y
oportunidad que había de dar los consejos de su gran experiencia en materia de
gobierno a los ciudadanos que entraban a presidir las veinte Entidades
autónomas. Su palabra se dejó oír en este sentido. Indicaba a los Magistrados
Seccionales el deber en que estaban de interpretar el Programa de Diciembre, y
les advertía cómo uno de los obstáculos que podía presentárseles en la práctica
leal de las ideas contenidas en el Credo rehabilitador, era confiar el ejercicio
de la autoridad en los Distritos, y la magistratura judicial, a personas sin
idoneidad para el desempeño de tales funciones.
Antiguo achaque de las Administraciones locales era este
que anhelaba desarraigar el General Gómez. La guarda del derecho y la honra de
los ciudadanos y la potestad inmediata del gobierno regional confiada a las
manos torpes de empleados poco o nada escrupulosos, fue sin duda el origen
principal del desprestigio y la animadversión que se concitaron algunos
representantes del poder público en los Estados. El patriotismo y el celo de
éstos tuvo que encontrar rémora en la mala colaboración de sus subalternos.
La gratitud de los pueblos tenía que exaltarse al ver la
solicitud con que el Presidente electo de la República velaba por sus más caros
intereses y tomaba eficaces providencias para evitar que sobre ninguno de ellos
volviera a pesar la férula de los régulos de Distrito.
Por tanto, y por tener muy presente la multitud de bienes
que venía haciendo a sus conciudadanos nuestro biografiado, el Cuerpo Soberano
de la Patria, en su reunión de 1918 sancionó el siguiente Acuerdo:—"El
Congreso de los Estados Unidos de Venezuela,—Considerando:—Que de la fecunda
labor del General Juan Vicente Gómez, como Supremo Director de la Causa de
Diciembre, ha derivado el país su bienestar y seguras prendas de incesante prosperidad,
por la inviolable paz de que goza la Nación, la armonía de todos los intereses
legítimos de los venezolanos, el respeto y el crédito de la Patria ante las Naciones
extranjeras, la difusión de las luces y el desenvolvimiento de la riqueza
pública, obra toda de los enérgicos esfuerzos y las altas virtudes republicanas
de aquel eminente ciudadano, —Acuerda: —Artículo 1° Dar un voto especial de
reconocimiento al Benemérito General Juan Vicente Gómez, Presidente Titular de
la República y Comandante en Jefe del Ejército Nacional, en esta significativa fecha,
aniversario del día en que prestó su juramento constitucional estrictamente
cumplido por su fidelidad absoluta a la Causa de Diciembre, que lo es de verdadera
Rehabilitación Nacional.—Artículo 29 El presente Acuerdo, debidamente
caligrafiado, será presentado al General Gómez por una Comisión del Congreso,
compuesta de cinco Senadores y cinco Diputados. — Dado, etc., etc., etc.".
Deliberadamente escogieron los legisladores de 1918 la
fecha de 3 de junio para sancionar aquel acto de justicia. Era ese el octavo
aniversario del día en que tomó posesión nuestro biografiado de la Primera
Magistratura para el período que finalizaría en 1914, según el Pacto Fundamental
que regía entonces. Ya hemos narrado en los capítulos anteriores de este libro
cómo fue de fecunda en progresos la brillante Administración efectuada durante aquellos
cuatro años.
Entre los muchos méritos que ostentaba el General Gómez y
que le valieron tan alto galardón, estaba el de haber recibido el Poder el 24
de noviembre de 1908 con un Erario abrumado de compromisos, como lo comprueba la
circunstancia de deber para aquella fecha el Gobierno Nacional al Banco de
Venezuela la suma de B. 745.862,04, y estar la Hacienda Pública, para el día en
que se expidió el Acuerdo, libre de tales compromisos, con un depósito
disponible en metálico mayor de B. 30.000.000 y con un crédito ilimitado en los
mercados monetarios del mundo.
En estos datos biográficos del General Gómez no debemos omitir
la cordialidad de sentimientos que ha experimentado en toda ocasión hacia
Naciones tradicionalmente amigas de Venezuela. No hace mucho dio buen
testimonio de esto al empeñarse con el fin de que la Misión Especial Británica
que nos visitó en la segunda quincena de agosto del año próximo pasado fuera
agasajada y cumplimentada suntuosamente. En su propio hogar recibió al
Excelentísimo Señor Mauricio de Bunsen, Embajador Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de Su Majestad el Rey Jorge de Inglaterra, cuando éste fue a
visitarlo en Maracay, y tanto el Alto Representante de la gloriosa Albión como
sus compañeros, los Honorables señores Teniente-Coronel Sir Charles Barter,
Contra-Almirante James C. Ley, Follet Holt, Archibald Alian Kerr, Thomas
Humphrey Lyon y William Singer Barclay, tuvieron una acogida franca y calurosa
por parte de nuestro biografiado.
El General Gómez, que ha recibido las siguientes condecoraciones
extranjeras, algunas de las cuales mencionamos ya: Gran Cruz de la Real Orden
de Isabel la Católica, Caballero de la Orden Piana en la 1° Clase, Medalla de
Mérito (italiana), Gran Cordón de la Orden de la Corona y Condecoración
"Al Mérito" (chilena), no poseía nuestra Medalla de Honor de la
Instrucción Pública. El Gobierno de la Rehabilitación Nacional se la confirió por
Decreto de 3 de septiembre de 1918.
En este capítulo final de nuestra obra debemos abrir un
paréntesis para hablar de un acaecimiento por muchos motivos infausto.
El 7 de noviembre de 1918 padeció el General Gómez uno de
los más crueles dolores de su existencia, después del que le produjo la pérdida
eterna de su excelente madre, ocurrida el 14 de marzo de aquel mismo año. Un hijo
que en todo le era semejante, hasta en lo marcial y varonil de la figura, cayó
para no levantarse más, víctima de la epidemia que azotó hace poco a Venezuela.
Pero a pesar de aquel horrible sufrimiento experimentado por él, se le vio
firme en el cumplimiento de sus deberes como Jefe de la Causa y como Jefe del
Ejército. Eran aquellos, momentos de tribulación y de alarmas en que no debía
faltar a la Patria su dirección enérgica y experta. Bien sabemos cómo no le
faltó ni siquiera en las horas en que ocurría la inmensa desgracia y en los
días lúgubres que la sucedieron.
¡Qué heroicos esfuerzos de voluntad no emplearía este
hombre de gran corazón que amaba entrañablemente a aquel gallardo y fiel
renuevo de su vida batalladora, para verlo tronchado en plena lozanía por una
fatalidad ciega y lograr permanecer en la cotidiana lucha, los brazos y la
mente activos siempre en el afán de la diaria labor, pero el alma torturada!
Todo cuanto hemos dicho en las páginas anteriores de este
libro acerca de la fortaleza de ánimo del General Juan Vicente Gómez, no la
revela con la elocuencia patética con que nos la dio a conocer en este terrible
trance de la muerte del Coronel Alí Gómez.
Este es el esbozo biográfico del Ciudadano Benemérito que ha rehabilitado a Venezuela. En estas páginas se expone su obra a grandes rasgos, cuidadosa y ampliamente documentada, pues hemos preferido al método de hacer citas, insertar, cuantas veces nos ha sido posible, los comprobantes históricos que dan fe de la veracidad de nuestra narración. No hemos necesitado ocurrir a silogismos ni a habilidades dialécticas para destacar ante la mirada de los contemporáneos y remitir al juicio imparcial de la posteridad los hechos que integran la vida del General Juan Vicente Gómez. Exponiéndolos tales como ellos son hemos logrado este intento.
Echarles mano a recursos artificiosos, forjar leyendas o
construir ficciones tratándose de una vida tan rica en merecimientos y tan
abundante en sucesos, hubiera sido colocarnos en la condición del avaro que
tiene a su alcance arcas repletas de oro y de magníficas gemas y es discos de
similor o rútilos abalorios lo que muestra a los demás. Eso es lo que
hubiéramos hecho, si en vez de traer a la publicidad los veinte años de fecunda
actividad ciudadana del General Juan Vicente Gómez y el tiempo de su niñez y de
su adolescencia, hubiéramos incurrido en la aberración de exhibirlo como uno de
esos conductores de hombres a quienes eleva al Olimpo de los predestinados el
numen fantasioso de sus apologistas.
Nó: nuestro biografiado tiene una talla moral muy alta, definida y justa, que hubiera sido puerilidad nuestra, si no insensatez, desvirtuarla; porque ya no se engaña la credulidad de las gentes cuando se les habla de seres nacidos con misión divina para asombro del mundo y delicia o terror del género humano.
El venezolano por mil legítimos títulos ilustre que da asunto
al presente libro es—lo dijimos antes—el Gobernante que había menester la
Patria en la época que aún discurre, para guía en su marcha hacia la
realización práctica de muchas de las conquistas adquiridas hasta ahora por
ella en medio de luchas y sacrificios heroicos—algunos de éstos anticipados
pero ninguno estéril.
Nacido en el seno de nuestra Democracia infante—cuya
evolución se realiza para cumplir los destinos eminentes que aguardan en lo
porvenir a esta raza iberoamericana—el General Juan Vicente Gómez no debe a rancios
abolengos ni al favor de los poderosos las prerrogativas adquiridas por él para
fundar una Causa y ser su Jefe único e insustituible. Estos privilegios los
logró con el pueblo y para el pueblo; con el pueblo honrado y trabajador que
laborea la tierra, conduce las vacadas a que abreven, edifica las ciudades y
los caminos y es, en suma, el verdadero zapador del progreso; para el pueblo a
quien el infatigable y máximo obrero del bienestar nacional devuelve los
humildes pero auténticos servicios que presta a la República, en pan abundante
que es salud y en techo seguro que es bendición.
Aliadas inseparables del General Juan Vicente Gómez para
mantener la paz lo han sido, por tanto, las multitudes que trabajan en los
campos, en los talleres, en la construcción de los edificios y de las vías de
tráfico, en las casas de comercio y en todo lo que constituye adelantamiento positivo
en este vasto emporio que es hoy Venezuela. Esa es la razón evidente de por qué
los representantes de esa enorme colmena humana que ocupa una superficie de más
de un millón de kilómetros, suscribieron hace poco inequívocas manifestaciones
de adhesión al Magistrado Militar y Jefe de Causa, que garantiza a ambos—obreros
y patrones—la seguridad de poder gozar sin trabas ni temores del producto de
sus afanes; provento cuantioso que forma, en resumen, la riqueza más esforzadamente
adquirida.
Y tenía que ser de esa manera, porque el General Juan
Vicente Gómez vive en contacto con el pueblo, y aparte de su consagración a los
deberes oficiales, viene dando, como particular, un ejemplo de no reciente data
de cuanto importa al hombre y a la Patria el cumplimiento de la santa ley del
trabajo. Los braceros y pastores de sus propiedades del Táchira le tuvieron
siempre a su lado en la diaria faena, y cuando suerte adversa le hizo salvar
las fronteras nativas, también extrajo del seno de una tierra hospitalaria
fuentes de bienestar y de prosperidad. Después, en las treguas que le daban sus
empresas guerreras, encontraba nuevos estímulos para la lucha en la
administración directa de sus intereses y en la compañía de sus rústicos
servidores, cuyos rudos oficios no desdeñaba compartir. Y al ocupar los
sitiales de la Primera Magistratura de la República ha continuado siendo el
mismo: amante de las artes pacíficas del trabajo, por medio de las cuales es
como el individuo se crea hogar honorable y contribuye a la grandeza y
perpetuidad de las Naciones respetadas y libres.
Para gobernar con el pueblo y para el pueblo el General Juan
Vicente Gómez se ha ocupado con actividad constante de todos los asuntos
administrativos, pero su consagración preferente, sus energías ayer como hoy y mañana
vigorosas, las ha dedicado a la realización de estos propósitos que importan
salud y vida a Venezuela: hacer fácil el tráfico por todo el territorio
nacional con una profusión de carreteras modernas; cuidar los fondos del Erario
de manera que siempre haya dinero suficiente para invertirlo en obras de
utilidad pública—así requieran éstas gastos muy crecidos como los que
originarán las cloacas de Caracas;—acabar con la vagancia; proscribir de las actividades
nacionales los hábitos de politiquear, y mantener la paz a todo trance. El
pueblo ha palpado los resultados espléndidos de esa labor del Jefe de la
Rehabilitación Nacional y los disfruta. En consecuencia, al consignarlos en las
páginas que acabamos de escribir, no es para revelar cosas que están ignoradas
sino para legarlas, en la forma perdurable del libro, a las generaciones
futuras.
Esta es la semblanza del General Juan Vicente Gómez: su biografía, como lo dejamos dicho en la introducción de la presente obra, es trabajo de tal magnitud, que sólo a un historiador de muchos alientos y suficiente capacidad corresponde emprenderlo y darle cima.
Doctor Victorino Márquez Bustillos.
Caracas, 24 de julio de 1919.